No sé si es real, o no, el cabreo que presuntamente se habría producido en el sector aceitero al hilo de la denominada Operación Lucerna (esa actuación policial por la que la Guardia Civil habría desmantelado una red que compraba aceite de aguacate y de palma procedente de Sudamérica para, después, hacer las mezclas oportunas y venderlo como aceite de oliva virgen extra).
Utilizo el término "presunto" porque, según publicaba ayer Diario Jaén, el sector estaría que arde reclamando al Subdelegado del Gobierno que se diga públicamente las empresas aceiteras que han participado en el fraude, en lugar de limitarse a hablar de forma genérica de la provincia de Jaén. Y hablo de "presuntamente" porque el Subdelegado también ha dicho que aquellos que se han puesto en contacto con él para pedir información se les ha facilitado, siempre dentro de lo que permite la investigación y la legislación.
Al margen de que esto haya sido así, o no, y de que detrás de todo ello pueda haber cosas que trascienden lo meramente informativo, o no, sí me resulta tremendamente atractivo el debate que suscita: ¿debe decirse el nombre de los fulleros?.
Y digo esto porque me consta que la Junta de Andalucía realiza inspecciones/controles periódicos con numerosos alimentos, entre ellos el aceite de oliva, para ver si son lo que realmente dicen ser; y prácticamente siempre descubren alguna marca fraudulenta. La cosa se solventa con una sanción administrativa, es decir, con una multa pero nunca dando públicamente los nombres de los tramposos. Y eso no pasa sólo con el aceite sino con otros productos; de hecho, me consta que alguna empresa jamonera sevillana tuvo que gastarse una pasta en decir que ella no hacía fraude en la venta de sus jamones cuando trascendió una información sobre venta fraudulenta de este producto, y todos los ojos se volvían hacia ella. Se gastó una pasta para limpiar.... digamos, su buen nombre. Y el fullero, una simple multa, y se va de rositas.
Está claro. Hay que decir al culpable desde el primer momento, aquel en el que pueda decirse, para que sea el defraudador quien deba convencer a su clientela de que ya no le va a engañar más.
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