Es perfectamente entendible, y hasta lógico, que cuando se nos va un ser querido estemos en guerra con el mundo. No paramos de plantearnos preguntas. ¿Por qué? ¿No podía haber sido otro? ¿Con la cantidad de cabrones que hay por ahí, le ha tenido que tocar a él?...
Son cuestiones de las que sinceramente no creo que esperemos respuesta. Es más, dudo que sepamos a quién se las estamos planteando.
En esas andamos desde anoche. Se nos ha ido un gran tipo.
No nos toca a nosotros decidir quién tiene que morir y quién vivir, pero cuando hablamos de una persona que se nos marcha con 46 años, dejando mujer y dos hijos (una a punto de iniciar su propia vida, y otro con la adolescencia recién superada), y que su paso de la enfermedad al más allá apenas si ha durado año y medio... digo que con estas consideraciones sí tenemos al menos el derecho a quejarnos, el derecho al pataleo. ¿No crees que te lo has llevado demasiado pronto?
Para su mujer ha sido un golpe durísimo. Y no es el primero que recibe este maldito 2016. Hace unos días, cuando no había más opción que esperar la llegada de lo inevitable, ella reconocía estar peleada con Dios.
Además de conocernos de toda la vida y tener vínculos familiares, con Juanjo he compartido dos de los momentos más importantes de mi vida: un accidente de tráfico y una romería.
El accidente fue hace años, jodido, pero como consecuencia de que ocurrió mi vida se encauzó en todos los sentidos por un camino que me ha llevado hasta donde hoy me encuentro: familia, vivencias, experiencias, sinsabores, alegrías, amigos... No lo cambio por nada. Por nada. Es más, de poder viajar en el tiempo y tener la capacidad de que no ocurriera, no lo evitaría.
La romería fue hace dos meses. Jamás experimenté otra mejor; ni en los dos días de fiesta ni durante las muchas jornadas de prepativos marcadas -y marcados todos- por la puñetera enfermedad. ¡Viva San Isidro!... aunque en estos momentos no estoy tan seguro.
¡Qué ganas de vivir hasta el último momento! Y siempre poniendo la mejor de las caras para hacerle más llevaderos los días y la situación a quienes le rodeaban sabiendo que ellos se quedaban y que él se marchaba.
Hoy no solo ella sino todos estamos peleados con Dios.
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