No hace mucho tiempo de esta historia que os voy a contar. El empleado de un medio de comunicación local de Jaén capital decidió plantar cara a su director. Ante lo que él entendía como un ataque a la independencia de su labor como periodista, apeló a una de las pocas armas a que los plumillas pueden hoy día acogerse en estos casos, la cláusula de conciencia, es decir, el decir no a la orden de un superior cuando entiendes que lo que te mandan que hagas o digas no es honesto, al menos, con tu conciencia y, por lo tanto, con tu compromiso con tus muchos o pocos lectores, oyentes, televidentes....
Según nuestra Constitución, el periodista puede apelar a la cláusula de conciencia sin que por ello pueda ser sometido a sanción ni persecución alguna. Sin embargo, en este caso el periodista llegó a ser despedido. Esto fue algo así como el vaso que colmó la paciencia de la prensa local sobre todo cuanto venía ocurriendo en aquel medio desde hacía meses, de ahí que no dudaran en concentrarse en el interior mismo de la sede central del propietario del medio de comunicación, llevando todos, en señal de protesta, un esparadrapo en la boca. ¿El mensaje? Se estaba –entendían- cercenando el derecho a la libertad de expresión y de información.
No voy a entrar en si quien tenía razón era el periodista o el director –la Justicia se la dio después al primero-, pero sí entiendo que algo, y no precisamente normal, tiene que estar ocurriendo en un medio de comunicación cuando un currante se juega el cuello y su puesto de trabajo –y cuanto menos una persecución en toda regla- plantando cara a un superior de esta manera.
Unos años después, el otro día para ser más concretos, la historia volvió a repetirse. Un periodista de ese mismo medio de comunicación se acogió a su derecho a la cláusula de conciencia ante las órdenes recibidas del director. El revuelo no sólo no ha sido tanto como el de la ocasión anterior, sino que simplemente no ha sido. Seguramente porque nada ha trascendido de puertas para fuera y porque las circunstancias no son las mismas, incluidas las actitudes de los protagonistas; y seguramente nada tenga por qué ocurrir, pero creo que el fondo de lo sucedido presenta el mismo nivel de gravedad: altísimo.
No voy a entrar en si quien tiene razón es el periodista o el director, pero sí entiendo que algo, y no precisamente normal, tiene que estar ocurriendo en un medio de comunicación cuando un currante se juega el cuello y su puesto de trabajo –y cuanto menos una persecución en toda regla- plantando cara a un superior de esta manera.
Lo más curioso, y quizá triste, de esta historia es que quien antes fue denunciante del de arriba pero encontrándose él abajo ahora es denunciado, también desde abajo, pero estando él arriba.
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