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Cuentan que los borrachos y los niños son los únicos que dicen la verdad; y quizá por eso el niño que pudiera contarnos esta historia, de tanta inocencia que parece transmitir, nos abre puertas, o nos hace detectar claves, o simplemente nos dirige los ojos ante algo que tenemos justo delante de nuestras narices pero que no conseguimos detectar porque no hay más ciego que quien que no quiere ver.
Muchas veces -demasiadas- tendemos a complicarnos la vida cuando lo más fácil es simplemente eso, hacerlas fáciles. Aunque también ocurre que estamos tan cómodos como estamos, que no queremos ni oír hablar de la palabra cambio. Y eso, no siempre pero casi, es un error.
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