Mi profesión me obliga a estar permanente informado. Cierto que es obligación, pero como resulta que también se trata de mi pasión, tengo que reconocer que disfruto cada día haciendo eso por lo que me pagan.
Uno de los placeres del día a día lo encuentro en leer el periódico. ¿Cuánto tiempo de mi vida habré empleado en pasar hoja tras hoja? Ni idea, pero seguro que mucho.
Hace ya unos seis años recibo el periódico en el iPad. Resulta tremendamente cómodo ya que, sin salir de la cama, cojo el aparatito, me conecto a la web de la plataforma a la que estoy suscrito, y en cuestión de segundos está a mi disposición la edición del día así como las ediciones de ese mismo periódico que se hacen para toda España, y las revistas y publicaciones que se adquieren con el ejemplar en el quiosco.
Con el paso del tiempo, y a base de la costumbre, veo con normalidad pasar el dedo sobre una pantalla táctil en lugar de sobre la hoja de papel. La sensación no tiene ni punto de comparación, pero las ventajas económicas, de comodidad, rapidez, etc son más que evidentes.
En el trabajo tengo acceso al periódico de papel, pero como es en el ámbito laboral, el disfrute es mucho menor.
Sensaciones apagadas volvieron a hacérseme realidad hace unos días. Estuvimos un fin de semana en la playa con unos amigos, y me dio por comprar el periódico en lugar de leer la edición digital contratada. Indescriptible la sensación de satisfacción que tenía yo con mi periódico de papel en la mano, a la sombra de la sombrilla, y sentado en mi silla sobre la arena. Da la impresión de que la lectura sabe mejor en esas condiciones. ¡Qué disfrute! ¡Qué recuerdos!
No seré yo quien discuta las ventajas de la modernidad -de hecho, me sumo a ellas-, pero también es justo reconocer que, tirando de dicho, como lo antiguo no hay nada.
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