Agobio. Esa fue una de las más intensas sensaciones que tuve con sólo leer las primeras páginas de Ensayo sobre la ceguera (Samarago, José. Alfaguara. Madrid, 1996. Sexta edición, 2004).
El libró me llegó hace unas semanas, venía muy bien recomendado (es el título que alguien se llevaría a una isla desierta), y como nunca había leído nada sobre Saramago, me puse manos a la obra.
Lo primero que me llama la atención es la forma de escribir: sin signos de puntuación, casi ni mayúsculas, ni párrafos con sus puntos y aparte... Entiendo que es una de las características del autor; voy a informarme sobre ello, aunque ya os avanzo que no me gusta. Pero si lo hace un Premio Nobel de Literatura, igual hay que darle una oportunidad... o dos.
Otro dato llamativo es que los personajes no tienen nombre. Ninguno. Los conocemos como "el médico", "la mujer del médico", "el primer ciego", "el niño estrábico"... Esto sí que me gusta porque me resulta interesante por la intriga que genera: ¿cómo se llamará cada uno? La verdad es que no tiene importancia, porque lo principal es cuanto ocurre y los sentimientos que genera.
Todo empieza cuando un hombre se queda ciego de repente. Es una ceguera blanca en lugar de negra. Poco a poco se van contagiando más y más personas, y las autoridades deciden ir recluyendo a los afectados en un edificio custodiado por militares. Se busca evitar el contagio. No os avanzaré si se consigue, o no, pero lo que sí logra el autor es realizar una espectacular aproximación a lo terrible que es nuestra condición humana.
En una situación límite como es el eje de la historia, vamos a encontrarnos con los más bajos instintos por sobrevivir frente a los demás; la cosa se va poniendo cada vez más difícil con el paso del tiempo, y cuando piensas que no puede suceder nada más horrible que lo descrito, llega ese mayor horror. ¿Os suena eso de que cuando las cosas parecen no poder estar peor, empeoran?
Quizá este libro sea una alegato contra lo terrible de la dañina especie humana, aunque no todo está perdido. Así es porque hasta de los peores momentos y situaciones puede surgir algo positivo. Lo que ocurre es que esa luz apenas es una gota en un inmenso océano de maldad.
La historia engancha desde el principio; a mí me gusta especialmente porque no me gustan demasiado las descripciones, y aquí casi todo lo que tenemos es acción, es decir, continuamente pasan cosas.
Acabo con una frase que creo jamás olvidaré: "Tuvieron que estar ciegos para verse".
Más que interesante mi primera aproximación a Saramago. Creo que no será la última.
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