lunes, 11 de mayo de 2009

Algo está pasando... pero ¿qué?

Ocurrió hace unos años. Fue en el poblado que hay junto a la montaña. El Consejo de Ancianos decidió que había llegado la hora de reformar un rellano, junto al río, donde había una especie de jardinillos a los que las mujeres acudían a secar la ropa tras haberla lavado sobre las rocas de la orilla.
La idea era mejorar el lugar pensando, sobre todo, en quienes lo utilizaban a diario. Pero alguien corrió la voz de que no todo era tan bonito como lo pintaban. Parece ser -decían- que también quieren quitar la encina casi milenaria que nos da sombra, y a la que tanto aprecio le tenemos porque forma parte de nuestra historia.
El malestar fue general ante el rumor, e incluso se organizó una concentración de protesta ante la cabaña donde se reunía el Consejo. Los Ancianos no sabían qué ocurría al sentir tanto alboroto fuera; por eso, uno de ellos salió, preguntó, volvió dentro, y al instante el Consejo en pleno -algo muy poco habitual- salió para dirigirse a los vecinos. No había nada que temer porque no sólo la encina sino el resto de árboles que hacían de aquel entorno un lugar paradisíaco iban a seguir estando allí. De hecho, nunca se había, ni siquiera, planteado otra cosa.
Las familias se retiraron, aunque con la mosca detrás de la oreja. Estuvieron pendientes de las obras, y finalmente el Consejo cumplió su palabra: la reforma se realizó, y los árboles seguían estando donde habían estado siempre.
Pocos años después el Consejo decidió arreglar el sendero que unía con la aldea vecina. La calzada duplicaría su anchura, un firme más estable permitiría que los carros circulasen más deprisa... El pero era que había que acabar con todos los árboles -la mayoría de medio siglo de vida- que había en los márgenes del sendero, pero No hay que preocuparse -decían los Ancianos- porque por cada árbol que ahora se tale, plantaremos cinco.
La obra comenzó, unas extrañas máquinas amarillas, con pinta de mala leche, destrozaron sin dudar todo cuanto encontraban a su paso, incluidos árboles de más de 50 años a los que ni siquiera se les brindó una muerte digna. Desaparecían a base de crueles golpes que les desgajaban poco a poco, cual si la Inquisición hubiera vuelto para vengarse de su silencio.
Pero ahora, el pueblo callaba. Ahora, algunos líderes de entre las familias, callaban. Ahora, los ancianos díscolos callaban. A lo mejor es que no era el mismo pueblo, ni los mismos líderes, ni las mismas familias, y los ancianos eran otros... pero lo que sí se mantenía en su sitio, imperturbables -hasta entonces- viendo pasar el tiempo... eran los árboles.
Algo está pasando. Algo ha cambiado. Pero no sé bien qué es. O sí

1 comentario :

jaenita dijo...

Yo creo que ahora los ancianos cobran 3000 mil euros (de pensión).