En esta época de jornadas aceituneras he conocido a un chaval de origen africano, residente en España desde hace nueve años -está a un paso de conseguir la nacionalidad-, practicante de la religión islámica, y con unos sentimientos y convicciones profundamente arraigados en su país de origen.
En alguna de las muchas conversaciones que hemos tenido le he intenado alentar para que actúe por cambiar la cultura arcaica y completamente desfasada en la que vive aún sumido su pueblo; él es joven (tiene 19 años), por lo que cuenta con las fuerzas y ganas necesarias para cambiar una situación marcada por la marginalidad de la mujer -en todos los sentidos-. Sin embargo, y aunque la edad física sí es propicia para trabajar por ese cambio, la voluntad es bien distinta. Y es que este chico se escandaliza porque los españoles matamos a nuestras mujeres (violencia doméstica); él reconoce que el pegarle a la mujer es práctica normal y habitual en su tierra, pero ¡matarla! ¡qué barbaridad!. Si a eso le unimos que la mujer casada no sólo no puede tocar a ningún hombre que no sea su marido, y por supuesto nadie puede entrar en casa cuando ella está sola y él trabajando o simplemente fuera (así evitan tener que matarla, porque, según dice convencido, los españoles que matan a sus mujeres es porque ellas se han acostado con otro aprovechando que el marido estaba fuera, de ahí que cuando él se entera... la mata, lógicamente porque él haría lo mismo), se nos va vislumbrando un panorama completamente oscuro donde la mujer viene a ser algo así como una propiedad más del hombre.
Podríamos hablar de bastantes cosas más en esta misma línea, aunque entiendo que baste este ejemplo para que nos planteemos seriamente si queremos realmente la Alianza de Civilizaciones que tanto se está potenciando y proclamando desde determinados ámbitos.
En alguna de las muchas conversaciones que hemos tenido le he intenado alentar para que actúe por cambiar la cultura arcaica y completamente desfasada en la que vive aún sumido su pueblo; él es joven (tiene 19 años), por lo que cuenta con las fuerzas y ganas necesarias para cambiar una situación marcada por la marginalidad de la mujer -en todos los sentidos-. Sin embargo, y aunque la edad física sí es propicia para trabajar por ese cambio, la voluntad es bien distinta. Y es que este chico se escandaliza porque los españoles matamos a nuestras mujeres (violencia doméstica); él reconoce que el pegarle a la mujer es práctica normal y habitual en su tierra, pero ¡matarla! ¡qué barbaridad!. Si a eso le unimos que la mujer casada no sólo no puede tocar a ningún hombre que no sea su marido, y por supuesto nadie puede entrar en casa cuando ella está sola y él trabajando o simplemente fuera (así evitan tener que matarla, porque, según dice convencido, los españoles que matan a sus mujeres es porque ellas se han acostado con otro aprovechando que el marido estaba fuera, de ahí que cuando él se entera... la mata, lógicamente porque él haría lo mismo), se nos va vislumbrando un panorama completamente oscuro donde la mujer viene a ser algo así como una propiedad más del hombre.
Podríamos hablar de bastantes cosas más en esta misma línea, aunque entiendo que baste este ejemplo para que nos planteemos seriamente si queremos realmente la Alianza de Civilizaciones que tanto se está potenciando y proclamando desde determinados ámbitos.
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