¡Vaya tela el frío que hace estos días!. Menos mal que la luz sólo va a subir un 10% a partir del 1 de enero, y el gas sólo un 4%, que si no, no se qué íbamos a hacer para calentarnos.
El otro día, y a cuenta de las bajas temperaturas, me pasó una cosa increíble. Fue el día 24 a eso de las siete y media de la mañana. Como he hecho otras muchas veces, y eso que en esta ocasión no era tan temprano como habitualmente, fui a correr un ratito. Lo novedoso es que me fui con un gorro de lana para cubrirme las orejas, pues dos días antes también salí, pero sin gorro, y lo pasé bastante mal; incluso pensé en algún momento que las tenía congeladas y que se me caerían con sólo tocarlas... como en las películas.
Lo cierto que en esta ocasión el gorro cumplió perfectamente con la misión encomendada, y el rodaje salió bastante bien. En cualquier caso, noté que hacía bastante frío porque a pesar de que había corrido 12 kilómetros, y que iba con guantes, gorro, mallas largas, doble camiseta... no tenía ni pizca de calor.
Lo gracioso fue que cuando llegué a mi casa, pasadas las ocho y media de la mañana, un vecino, tras darme los buenos días, llamó la atención sobre algo extraño que tenía en el gorro. Rápidamente me miré en el espejo del ascensor y comprobé que tenía parte del gorro congelado, o mejor dicho, con hielo procedente -imagino- de la escarcha que cae al amanecer en las jornadas de bajas temperaturas.
¡Menos mal que me llevé el gorro, que si no, esta vez sí que me quedo sin orejas, y quizá sin algo más!
Para tener notario de lo ocurrido, aquí os dejo una foto que me hice nada más entrar en casa.
¡Vaya tela el fríííííííííííííííííííío que hace!
Lo cierto que en esta ocasión el gorro cumplió perfectamente con la misión encomendada, y el rodaje salió bastante bien. En cualquier caso, noté que hacía bastante frío porque a pesar de que había corrido 12 kilómetros, y que iba con guantes, gorro, mallas largas, doble camiseta... no tenía ni pizca de calor.
Lo gracioso fue que cuando llegué a mi casa, pasadas las ocho y media de la mañana, un vecino, tras darme los buenos días, llamó la atención sobre algo extraño que tenía en el gorro. Rápidamente me miré en el espejo del ascensor y comprobé que tenía parte del gorro congelado, o mejor dicho, con hielo procedente -imagino- de la escarcha que cae al amanecer en las jornadas de bajas temperaturas.
¡Menos mal que me llevé el gorro, que si no, esta vez sí que me quedo sin orejas, y quizá sin algo más!
Para tener notario de lo ocurrido, aquí os dejo una foto que me hice nada más entrar en casa.
¡Vaya tela el fríííííííííííííííííííío que hace!
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