Siempre me ha repateado la gente que se escuda en el anonimato para decir algo, aunque entiendo que en ocasiones pueda justificarse porque sea la única forma de denunciar y no ser perseguido y castigado por el jefedenunciado. Y lo que me puede es aquel que se esconde detrás de las cortinas para insultar.
En mi ánimo estaba no dar cabida a este tipo de cosas cuando echó a andar El Catite. Sin embargo, y como muestra de -entiendo- talante, permití el primer insulto que se vertió en este foro. Yo era el centro de la diana, pero lo publiqué. Lógicamente respondí criticando el anonimato de mi interlocutor, animándole a dar la cara. No lo hizo, pero tampoco fue a más el insulto. A lo mejor le hice comprender... o, a lo peor, no.
Tras aquella primera experiencia no ha habido, afortunadamente, ningún exabrupto más... hasta estos últimos días. Cierto que tanto el contenido del libro publicado por la Asociación de la Prensa de Jaén como alguno de los catites que le he dedicado ha generado un -a mi entender- interesante debate. Tras mi crítica inicial han llegado varios comentarios, unos con más fortuna que otros; incluso he permitido alguna salida de todo y, con muchas dudas pero cediendo finalmente, insultos -unos con alguna gracia, pero otros con poco, muy poco gusto-. En más de una ocasión he estado tentado a no permitir la publicación del comentario, aunque finalmente no lo he hecho en clara apuesta por la libertad de expresión, y queriendo entender que existía alguna razón para permanecer en el anonimato.
Pero lo recibido en los últimos días me resulta ya impresentable. Amparados por el anonimato, los insultos de algunos han ido subiendo de tono e incluso derivándose a cuestiones personales, cuasi a modo de vendetta (quien quiera zanjar cuestiones de honor que rete en duelo a su agresor y lo cite en, por ejemplo, el paraje de Las Lagunillas), que en nada tienen que ver con el origen y el desarrollo de lo aquí planteado.
Por eso, por algún comentario publicado y que finalmente he retirado; por lo que me han dicho personalmente para hacerme ver cosas que intuía pero que me resistía a dar crédito por lo rastrero que me resultaban; y por otros comentarios que han llegado abundando en esa misma línea miserable y que no he dejado ver la luz, sino que he encerrado en el baúl de los peligros... Por todo esto me autoproclamo CENSOR. A partir de este momento declaro la guerra a esa manera de actuar, a la vez que me confieso amante de la ironía, de la acidez, de las verdades aunque puedan resultar dolorosas, de la gracia, del ingenio, de las mentiras piadosas.... y, cómo no, de los proverbios chinos y del siempre sabio refranero español.
Y esto entra en vigor, a partir de hoy, allá donde yo pueda aplicarlo.
P.D. Emprendo el camino ya recorrido por Cela, aunque no sé si acabaré como él.
En mi ánimo estaba no dar cabida a este tipo de cosas cuando echó a andar El Catite. Sin embargo, y como muestra de -entiendo- talante, permití el primer insulto que se vertió en este foro. Yo era el centro de la diana, pero lo publiqué. Lógicamente respondí criticando el anonimato de mi interlocutor, animándole a dar la cara. No lo hizo, pero tampoco fue a más el insulto. A lo mejor le hice comprender... o, a lo peor, no.
Tras aquella primera experiencia no ha habido, afortunadamente, ningún exabrupto más... hasta estos últimos días. Cierto que tanto el contenido del libro publicado por la Asociación de la Prensa de Jaén como alguno de los catites que le he dedicado ha generado un -a mi entender- interesante debate. Tras mi crítica inicial han llegado varios comentarios, unos con más fortuna que otros; incluso he permitido alguna salida de todo y, con muchas dudas pero cediendo finalmente, insultos -unos con alguna gracia, pero otros con poco, muy poco gusto-. En más de una ocasión he estado tentado a no permitir la publicación del comentario, aunque finalmente no lo he hecho en clara apuesta por la libertad de expresión, y queriendo entender que existía alguna razón para permanecer en el anonimato.
Pero lo recibido en los últimos días me resulta ya impresentable. Amparados por el anonimato, los insultos de algunos han ido subiendo de tono e incluso derivándose a cuestiones personales, cuasi a modo de vendetta (quien quiera zanjar cuestiones de honor que rete en duelo a su agresor y lo cite en, por ejemplo, el paraje de Las Lagunillas), que en nada tienen que ver con el origen y el desarrollo de lo aquí planteado.
Por eso, por algún comentario publicado y que finalmente he retirado; por lo que me han dicho personalmente para hacerme ver cosas que intuía pero que me resistía a dar crédito por lo rastrero que me resultaban; y por otros comentarios que han llegado abundando en esa misma línea miserable y que no he dejado ver la luz, sino que he encerrado en el baúl de los peligros... Por todo esto me autoproclamo CENSOR. A partir de este momento declaro la guerra a esa manera de actuar, a la vez que me confieso amante de la ironía, de la acidez, de las verdades aunque puedan resultar dolorosas, de la gracia, del ingenio, de las mentiras piadosas.... y, cómo no, de los proverbios chinos y del siempre sabio refranero español.
Y esto entra en vigor, a partir de hoy, allá donde yo pueda aplicarlo.
P.D. Emprendo el camino ya recorrido por Cela, aunque no sé si acabaré como él.
1 comentario :
No pasa nada si somos críticos con nuestra profesión, ello debe servir para mejorarla que falta le hace. El problema es cuando pasamos al insulto. En esto de dar guantás a diestro y siniestro somos unos fieras en el mundillo periodístico. Las opiniones son respetables, las injurias despreciables y más aún si se esconden tras un cobarde anónimo. No es censura evitar la publicación de malevolencias que simplemente buscan hacer daño, en la mayoría de los casos por envidia y resentimiento.
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