Con mi cuñado, en los kilómetros iniciales. |
No hay peor enemigo de un atleta que la lesione, pero si ésta se produce en los días previos a la prueba que te llevas preparando -en mi caso- tres meses, la cosa se pone más fea todavía. El sábado, 3 de junio, era la carrera, y el lunes anterior estaba en la camilla de Manos Máginas Pili (MMP que otra vez volvió a hacer el milagro), de la clínica de fisioterapia de Manuel Pancorbo, intentando revertir el mal. Aquel día no hubo sólo masaje, sino también punción seca. A los dos días, el miércoles, nueva sesión de fisio, y el jueves pude tanto trotar un poquito como ir al gimnasio para fortalecer una musculatura que había quedado francamente tocada por el tratamiento.
Corría, no me dolía pero sí sentía alguna molestia. Con esa sensación afronté la salida en la carrera. Ni siquiera fui trotando al punto de salida. No quería tener alguna sensación negativa que me obligara a no participar.
Sufriendo en torno al km 30. |
Físicamente creo que estaba en uno de mis mejores momentos, y por ello -y pese a la lesión- decidí afrontar la carrera con el objetivo que me marqué en su día: mejorar mi marca personal. Así se lo hice saber a mi cuñado el granaíno -Fernando Arco, con el que suelo compartir este tipo de aventuras-, y así comenzamos: siendo valientes.
El ritmo objetivo de carrera era 4'50''/km para hacer 3h25'00''. Mi cuñado, que es mucho más rápido que yo, se prestó a llevarme y la verdad es que todo iba de maravilla. No sólo estábamos en tiempo sino que en numerosas ocasiones tenía la tentación de acelerar la marcha por lo bien que me sentía. Pero la experiencia es ya un grado, y tengo claro que el maratón empieza en el kilómetro 30. En ese momento es cuando debes medir tus fuerzas y saber cómo vas a acabar.
Nosotros íbamos según lo previsto. Tanto, que pasamos la media maratón en 1h41'26'' cuando el objetivo era 1h43' aproximadamente. Las sensaciones eran excelentes, pero estaba entrando en la zona de peligro. En el kilómetro 25 ya me costaba mantener el ritmo de 4'50''/km, y en el km 30 rodaba por encima de los cinco minutos el kilómetro. Unos kilómetros antes tanto mi cuñado como yo nos dimos cuenta de que yo no aguantaba; él intentó animarme, pero me quedaba. Por ello le dije que él siguiera, y que no se preocupara que yo iba a echar el resto.
En ese kilómetro 30 supe que tocaba sufrir en los 12 kilómetros restantes, y así fue. La verdad es que no hubo ni rastro de dolor con el isquio, que era lo que yo temía, y sin embargo tenía las piernas acalambradas; me daba la sensación de que de un momento a otro me iba a machacar una tormenta de calambres que me impediría seguir.
Creo que era como consecuencia del planteamiento de carrera. Como estaba tocado del isquio, opté por acortar la zancada y aumentar la cadencia. Es decir, pasitos cortitos y más rápidos. Algo totalmente contrario a lo que yo suelo hacer. Era para cuidar el isquio, y dio resultado, pero el efecto colateral fue la aparición de piernas acalambradas que me impedían rodar con soltura. La rabia era aún mayor -quizá la impotencia- porque el pulsómetro me indicaba que rodaba a 116 pulsaciones por minuto, 120, 125... es decir, ¡¡¡POQUÍSIMO!!!; la marcha era casi de andar pero me era imposible acelerar.
Quedaban 12 kilómetros, y si bien ya era consciente de que no iba a conseguir ni el primer objetivo (3h25') ni el segundo (bajar de 3h30'), no quería sobrepasar las cuatro horas. Por ello, afrontando la dificultad física y la impotencia de tirar al ritmo que me pedía la mente, apreté los dientes y evité como pude hundirme. El kilómetro 35 lo pasé a 5'58''/km, el kilómetro 40 a 6'50''/km; y en los dos últimos kilómetros (y 195 metros) volví a bajar a 5'56''/km.
