Hoy hace una semana que estoy en el dique seco. No es por falta de ganas, sino porque el domingo pasado, cuando había salido bien temprano para un entrenamiento de 20 kilómetros, tuve una caída, tonta, pero caída que me tiene desde entonces con la pata entumía, que cantábamos en mi pandilla de jóvenes cuando nos habíamos tomado unas copas de más.
Lo más doloroso no es que cuando tan sólo había recorrido 8 kms por una carretera de mi pueblo puse el pie izquierdo en el borde del asfalto con la cuneta, y el pequeño escalón de unos cinco centímetros de desnivel que allí me llevó bruscamente al suelo; tampoco es el esguince de grado dos que me hecho; ni la fuerte herida en una mano; ni que se me haya roto el pulsómetros de casi 100 euros; ni que tuviera que regresar andando a casa (los 8 kms) porque no pasó ni un puñetero coche en una hora y 20 minutos de caminata; ni el horrible aspecto que presentaba el pie (casi todo negro por el derrame) tras haber ido a trabajar dos días después de la caída por cabezón y por no haberle hecho caso a la médico de guardia que me atendió el domingo y que quiso dar la baja....
Lo que más me duele -además, lo sentí desde un segundo después de la caída, justo cuando me levanté e intenté, sin exito, seguir corriendo- digo que lo más doloroso es que peligra mi participación en San Sebastián. Es lo que más me jode: que no sirvan para nada los más de 1.318 kilómetros que llevo recorridos este año.
La verdad es que me vine abajo cuando mi médico de cabecera me vio el martes, me advirtió de la gravedad del asunto, y me dijo que la baja sería de un mínimo de dos semanas, con reposo absoluto incluido, y poder empezar a correr dentro de mes y medio aproximadamente (el maratón de San Sebastián es el 30 de noviembre, dentro de seis semanas).
Por eso, tras cuatro días con el pie en alto, y dado que la mejoría no llegaba -al menos tan rápido como yo deseaba-, decidí poner en marcha el Plan B. Pedí cita en la clínica de Manolo Pancorbo, en Torredelcampo, y allí una fisoterapeuta me aplicó todo lo contrario a lo que en estos casos aconseja la medicina tradicional: frente al vendaje, el tobillo suelo; ante el reposo, andar con normalidad mientras el dolor aguante; frente a la inmovilización, tratamiento duro de movilidad en la parte afectada. ¿El objetivo? Que la sangre circule por el pie de manera normal y acelere así, de manera natural, la recuperación.
Fue el viernes pasado, de siete a ocho de la tarde. No creo que una sesión de tortura china o de la temida Inquisición tengan nada que envidiarle a lo que a mí me hicieron.
En varias ocasiones se me saltaron las lágrimas. Eché de menos un palo para tenerlo entre los dientes... incluso llegué a pedirlo, y me ofrecieron una toalla... pero como soy un machote, no la acepté. Tres veces estuve a punto de marearme. En los primeros minutos, cuando el masaje era más intenso y duro, mi cuerpo era una cuerda tensionada donde se me olvidaba hasta respirar... la chica me tenía que recordar que debía hacerlo -respirar- para seguir viviendo.
Al final... mereció la pena: entré más cojo que el de Lepanto y salí andando, con alguna molestina, pero andando.
Las dos semanas de baja segura -según mi médico- creo que se van a quedar en una, y aunque me he visto obligado a suspender mi participación en la media maratón de Jaén, del próximo domingo, lo de San Sebastián está asegurado, al menos de momento.
Mañana lunes, también a las siete, segunda y última -espero- sesión de potro de tortura.
Ya os contaré.
Lo más doloroso no es que cuando tan sólo había recorrido 8 kms por una carretera de mi pueblo puse el pie izquierdo en el borde del asfalto con la cuneta, y el pequeño escalón de unos cinco centímetros de desnivel que allí me llevó bruscamente al suelo; tampoco es el esguince de grado dos que me hecho; ni la fuerte herida en una mano; ni que se me haya roto el pulsómetros de casi 100 euros; ni que tuviera que regresar andando a casa (los 8 kms) porque no pasó ni un puñetero coche en una hora y 20 minutos de caminata; ni el horrible aspecto que presentaba el pie (casi todo negro por el derrame) tras haber ido a trabajar dos días después de la caída por cabezón y por no haberle hecho caso a la médico de guardia que me atendió el domingo y que quiso dar la baja....
Lo que más me duele -además, lo sentí desde un segundo después de la caída, justo cuando me levanté e intenté, sin exito, seguir corriendo- digo que lo más doloroso es que peligra mi participación en San Sebastián. Es lo que más me jode: que no sirvan para nada los más de 1.318 kilómetros que llevo recorridos este año.
La verdad es que me vine abajo cuando mi médico de cabecera me vio el martes, me advirtió de la gravedad del asunto, y me dijo que la baja sería de un mínimo de dos semanas, con reposo absoluto incluido, y poder empezar a correr dentro de mes y medio aproximadamente (el maratón de San Sebastián es el 30 de noviembre, dentro de seis semanas).
Por eso, tras cuatro días con el pie en alto, y dado que la mejoría no llegaba -al menos tan rápido como yo deseaba-, decidí poner en marcha el Plan B. Pedí cita en la clínica de Manolo Pancorbo, en Torredelcampo, y allí una fisoterapeuta me aplicó todo lo contrario a lo que en estos casos aconseja la medicina tradicional: frente al vendaje, el tobillo suelo; ante el reposo, andar con normalidad mientras el dolor aguante; frente a la inmovilización, tratamiento duro de movilidad en la parte afectada. ¿El objetivo? Que la sangre circule por el pie de manera normal y acelere así, de manera natural, la recuperación.
Fue el viernes pasado, de siete a ocho de la tarde. No creo que una sesión de tortura china o de la temida Inquisición tengan nada que envidiarle a lo que a mí me hicieron.
En varias ocasiones se me saltaron las lágrimas. Eché de menos un palo para tenerlo entre los dientes... incluso llegué a pedirlo, y me ofrecieron una toalla... pero como soy un machote, no la acepté. Tres veces estuve a punto de marearme. En los primeros minutos, cuando el masaje era más intenso y duro, mi cuerpo era una cuerda tensionada donde se me olvidaba hasta respirar... la chica me tenía que recordar que debía hacerlo -respirar- para seguir viviendo.
Al final... mereció la pena: entré más cojo que el de Lepanto y salí andando, con alguna molestina, pero andando.
Las dos semanas de baja segura -según mi médico- creo que se van a quedar en una, y aunque me he visto obligado a suspender mi participación en la media maratón de Jaén, del próximo domingo, lo de San Sebastián está asegurado, al menos de momento.
Mañana lunes, también a las siete, segunda y última -espero- sesión de potro de tortura.
Ya os contaré.
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