El periodista Carlos del Amor es sobre todo un contador de historias. Así nos lo demuestra cada día con su trabajo en TVE, y así lo dejó claro con La vida a veces, su primera incursión editorial que, como ya os conté en su día, no me gustó.
Hoy vengo a hablar de El año sin verano (Carlos del Amor. Espasa. Barcelona. 2015. Segunda edición). Ayer acabé de leerlo. El libro se publicó en febrero del año 2015, y ese mismo mes apareció la segunda edición; el ejemplar que yo manejo es de esa segunda hornada pues me lo regalaron en marzo de 2015, por mi santo.
Tras el fiasco que me supuso su primera obra, tenía miedo de enfrentarme a la segunda. Así era porque Carlos del Amor es para mí un referente periodístico, y tanto esperaba de él en su paso al papel, que la decepción fue enorme. ¿Me romperá otra vez el corazón? No es que esas dudas hayan hecho que mi lectura de su segundo libro se haya retrasado más de tres años. Ayer acabé de leer, por tercera vez, El año sin verano. En este tiempo he realizado tres lecturas completas del libro, además de otras dos parciales.
Mi esposa se reía cada vez que me veía, otra vez, con él en las manos. Y yo mismo me autoacusaba de incumplir uno de mis principios más sagrados, tomado prestado de un gran hombre que decía: "hay tanto que leer y tan poco tiempo en esta vida". Sin embargo, así ha sido la cosa. ¿Parece exagerado? Es mi forma de decir, y es verídico, que me ha gustado.
El año sin verano es la novela de Carlos del Amor que estábamos esperando. No me gusta que el protagonista (que no tiene nombre) sea otra vez (como en La vida a veces) alguien que no acaba de encontrar las ideas para escribir un libro. Pero al margen de ese inicio similar, el resto es distinto; de hecho, estamos ante un recurso que le permite ofrecernos dos finales.
Quien escribe reside en un bloque de vecinos desierto (todos se han ido de vacaciones) de Madrid. Un día encuentra en el suelo un manojo de llaves; se trata de la copia que tiene la portera para entrar a todos los pisos del edificio, y que perdió accidentalmente. Nuestro protagonista lo ha encontrado, y ahora lo usa para investigar las vidas de sus vecinos aprovechando que no están.
Los descubrimientos que va realizando son los que conformarán su novela, y especialmente uno: la muerte de una de las inquilinas ocurrida hace años. ¿Ana se suicidó o fue asesinada?
El libro desarrolla una interesante trama en torno a la investigación del trágico suceso que se ve complementada con las historias de otros vecinos: Simón (el marido), doña Margarita, Juan (el actor), doña Amalia (la portera), Marcos (el cartero), Héctor, el inspector Garrido y Manuel Aranda (el propietario del bloque).
Carlos del Amor va desarrollando la historia de cada personaje, buceando en su pasado para conocer las claves de sus vidas presentes, y lógicamente añadiéndoles una pizca (o un mucho) de imaginación para elaborar el resultado final.
El autor hace lo que mejor se le da, contar historias, pero mejora el asunto utilizando un elemento que representa uno de los deportes nacionales de nuestro país (o no se si quizá de la especie humana): meternos en las vidas de los demás.
Pero para Carlos del Amor no se trata sólo de contar, sino de sacar conclusiones, o al menos de plantear elementos sobre los que reflexionar. Es su estilo, su mejor estilo, y aquí lo encontramos.
En mi lista de espera de libros por leer, Confabulación está ya cerca. Lo tengo desde que se publicó el año pasado, pero me resultaba imposible abrir sus páginas sin haber leído antes El año sin verano, y haber escrito su correspondiente catite. Ya puedo relajarme.
Hoy vengo a hablar de El año sin verano (Carlos del Amor. Espasa. Barcelona. 2015. Segunda edición). Ayer acabé de leerlo. El libro se publicó en febrero del año 2015, y ese mismo mes apareció la segunda edición; el ejemplar que yo manejo es de esa segunda hornada pues me lo regalaron en marzo de 2015, por mi santo.
Tras el fiasco que me supuso su primera obra, tenía miedo de enfrentarme a la segunda. Así era porque Carlos del Amor es para mí un referente periodístico, y tanto esperaba de él en su paso al papel, que la decepción fue enorme. ¿Me romperá otra vez el corazón? No es que esas dudas hayan hecho que mi lectura de su segundo libro se haya retrasado más de tres años. Ayer acabé de leer, por tercera vez, El año sin verano. En este tiempo he realizado tres lecturas completas del libro, además de otras dos parciales.
Mi esposa se reía cada vez que me veía, otra vez, con él en las manos. Y yo mismo me autoacusaba de incumplir uno de mis principios más sagrados, tomado prestado de un gran hombre que decía: "hay tanto que leer y tan poco tiempo en esta vida". Sin embargo, así ha sido la cosa. ¿Parece exagerado? Es mi forma de decir, y es verídico, que me ha gustado.
El año sin verano es la novela de Carlos del Amor que estábamos esperando. No me gusta que el protagonista (que no tiene nombre) sea otra vez (como en La vida a veces) alguien que no acaba de encontrar las ideas para escribir un libro. Pero al margen de ese inicio similar, el resto es distinto; de hecho, estamos ante un recurso que le permite ofrecernos dos finales.
Quien escribe reside en un bloque de vecinos desierto (todos se han ido de vacaciones) de Madrid. Un día encuentra en el suelo un manojo de llaves; se trata de la copia que tiene la portera para entrar a todos los pisos del edificio, y que perdió accidentalmente. Nuestro protagonista lo ha encontrado, y ahora lo usa para investigar las vidas de sus vecinos aprovechando que no están.
Los descubrimientos que va realizando son los que conformarán su novela, y especialmente uno: la muerte de una de las inquilinas ocurrida hace años. ¿Ana se suicidó o fue asesinada?
El libro desarrolla una interesante trama en torno a la investigación del trágico suceso que se ve complementada con las historias de otros vecinos: Simón (el marido), doña Margarita, Juan (el actor), doña Amalia (la portera), Marcos (el cartero), Héctor, el inspector Garrido y Manuel Aranda (el propietario del bloque).
Carlos del Amor va desarrollando la historia de cada personaje, buceando en su pasado para conocer las claves de sus vidas presentes, y lógicamente añadiéndoles una pizca (o un mucho) de imaginación para elaborar el resultado final.
El autor hace lo que mejor se le da, contar historias, pero mejora el asunto utilizando un elemento que representa uno de los deportes nacionales de nuestro país (o no se si quizá de la especie humana): meternos en las vidas de los demás.
Pero para Carlos del Amor no se trata sólo de contar, sino de sacar conclusiones, o al menos de plantear elementos sobre los que reflexionar. Es su estilo, su mejor estilo, y aquí lo encontramos.
En mi lista de espera de libros por leer, Confabulación está ya cerca. Lo tengo desde que se publicó el año pasado, pero me resultaba imposible abrir sus páginas sin haber leído antes El año sin verano, y haber escrito su correspondiente catite. Ya puedo relajarme.
No hay comentarios :
Publicar un comentario