Dentro exactamente de una semana estaré por esa serranía malagueña de Ronda participando en la prueba más dura y complicada a la que me he enfrentado: los 101 kms organizados por la Legión.
Desde que conseguí el dorsal, tres minutos después de que se abriera el plazo de inscripción, me he sentido un afortunado porque son miles los que se han quedado sin él, de ahí que valore justamente la suerte que tengo de participar, pese a que la exigencia va a ser máxima.
Nunca había participado en pruebas de montaña, y desde que confirmé mi participación en Ronda, he buscado entrenos por carriles, y también competir en alguna carrera de este tipo como fue la subida al santuario de la Virgen de la Cabeza.
La ilusión es mucha, también la preparación -física y psicológica-, al igual que la ilusión de ir acopiando el material necesario: camiseta para la ocasión -imagen del carnero incluida-, gorra con cortinilla regalo de mi cuñado el granaíno, mochila, aplicación gps para el iphone, dos pares de medias, camiseta manga larga para las horas de carrera nocturna, frontal para correr en la oscuridad -hoy precisamente me he levantado a las cinco de la mañana para probarlo por la vía verde, y es difícil correr así-, estrategia a seguir en la carrera en lo que a alimentación se refiere (no faltará el bocata de jamón)...
Como digo, mucha ilusión en todo, y muchas horas de dedicación.
Pues bien, cuando prácticamente ya está todo el pescado vendido, me surgen los problemas con el -quizá- elemento más importante que debo tener en cuenta: las zapatillas.
Hace un par de meses me compré unas zapatillas para la prueba: Salomon Crossmax 2. Una marca fuera de toda duda, y un modelo que, según lo que he leído, me puede venir bien. Desde que me llegaron en marzo, y hasta hoy mismo, he recorrido con ellas algo más de 155 kilómetros tanto entrenando como en competición. La cosa ha ido bien, o al menos así creía yo. Las zapatillas me están bien, son mi número, pero para esto de la montaña, y teniendo en cuenta las muchas y pronunciadas bajadas que hay, es aconsejable calzar unas zapatillas un poquito más grandes de lo habitual.
Como consecuencia de participar en la subida al Santuario de la Virgen de la Cabeza (21 kilómetros), perdí la uña del dedo índice del pie derecho (lo tengo más grande que el izquierdo, no sé por qué. Al parecer, se llama pie griego. Me enteré en Ámsterdam, en una prueba que me hice de pisada. Tengo ese dedo más largo que su homólogo del izquierdo. La repercusión es medio número más de zapatillas).
No le día importancia, y en lugar de pensar que había sido porque el calzado me queda justo para este tipo de pruebas, lo achaqué a mi debut en este terreno.
Pero el Jueves Santo hice un entrenamiento de 30 kilómetros por carriles con subidas y bajadas; una de las consecuencias es que perderé la uña del dedo gordo del pie izquierdo, así como las de los dedos gordo, índice (otra vez) y corazón del pie derecho.
Definitivamente las zapatillas me están pequeñas.
A diez días vista de la carrera, ando como loco buscando una alternativa, teniendo en cuenta que ya no hay casi tiempo para encontrar algo adecuado y adecuado. Las sensaciones son malas porque, si ya abordar 101 kms a pie es complicado, imaginaos si le añadimos algún condicionante tan importante como este.
Os dejo una foto de mis queridas Salomon. No sé qué pasará con todo esto, pero espero que, como dice Coelho, el Universo conspire para que todo me salga bien.
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