Cierto que si hoy día valoramos las cosas por su precio, es mucho más importante algo que cuesta mil pesetas que aquello otro cuyo valor es un duro. Sin embargo, la utilidad de las cosas modifica sustancialmente esa escala de valores porque por muchos millones que nos puedan pedir por la mejor vivienda de España, su confort se pone seriamente en duda si, por ejemplo, se nos estropea en pleno invierto la caldera de agua caliente, y nadie viene a arreglarla, por poco que pueda costar su reparación. Una simple caldera se convierte en toda una joya, mientras que la joya que es nuestra casa se convierte más en una cueva inhabitable que en el palacio de nuestros sueños. Estamos ante el valor de las cosas, que es muy diferente al precio de las cosas.
Viene todo esto a que no entiendo muy bien que se hayan gastado una millonada en las obras del tranvía, y ahora, cuando el proyecto tiende a ver la luz, los ciudadanos empezamos a sufrir problemas ridículos pero muy importantes porque alguien no ha reparado en arreglar la caldera. Me refiero a los semáforos instalados en el tramo de la carretera de Madrid. Han instalado muchos, quizá más de los que sean necesarios, pero al margen de ese debate en el que no quiero entrar en este momento, sí es necesario puntualizar que un paso de peatones -cada semáforo lleva uno- es para que pasen los peatones. Por eso, si no hay peatones, no tiene sentido el paso.
En los pocos días que llevan funcionando estos nuevos semáforos, he pasado por allí un millón y medio de veces, sufriendo continuamente atascos provocados por semáforos en rojo para los coches y en verde para los peatones, pero que sólo en una ocasión he visto a alguna persona utilizándolos.
El problema radica en que los semáforos dan prioridad a peatones o vehículos de manera mecánica, cuando lo lógico en estos lugares donde el tránsito de personas es muy dispar sería el colocar en cada semáforo un botoncito para que el peatón que quiere cruzar la calle lo pulse, y entonces, sólo entonces, prioriza su paso al de las máquinas.
Un simple botoncito, o varios, está a día de hoy haciendo tambalearse el que la gente se plantee, otra vez, lo acertado de construir un tranvía. ¿Que no se lo creen? En ocasiones las colas llegan desde la rotonda de la Bariloche hasta el monumento de los Donantes de Sangre... e incluso más allá. Y es sólo un ejemplo. ¿Siguen pensando lo mismo?
Es, en definitiva, el valor de las pequeñas pero importantes, muy importantes, cosas.
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