La sensación al llegar al estadio era de alivio porque lo había conseguido, pero también de impotencia porque una inoportuna lesión había trastocado el trabajo de tres meses.
No importa. Ya estaba pensando en cómo afrontaría la siguiente. Y el pensamiento no apareció al cruzar la línea de meta, sino que a lo largo de esos 12 sufridos últimos kilómetros compaginaba la concentración para seguir corriendo con la táctica a seguir en mi maratón número 14 que, no sé cuándo, pero os aseguro que llegará.
Me da la sensación de que esto engancha.
El ritmo objetivo de carrera era 4'50''/km para hacer 3h25'00''. Mi cuñado, que es mucho más rápido que yo, se prestó a llevarme y la verdad es que todo iba de maravilla. No sólo estábamos en tiempo sino que en numerosas ocasiones tenía la tentación de acelerar la marcha por lo bien que me sentía. Pero la experiencia es ya un grado, y tengo claro que el maratón empieza en el kilómetro 30. En ese momento es cuando debes medir tus fuerzas y saber cómo vas a acabar.
Nosotros íbamos según lo previsto. Tanto, que pasamos la media maratón en 1h41'26'' cuando el objetivo era 1h43' aproximadamente. Las sensaciones eran excelentes, pero estaba entrando en la zona de peligro. En el kilómetro 25 ya me costaba mantener el ritmo de 4'50''/km, y en el km 30 rodaba por encima de los cinco minutos el kilómetro. Unos kilómetros antes tanto mi cuñado como yo nos dimos cuenta de que yo no aguantaba; él intentó animarme, pero me quedaba. Por ello le dije que él siguiera, y que no se preocupara que yo iba a echar el resto.
Cruzando la meta. |
En ese kilómetro 30 supe que tocaba sufrir en los 12 kilómetros restantes, y así fue. La verdad es que no hubo ni rastro de dolor con el isquio, que era lo que yo temía, y sin embargo tenía las piernas acalambradas; me daba la sensación de que de un momento a otro me iba a machacar una tormenta de calambres que me impediría seguir.
Creo que era como consecuencia del planteamiento de carrera. Como estaba tocado del isquio, opté por acortar la zancada y aumentar la cadencia. Es decir, pasitos cortitos y más rápidos. Algo totalmente contrario a lo que yo suelo hacer. Era para cuidar el isquio, y dio resultado, pero el efecto colateral fue la aparición de piernas acalambradas que me impedían rodar con soltura. La rabia era aún mayor -quizá la impotencia- porque el pulsómetro me indicaba que rodaba a 116 pulsaciones por minuto, 120, 125... es decir, ¡¡¡POQUÍSIMO!!!; la marcha era casi de andar pero me era imposible acelerar.
Quedaban 12 kilómetros, y si bien ya era consciente de que no iba a conseguir ni el primer objetivo (3h25') ni el segundo (bajar de 3h30'), no quería sobrepasar las cuatro horas. Por ello, afrontando la dificultad física y la impotencia de tirar al ritmo que me pedía la mente, apreté los dientes y evité como pude hundirme. El kilómetro 35 lo pasé a 5'58''/km, el kilómetro 40 a 6'50''/km; y en los dos últimos kilómetros (y 195 metros) volví a bajar a 5'56''/km.
Celebrando la victoria. |
No importa. Ya estaba pensando en cómo afrontaría la siguiente. Y el pensamiento no apareció al cruzar la línea de meta, sino que a lo largo de esos 12 sufridos últimos kilómetros compaginaba la concentración para seguir corriendo con la táctica a seguir en mi maratón número 14 que, no sé cuándo, pero os aseguro que llegará.
Me da la sensación de que esto engancha.
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