lunes, 2 de noviembre de 2009

Cierto dolor es bueno

Hace algunas semanas me sorprendí leyendo el cuadernillo de economía de un dominical. Me llamó tremendamente la atención que un gran empresario de este país, propietario de una multinacional con sede en España y que gana una pasta, tanto la empresa como él, decía que su filosofía de empresa pasaba por estar siempre al pie del cañón, y tiraba de refranero -todos sabéis lo aficionado que soy al refranero español y al proverbiero chino- para justificarlo diciendo que El ojo del amo engorda el caballo. Es decir, que para que los negocios vayan bien hay que estar muy encima, vigilar al caballo, y darle de comer...
Me parece una filosofía muy acertada, aunque no es aplicable únicamente al mundo de los negocios y de la empresa sino a cualquier ámbito de la vida.
En cualquier caso, este hombre viene a confirmar con esta teoría aquello de que la única forma de que mires por algo es que te duela, que lo sientas y si va mal tú te sientas mal. Por eso es bueno cierta clase de dolor, aquella que te hace reaccionar, ponerte las pilas, tener enchufados los siete sentidos porque de lo contrario no sólo fracasa tu historia sino tú mismo.
Qué lástima que esto sólo se aplique en la empresa privada. Otro gallo nos contaría si en la Administración se midiera por este mismo rasero; pero la cruda y dura realidad nos demuestra que ante el dolor positivo -que también lo hay en lo público- triunfa, y de qué manera, aquellos otros dichos como A mi plin, yo duermo en pikolín, o el aún más dramático Yo, para lo que me queda en este convento, me cago dentro.

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