Eran las ocho de la mañana, seis minutos y 46 segundos del 12 de mayo del año 2019. Jamás lo olvidaré. Hace en este preciso momento un año. Justo un año. ¡Qué duro fue!
Después de 21 horas 6 minutos y 46 segundos cruzaba la meta -situada en la Alameda de Ronda- de los 101 km de Ronda.
Me costó sangre, sudor, lágrimas... (y no hablo metafóricamente) acabar, pero al final lo hice. No tenía en ese momento, ni mucho menos, la sensación del ganador al cruzar la meta. No. Llevaba derrotado muchas horas porque si la distancia y la prueba ya son duras de por sí, las extremas condiciones climatológicas de calor la endurecieron (prueba de ello son el 48% de abandonos, los 3 ictus y los 2 infartos de los que informó la organización).
A medida que pasa el tiempo, y analizas la situación con distancia y perspectiva, te das cuenta del verdadero valor de lo realizado. No obstante, lo pasé tan mal, sufrí tanto, me sentí tan desesperado, tan derrotado, tan agotado, que jamás olvidaré la peor experiencia de mi vida deportiva.
¿Lo positivo? Que pese a las durísimas condiciones, las tres deshidrataciones sufridas, las heridas físicas que en condiciones normales te hacen desistir, no ya de una carrera, sino de una simple caminata... digo que pese a todos esos elementos en contra, saqué fuerzas de donde no las había, incluso mentales porque la mente exigía el abandono, y gracias a cierta lucidez neuronal (tuvo que haberla porque, de otra forma, no se entiende) apoyado en los mensajes de ánimo y aliento que me llegaban de la familia vía WhatsApp, el pundonor deportista y también humano me permitió acabar lo que había empezado el día anterior a las once de la mañana.
Hoy releo, no sin emoción (me es imposible evitarla), la crónica de aquella durísima jornada (PULSAR AQUÍ).
¡¡Qué duro fue!! Jamás lo olvidaré.
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