Hasta que hace unas semanas una amiga me regaló No sé dónde está el límite, pero sí sé dónde no está (Josef Ajram. Alienta. Barcelona. 2012) no tenía ni idea de quién era su autor, ni lo que intenta representar.
Se trata de un corredor de bolsa poco habitual ya que, además de salirse de la hortodoxia por un cuerpo casi completamente tatuado -que seguro canta en el parqué-, en sus ratos libres se dedica a practicar deporte extremo centrado básicamente en correr, nadar y pedalear largas distancias, y en la mayoría de las ocasiones mezclando las tres disciplinas.
Ajram es todo un símbolo de lo extremo y, como él mismo intenta explicar en este libro, de la búsqueda de los límites del cuerpo humano, o mejor dicho de su cuerpo y su mente. Su filosofía de vida es la que se desprende del título mismo del libro, esto es, afrontar pruebas casi imposibles para llevar los límites conocidos un poquito más allá, y si en alguna ocasión no se consiguen superar -como de hecho le ha ocurrido-, volver a intentarlo hasta que se venza el reto.
Debo decir que se trata ésta de una obra cortita -133 páginas-, fácil y amena de leer, y también atractiva porque desde el primer momento no solo te metes en el personaje sino que vas viviendo casi en primera persona todas y cada una de sus locuras.
Encomiable el pensamiento -creo, más incluso que el cuerpo- de este hombre, porque aquí no sólo nos hace disfrutar sino también sufrir, y de qué manera. Enhorabuena por estos principios y valores que arrancan de la práctica deportiva y que, según nos cuenta y no tiene por qué mentirnos, también aplica al resto de los ámbitos de su vida.
Hasta aquí, lo bueno. Pero también debo reconocer que tras finalizar la lectura y también mientras recorría las 133 páginas, me he sentido un tanto desencantado. Digo esto porque la experiencia de Josef la siento demasiado lejana; no me identifico con él ni de lejos. Cada año intento participar en dos maratones (distancia oficial de 42.195 metros), y entre ambos bastantes carreras de menor pelaje (5, 10, 15, 21 kms...). El año que viene afrontaré el reto de los 101 kms de Ronda (si no me rajo), y si un maratón me resulta un esfuerzo excesivo, ¿qué decir de Ronda?. Hablo como runner aficionado, aunque también con cierta preparación pese a que mis tiempos son más bien perrilleros.
Viene todo esto porque el entreno (incluido gimnasio cuando puedo) y la competición la hago compatible con mis ocho horas de trabajo diarias, los quehaceres familiares, algún estudio que otro que tengo por ahí, otras aficiones que me ocupan mucho tiempo.... Necesitaría días de 24 horas para atender todo lo que me gustaría, además de verme muy limitado a la hora de competir porque no se puede ir allí a donde desearía por cuestiones meramente económicas. Esto del correr es una afición, y viajar, equiparte a la última, tecnificarte, alimentación exclusiva... todo eso vale pasta, mucha pasta, y no puede ser. Por tanto corro en unas condiciones ciertamente limitadas, muy limitadas, nada que ver con lo que ocurre con Ajram quien, pese a no ser profesional, tienen patrocinadores suficientes y su trabajo en la bolsa le reporta bastantes recursos económicos como para poder disponer de un jet privado en alguna ocasión, contar con nutricionistas solo para él, entrenadores, mecánicos, así como poder viajar por todo el mundo, utilizar el equipamiento último desarrollado para cada disciplina, etc, etc, etc.
Cierto que, como él mismo dice, no es profesional, pero la aventura de su vida ha alcanzado una dimensión cuyo éxito ya lo quisieran para ellos quienes actualmente ostentan cualquier récord del mundo en cualquier disciplina deportiva que no sea el fútbol, el baloncesto, la fórmula 1 y cosas así.
En cualquier caso, creo que No sé dónde está el límite pero sí dónde no está es una lectura recomendable no sólo para deportistas, sino para todos aquellos que alguna vez en su vida -quién no- se hayan encontrado con un fuerte obstáculo que superar. Josef Ajram nos da las claves para que esa montaña se convierta en apenas un grano de arena.
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