Ayer experimenté directamente el sentimiento uva morada. Sí, sí, el de aquella a la que su prima, la uva verde, le dice "respira, respira, respira...".
Todo sucedió cuando tras más de tres meses sin practicar atletismo de manera regular estaba empezando a coger un poquito la forma, seguir con cierta periodicidad la rutina de rodar cuatro días a la semana e ir dos días al gimnasio... lo dicho, lo habitual para participar en las carreras que se van organizando en esos pueblos de Dios, y que concluiría con la asistencia a un maratón en el último trimestre del año (aún no me he decidido por ninguno. Tengo varios en cartera, y las zapatillas compradas).
Decía que cuando estaba acomodándome a esto del correr tras el largo descanso que ha significado una eterna campaña de recogida de aceituna, voy y me tuerzo el tobillo. Y no fue ni entrenando, ni haciendo series, ni en una carrera, ni jugando al fútbol... nada de eso. Ocurrió el sábado mientras paseaba por el campo. Lo peor no es lo del esguince, sino que al día siguiente tenía previsto participar en la media maratón de Castro del Río (Córdoba). Lo que más me dolió en el momento del traspies no fue el crujido que sentí sino el saber que todo volvería a ralentizarse, y, sobre todo, el no poder correr al día siguiente.
Como soy un tipo previsor, y dado que en los últimos días había sentido las piernas muy cargadas, ya había reservado cita, para el lunes, con LA FISIO para un masaje de descarga. Tras lo del esguince, mantuve la consulta y pensé que sería ella quien decidiría si me hacía el masaje o finalmente me trataría el tobillo. Yo, lo reconozco, tenía la esperanza de que optara por el masaje ya que el esguince parecía leve pues podía andar sin problemas, con alguna molestia, pero sin cojear ni nada, y un pequeñísimo dolor más que llevadero.
Pero rápidamente mi gozo quedó en un pozo. En cuanto se lo dije, y sin dudarlo ni por un momento, me dijo que "eso hay que tratarlo" ya que no era tan leve como yo pensaba sino, otra vez, un grado dos pues así lo indicaba el derrame que ya se había hecho presente por ambas partes del tobillo, y una inflamación que hacía que el propio tobillo se perdiera a la vista. Tengo que reconocer que en cuanto me lo dijo se me puso el cuerpo malo, y con razón porque después llegó lo que me imaginaba.
Más que un parto, o un potro de tortura china me sentía como Águila Roja cuando lo detuvo el comisario y le torturaba a latigazo limpio para sacarle una confesión. Seguramente alguien pensará que estoy exagerando, pero no es más que la pura realidad. ¡Qué jodido es esto de recuperar un esguince!. Aunque Pili no hacía más que darme conversación para que tuviera la mente ocupada y no me acordara del dolor, en ocasiones era tan insoportable que hasta se me olvidaba respirar.... como a la uva morada.
Al final el sufrimiento, como en tantos otros contextos, volvió a merecer la pena, la inflamación casi desapareció, del derrame no quedó más que un pequeño rastro... y en unos días volveré a estar corriendo.
Todo sucedió cuando tras más de tres meses sin practicar atletismo de manera regular estaba empezando a coger un poquito la forma, seguir con cierta periodicidad la rutina de rodar cuatro días a la semana e ir dos días al gimnasio... lo dicho, lo habitual para participar en las carreras que se van organizando en esos pueblos de Dios, y que concluiría con la asistencia a un maratón en el último trimestre del año (aún no me he decidido por ninguno. Tengo varios en cartera, y las zapatillas compradas).
Decía que cuando estaba acomodándome a esto del correr tras el largo descanso que ha significado una eterna campaña de recogida de aceituna, voy y me tuerzo el tobillo. Y no fue ni entrenando, ni haciendo series, ni en una carrera, ni jugando al fútbol... nada de eso. Ocurrió el sábado mientras paseaba por el campo. Lo peor no es lo del esguince, sino que al día siguiente tenía previsto participar en la media maratón de Castro del Río (Córdoba). Lo que más me dolió en el momento del traspies no fue el crujido que sentí sino el saber que todo volvería a ralentizarse, y, sobre todo, el no poder correr al día siguiente.
Como soy un tipo previsor, y dado que en los últimos días había sentido las piernas muy cargadas, ya había reservado cita, para el lunes, con LA FISIO para un masaje de descarga. Tras lo del esguince, mantuve la consulta y pensé que sería ella quien decidiría si me hacía el masaje o finalmente me trataría el tobillo. Yo, lo reconozco, tenía la esperanza de que optara por el masaje ya que el esguince parecía leve pues podía andar sin problemas, con alguna molestia, pero sin cojear ni nada, y un pequeñísimo dolor más que llevadero.
Pero rápidamente mi gozo quedó en un pozo. En cuanto se lo dije, y sin dudarlo ni por un momento, me dijo que "eso hay que tratarlo" ya que no era tan leve como yo pensaba sino, otra vez, un grado dos pues así lo indicaba el derrame que ya se había hecho presente por ambas partes del tobillo, y una inflamación que hacía que el propio tobillo se perdiera a la vista. Tengo que reconocer que en cuanto me lo dijo se me puso el cuerpo malo, y con razón porque después llegó lo que me imaginaba.
Más que un parto, o un potro de tortura china me sentía como Águila Roja cuando lo detuvo el comisario y le torturaba a latigazo limpio para sacarle una confesión. Seguramente alguien pensará que estoy exagerando, pero no es más que la pura realidad. ¡Qué jodido es esto de recuperar un esguince!. Aunque Pili no hacía más que darme conversación para que tuviera la mente ocupada y no me acordara del dolor, en ocasiones era tan insoportable que hasta se me olvidaba respirar.... como a la uva morada.
Al final el sufrimiento, como en tantos otros contextos, volvió a merecer la pena, la inflamación casi desapareció, del derrame no quedó más que un pequeño rastro... y en unos días volveré a estar corriendo.
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