"¡Un rollazo... y de los grandes!". Esto es lo que me dijo una señora nada más acabar la película. Me levanté de mi asiento, con las luces aún casi apagadas, y me dirigí al fondo de la sala para depositar en la basura el envoltorio de los donuts que me había comido durante la proyección. Al regresar por el pasillo central, en busca de mis acompañantes, la primera persona que salía -la señora de antes, creo que ya bien jubilada- se dirigió decididamente hacia mí; yo me esforcé en reconocerla porque me habló tan amigablemente que supuse éramos conocidos. Pero, no. Nos conocimos y nos despedimos con aquella frase: ¡"Un rollazo... y de los grandes!".
Fue el punto exótico final a una película que no empezó bien.
Esta semana me tocaba a mí elegir el título, pero mi esposa quería ver Wonder. En la cartelera no había ningún otro título que me atrajera, por lo que decidí ceder mi turno. Pero cuando en Ondajaén Radio, en el programa "Buenos días, Jaén", conté -en la sección de Cine- cuál iba a ser mi destino, mi compañero Rafa Rus -de los que más saben de cine en Jaén (aunque a veces me hace dudarlo)-, me mostró su contrariedad indicándome que "yo siempre apuesto por el cine español. Hay que ver Perfectos Desconocidos".
Pues nada. Allí estaba yo, ante un reparto de lujo (REPARTACO: Belén Rueda, Pepón Nieto, Eduardo Noriega, Ernesto Alterio...) dirigido por el siempre controvertido Álex de la Iglesia.
Ya Rafa Rus me avisó de que De la Iglesia suele plantear magníficas películas pero que lamentablemente muy pocas veces remata. Y aquí quizá tengamos otro ejemplo porque el final chirría, y mucho.
Un grupo de amigos se reúne para cenar en la casa de uno de ellos. Al margen de las típicas discusiones de que algún acompañante no se siente aceptado por los otros porque es la pareja de... digo que lo interesante llega cuando a alguien se le ocurre jugar a un juego: todos dejarán sus teléfonos móviles encima de la mesa, y leerán en voz alta los mensajes que lleguen, o descolgarán con el manos libres las llamadas entrantes para que todos puedan escuchar la conversación, por supuesto sin que la persona que está al otro lado de la línea telefónica sepa nada.
¿Tenemos algo que ocultar entre nosotros para no jugar a este juego? Son amigos de toda la vida, y nadie tiene secretos para los demás. Por tanto, todos aceptan. Sin embargo, no sólo hay secretos, sino SECRETACOS que poco a poco se van desvelando, y haciendo que lo que iba a ser una aburrida cena, se convierta en una noche de locos.
Creo que en el fondo se trata de una historia de relaciones humanas, marcadas por la falsedad y la traición. Y, lo más grave, entre amigos de toda la vida que, al parecer, no lo son tanto.
El planteamiento -lo de los móviles- me parece algo simplón, pero es un punto de partida. La verdad es que el desarrollo resulta interesante, aunque en ocasiones parece poco creíble por los muertos que casi todos esconden bajo las alfombras.
Me descoloca el final. No lo esperaba. No me gusta. Sólo faltaba que se hubiera presentado el cura de El día de la bestia. Quizá sea el estilo Álex de la Iglesia.
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