Una cosa es predicar, y otra dar trigo. Ese es uno de los pensamientos que me invaden tras ver las celebraciones, ayer 8 de marzo, con motivo del Día Internacional de la Mujer. Bueno, ayer y en las últimas semanas, y supongo que seguirán en los próximos días.
Es más que evidente que en nuestra sociedad del siglo XXI existe una igualdad legal entre hombres y mujeres que luego no es real en el día a día. De ahí que sea necesario reivindicarlo, pero hay que reflexionar seriamente en torno a este asunto porque, como ayer escuché a una manifestante, “no es de recibo que cada ocho de marzo reivindiquemos lo mismo porque no conseguimos avances reales”.
Creo que en torno al Día Internacional de la Mujer, como viste mucho, hay demasiada hipocresía; me refiero a personas e incluso organizaciones y administraciones que enarbolan su bandera no porque crean en ella sino por intereses menos nobles como conseguir votos, afiliados, subvenciones...
No entiendo, por ejemplo, que miembras del gobierno de Espańa asistieran a la manifestación en posición protagonista tras una de las pancartas. No entiendo qué reivindicaban allí si lo que se pedía, en gran medida, dependía de ellas. ¿De qué sirve una Ley de Violencia de Género auspiciada por el gobierno si después ese mismo gobierno no lo dota con el presupuesto necesario para aplicarla?
También me sorprende la presencia masiva de dirigentes sindicales denunciando malas praxis contra las mujeres, cuando en el día a día ellos mismos, los sindicatos, aplican lo mismo que critican.
De poco sirve la presencia de gobernantes regionales, provinciales o locales reivindicando la igualdad de la mujer, poniéndose ellos mismos como ejemplo de paridad porque en la primera línea de sus equipos hay tantos hombres como mujeres, pero si investigamos un poquito y analizamos los siguientes escalones de poder de esos mismos gobiernos, que es donde realmente se dirigen las diferentes administraciones, la presencia de mujeres es simbólica.
Creo que hay mucho postureo en torno a esta asunto porque vende, y mucho. De ahí que en lugar de tanta hipocresía, hay que llamar la atención a todos esos abanderados, e instarles a que sigan la política de Vicente Ferrer; un gran tipo que dejó la Iglesia porque lamentaba que en ella se hablaba mucho pero se actuaba poco.
Menos gestos de cara a la galería, y más hacer por esa igualdad que tan necesaria es. Porque hoy también es ocho de marzo. Y mañana.
¿Un ejemplo de hacer? “Carmen y Lola”.
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