viernes, 12 de febrero de 2010

Cuestión de confianza

Una de las reglas de oro de cualquier periodista es guardar la confidencialidad de sus fuentes. No se trata más que de una cuestión de confianza entre alguien que tiene algo que decir y no puede hacerlo públicamente por las repercusiones negativas que podría tener para su persona, pero que sí resulta interesante su conocimiento por parte del resto de la ciudadanía, y por ello se acude a alguien que puede sacarlo a la luz pública sin necesidad de dar el nombre de donde ha partido todo.
La Historia ha demostrado, con la existencia de importantísimos casos de este tipo, el gran valor que tiene ese secreto profesional del periodista. En tan alta estima se le tiene que hasta las leyes le protegen, en el caso español, como uno de los derechos fundamentales (art. 20.1. d).
En ocasiones se dicen cosas para que se cuenten, y en otras para que no se cuenten pero sí con el objetivo de que se tengan como base del entendimiento de otro asunto más relevante.
Lo fundamental en toda esta historia es la confianza mutua que existe entre confidente y periodista. Algo que por estas tierras no todo el mundo parece entender pues no sólo se tiene la duda (de esa confianza) sino que incluso se hace pública. Al final quien no queda demasiado bien es el dubitativo pues ha faltado a una honestidad que exige pero de la que no da ejemplo. Al menos en el caso en el que he sido (creo) testigo.

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