Un paisano mío se ha encontrado con un problemazo familiar. Los hijos no sólo casi ni se hablan, sino que últimamente han estado a punto de llegar a las manos.
Tiene dos. El mayor siempre ha trabajado en el campo. Al principio, porque resultaba imposible otra cosa. Después, cuando se podían permitir ciertos lujos, optaron porque el pequeño fuera el que estudiara: estaba en la edad. Con el duro trabajo familiar sin dudar en aceptar un jornal allí donde salía, hicieron posible que, al menos, un miembro de la familia no estuviera condenado a seguir el mismo camino que el resto. El afortunado cultivó otras artes, y con el tiempo llegaron las cosechas. Se licenció en Empresariales, comenzó a trabajar, y su buena preparación y capacidad le consiguieron pronto un sueldo impensable en otros tiempos para quienes se quedaron gastando el terruño.
Mi paisano siempre administró los bienes de todos; al principio más bien administraba miseria, pero después casi le costaba trabajo hacerse con las cuentas porque, aunque le dejaba al pequeño una buena parte de su sueldo para sus gastos, todos debían contribuir a la economía familiar.
Ahora, las circunstancias le han dado la vuelta a la tortilla. El campo está criminal; los padres, mayores; y el hermano mayor, con pocas posibilidades de conseguir ingresos. Es decir, el pequeño es quien tiene prácticamente que mantener al resto. Ahí está el problema. Mientras al principio lo permitía a regañadientes, ahora se niega en redondo. Lo suyo para él, porque tiene que vivir su vida, y porque se lo ganó con muchos años gastando codos.
Los padres, porque son quienes más quieren a un hijo, lo aceptan. Pero el hermano no se calla ante la injusticia. “Hubo un tiempo en el que todos sacrificamos nuestro futuro para que el suyo fuera mejor. Eso nos condicionó, y él ha llegado donde está porque otros casi nos enterramos en vida; se trata de algo que ahora no tiene marcha atrás, no hay más solución que vivir todos de aquello por lo que todos apostamos”, dice.
Pero la relación es, hoy por hoy, irreconciliable.
Hoy día, en un país como el nuestro donde tanto se lleva la recuperación de la memoria, el día a día nos demuestra que no es una vista atrás general, sino selectiva. Parece que nadie tiene en cuenta que hubo un tiempo en el que alguien –por la razón que fuera- decidió que el norte era lo que había que desarrollar. Para ello no sólo se invirtieron dineros y todo tipo de recursos, sino que se dijo al sur que aportara la mano de obra. Ese sur se despobló y empobreció para que el norte progresara.
Ahora, cuando el objetivo está más que superado, el norte dice que lo suyo para él, y el resto que espabile. Y no se trata de espabilar, sino de comprender y aceptar una realidad que gesta su origen en muchas décadas atrás; de olvidar el elemento solidario estaríamos aplicando aquel proverbio chino de comiendo el pollo, la gallina que escarbe.
Es el lado puñetero de las herencias.
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