Varias acciones que he realizado últimamente me han llevado a reflexionar sobre lo mucho y bien que ha avanzado nuestro primer mundo. Cosas que a día de hoy son tan habituales en nuestras vidas, que las vemos tan normales, que realmente no llegamos a valorar su verdadera importancia. Me refiero a acciones tan simples como consultar el saldo del banco vía internet desde nuestra casa; o hacer una transferencia; o consultar un producto en una tienda de Londres, comprarlo con el ordenador, pagarlo con caja electrónica, y en unos días nos llega a nuestra casa sin excesivo coste; leer un sin fin de periódicos de todo el mundo desde nuestra casa; viajar en avión a Milán o Londres o Dublín... a un menor precio de lo que nos costaría, por ejemplo, ir en coche a Madrid...
Y así podríamos seguir horas. Se trata de avances tan importantes, que han cambiado, están cambiando, y aún seguirán cambiando nuestra vida de tal manera que, como digo, muchas veces no somos realmente conscientes de ello, o al menos no le damos la importancia, la dimensión que realmente tienen.
Un ejemplo más es que si todo esto es importante, hay otras cosas más simples y que, sin embargo, tienen muchísima más importancia, aunque les tengamos mucha menos consideración... prácticamente ninguna. Me refiero, por ejemplo, a abrir un grifo y que salga agua. O darle a un botoncito de la pared, y que se ilumine una habitación. O tener comida en casa, durante días, y que no se eche a perder.
Si nos paramos a pensarlo, resulta increíble. Pero el verdadero valor lo encontramos cuando nos falta. Así ha pasado hace unas semanas, por ejemplo, con el agua en mi pueblo. Las lluvias torrenciales provocaron un corte en la red general, y eso hizo que cientos de personas se quedaran sin agua corriente en casa durante días. La solución fue que grandes camiones se colocaran en un punto del pueblo al que había que ir con cacharros para llevar a casa el agua que nos hiciera falta. ¡Qué coñazo! ¡Vaya fastidio! ¡Un problemón!... y todo de algo tan -en apariencia- simple.
¡Dios mío, cómo hemos avanzado!
Y así podríamos seguir horas. Se trata de avances tan importantes, que han cambiado, están cambiando, y aún seguirán cambiando nuestra vida de tal manera que, como digo, muchas veces no somos realmente conscientes de ello, o al menos no le damos la importancia, la dimensión que realmente tienen.
Un ejemplo más es que si todo esto es importante, hay otras cosas más simples y que, sin embargo, tienen muchísima más importancia, aunque les tengamos mucha menos consideración... prácticamente ninguna. Me refiero, por ejemplo, a abrir un grifo y que salga agua. O darle a un botoncito de la pared, y que se ilumine una habitación. O tener comida en casa, durante días, y que no se eche a perder.
Si nos paramos a pensarlo, resulta increíble. Pero el verdadero valor lo encontramos cuando nos falta. Así ha pasado hace unas semanas, por ejemplo, con el agua en mi pueblo. Las lluvias torrenciales provocaron un corte en la red general, y eso hizo que cientos de personas se quedaran sin agua corriente en casa durante días. La solución fue que grandes camiones se colocaran en un punto del pueblo al que había que ir con cacharros para llevar a casa el agua que nos hiciera falta. ¡Qué coñazo! ¡Vaya fastidio! ¡Un problemón!... y todo de algo tan -en apariencia- simple.
¡Dios mío, cómo hemos avanzado!
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