El otro día, como hago últimamente bastante, estuve en Granada y me puse enfermo. No porque tenga algún tipo de animadversión hacia la ciudad o sus habitantes, sino por las malas comunicaciones que tiene con Jaén. Vaya carreterilla la de los granaínos.
Durante el trayecto no paras de ver líneas amarillas, unas largas y otras más cortitas, pero amarillo por todas partes. Lo malo es que mientras recorres esos tramos, el coche no hace más que saltar de aquí para allá, y lo entiendes porque está en obras, y por eso mismo haces de la paciencia una virtud, y le das un nuevo voto de confianza a los responsables de las obras y de quienes las mandan hacer.
Lo peor es que en los tramos desamarilleados el coche salta más todavía. Con cierto interés buscas el topo que ha dejado así el asfalto, pero no lo encuentras, aunque te lo imaginas. Vuelves a entenderlo y a armarte de paciencia porque estás seguro, y deseando, que todo acabará cuando lleguen aquí los albañiles.
El colmo llega en el momento en el que empiezas a recorrer los tramos recién acabados de arreglar, y el asfalto tampoco es uniforme, como debería. No es que tenga los mismos hoyos que una escupidera de lata, pero casi, casi. Y entonces vuelves a acordarte de quienes han hecho las obras, y de quienes las han ordenado hacer, y también de algunos de sus familiares.
El viaje, ya de por sí difícil por su parecido con el París-Dakar, se vuelve insufrible cuando los niños no hacen más que quejarse al no poder ver los dibujitos porque el DVD (es portátil) pierde la corriente cada vez que el coche se mete en un agujero; cuando tu mujer se queja de que no puede conciliar el sueño ante tantas brusquedades del volante...... (¡?) Y entonces te dan ganas... no sabes muy bien de si de tirarte al tren o a la taquillera.
El conductor encuentra su único refugio de tranquilidad en la música que, milagrosamente, se mantiene irreductible y constante. Menos mal que puse el CD de Sabina y Serrat que, desde que doblan el índice sobre la ceja, aguantan todo esto y dos huevos duros. El de Norma seguro que habría saltado ya.
Llego malo, voy al médico y, tras auscultarme...
...me dice: Tiene usted el Síndrome de Milikito...
...y le digo: ¿¿¡¡El Síndrome de Milikito!!??...
...y me dice: Sí, obsesión por perseguir líneas amarillas al ritmo de una alegre musiquilla...
...y le digo: ¿Es grave?...
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