Sigo pensando que cada vez lo tiene más difícil el concejal Eduardo Castro (responsable de Mantenimiento Urbano) para conseguir la denominada Escoba de plata, ese galardón que se le da a las ciudades más limpias de España, y que ya tuvo Jaén en una ocasión. Si hace unos días contaba en un catite una de las razones por las que dudo de que Castro consiga su objetivo, hoy insisto en esa misma apreciación porque lo de algunos jienenses no tiene nombre.
Al ejemplo que indiqué en el catite al que me he referido antes sobre el pastelón que dejó un perraco en plena Carrera, ante las carcajadas de sus dueños, he de reconocer, una vez más, mi perplejidad ante otro curiosísimo caso del que también fui testigo el otro día. Iba yo andando por la Carretera de Madrid, por la acera frente al hotel Infanta Cristina, cuando me pareció ver que un agüelete estaba meando en uno de los pocos árboles que han dejado vivos las obras del tranvía. Pensé que era fruto de mi imaginación, que no podía ser que algo así ocurriera en ese lugar, a plena luz del día, y teniendo como protagonista a una persona mayor. Pues sí, sí que era real. Cuando faltaban unos metros para que yo llegara al lugar de la evacuación, se ve que el hombre ya terminó y se alejó del árbol subiéndose -sin disimulo- la cremallera, con varias gotitas incluidas en la pernera del pantalón. Aceleró un poquito el paso, no por evitar el que yo llegara, sino porque su señora, muy elegante ella al igual que él, le estaba esperando unos metros más arriba. Se ve que iban dando un paseo... y tuvo una urgencia.
Me quedé asombrado ante la normalidad con la que el abuelo protagonizó el asunto. Y no fui yo el único sorprendido, sino que otro señor que pasaba por allí no sólo quedó perplejo sino que además le espetó un es usted un guarro. Una risita fue lo único que recibió por respuesta del meador.
Este tipo de cosas hacen que no sólo suscriba la necesidad que tienen los jienenses de más escuela en lugar de más escoba, como dije hace unos días, compartiendo íntegramente las palabras que ayer mismo escuché que un hombre decía a otro en pleno Gran Eje: Esto es una vergüenza. De qué sirve que un niñato sepa en qué siglo se descubrió América si luego no tiene ni pizca de educación haciendo cosas como esta. Como os podéis imaginar, no me volví para ver qué es lo que habían hecho. Creo que mi cupo de guarradas empieza a estar lleno... por estos días.
Al ejemplo que indiqué en el catite al que me he referido antes sobre el pastelón que dejó un perraco en plena Carrera, ante las carcajadas de sus dueños, he de reconocer, una vez más, mi perplejidad ante otro curiosísimo caso del que también fui testigo el otro día. Iba yo andando por la Carretera de Madrid, por la acera frente al hotel Infanta Cristina, cuando me pareció ver que un agüelete estaba meando en uno de los pocos árboles que han dejado vivos las obras del tranvía. Pensé que era fruto de mi imaginación, que no podía ser que algo así ocurriera en ese lugar, a plena luz del día, y teniendo como protagonista a una persona mayor. Pues sí, sí que era real. Cuando faltaban unos metros para que yo llegara al lugar de la evacuación, se ve que el hombre ya terminó y se alejó del árbol subiéndose -sin disimulo- la cremallera, con varias gotitas incluidas en la pernera del pantalón. Aceleró un poquito el paso, no por evitar el que yo llegara, sino porque su señora, muy elegante ella al igual que él, le estaba esperando unos metros más arriba. Se ve que iban dando un paseo... y tuvo una urgencia.
Me quedé asombrado ante la normalidad con la que el abuelo protagonizó el asunto. Y no fui yo el único sorprendido, sino que otro señor que pasaba por allí no sólo quedó perplejo sino que además le espetó un es usted un guarro. Una risita fue lo único que recibió por respuesta del meador.
Este tipo de cosas hacen que no sólo suscriba la necesidad que tienen los jienenses de más escuela en lugar de más escoba, como dije hace unos días, compartiendo íntegramente las palabras que ayer mismo escuché que un hombre decía a otro en pleno Gran Eje: Esto es una vergüenza. De qué sirve que un niñato sepa en qué siglo se descubrió América si luego no tiene ni pizca de educación haciendo cosas como esta. Como os podéis imaginar, no me volví para ver qué es lo que habían hecho. Creo que mi cupo de guarradas empieza a estar lleno... por estos días.
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