Todavía me sigue pareciendo increíble lo de Juan David de la Casa. Quienes creemos en algo más allá de lo que está a tan sólo dos palmos de nuestras narices tenemos en éste un ejemplo más ante el que preguntar ¿Por qué?. No se trata tanto de encontrar respuesta como de mostrar nuestro desaliento e impotencia ante la marcha de una PERSONA BUENA. La verdad es que poco más podemos hacer sino ejercitar nuestro derecho al pataleo.
Lo que más me ha llamado siempre la atención de Juan David era su apuesta por Jaén. Unos sesudos analistas de la cosa económica apuntaban no hace mucho tiempo que los males de Jaén radicaban en que las personas que empezaban a despuntar en alguna materia, y cuyo trabajo podría favorecer el desarrollo de la provincia, optaban finalmente por marcharse ante las pocas perspectivas de crecer que les ofrecía la simple idea de quedarse.
No sé si resulta acertado llamar a este fenómeno marcha de cerebros, pero lo que sí tengo claro es que Juan David defendía la tesis contraria, la de permanecer en el fuerte. Su aspiración no ha sido nunca hacerse famoso, sino trabajar desde el anonimato por lo que ha sido la pasión de su vida, el atletismo. Y lo ha hecho desde Jaén y con jienenses. Ese era su marchamo de calidad: la apuesta sin complejos por el terruño. Podría estar equivocado, o no, pero era su decisión, su creencia, su convicción, y con ella ha cabalgado, como los valientes, hasta el final. Un final inesperado que a él no le pilló por sorpresa pues a pesar de haber estado, como todos los fines de semana, a cientos de kilómetros de Jaén, es como si el destino hubiera querido hacerle un último favor: acabar su carrera en Jaén y cargado de medallas.
Juan David es una de esas personas anónimas que con su callada pero impagable labor escriben la Historia. Sin él, Jaén no sería hoy lo que es. Ese es su legado. Ojalá no caiga en saco roto y todos nosotros sepamos leer su testamento, al menos en homenaje a su memoria.
Lo que más me ha llamado siempre la atención de Juan David era su apuesta por Jaén. Unos sesudos analistas de la cosa económica apuntaban no hace mucho tiempo que los males de Jaén radicaban en que las personas que empezaban a despuntar en alguna materia, y cuyo trabajo podría favorecer el desarrollo de la provincia, optaban finalmente por marcharse ante las pocas perspectivas de crecer que les ofrecía la simple idea de quedarse.
No sé si resulta acertado llamar a este fenómeno marcha de cerebros, pero lo que sí tengo claro es que Juan David defendía la tesis contraria, la de permanecer en el fuerte. Su aspiración no ha sido nunca hacerse famoso, sino trabajar desde el anonimato por lo que ha sido la pasión de su vida, el atletismo. Y lo ha hecho desde Jaén y con jienenses. Ese era su marchamo de calidad: la apuesta sin complejos por el terruño. Podría estar equivocado, o no, pero era su decisión, su creencia, su convicción, y con ella ha cabalgado, como los valientes, hasta el final. Un final inesperado que a él no le pilló por sorpresa pues a pesar de haber estado, como todos los fines de semana, a cientos de kilómetros de Jaén, es como si el destino hubiera querido hacerle un último favor: acabar su carrera en Jaén y cargado de medallas.
Juan David es una de esas personas anónimas que con su callada pero impagable labor escriben la Historia. Sin él, Jaén no sería hoy lo que es. Ese es su legado. Ojalá no caiga en saco roto y todos nosotros sepamos leer su testamento, al menos en homenaje a su memoria.
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