No recuerdo el día, tampoco el año (dudo entre 1982 y 1984), ni siquiera las circunstancias que rodearon aquel episodio, pero sí tengo claro que quería levantarme a tiempo a toda costa. Por ello, y dado que el partido era a las dos o las tres de la madrugada, quise asegurar: utilizaré el tractor.
En casa teníamos un despertador de aquellos que ya sólo aparecen en las películas antiguas, plateado, redondo, con tres patitas donde apoyarse, y con dos campanas en la parte superior que sonaban como las de Notre Dame cuando llegaba la hora solicitada. No le llamábamos el tractor por eso, sino porque con el simple ruido de la cuerda deshaciéndose y del tic-tac del segundero era imposible dormir en la misma habitación. Por eso lo teníamos parado y en la cámara (segunda planta) de la casa del pueblo.
Pero ésta era una ocasión especial que no se podía perder uno porque sucedía una vez en la vida: España jugaba la final de baloncesto de las Olimpiadas de Los Ángeles contra los estadounidenses. Todo apuntaba a que fregaríamos la olla, pero el acontecimiento era histórico y yo, como fanático del deporte, no quería perdérmelo.
Era verano (eso también lo recuerdo porque dormí en un camastro hecho con una manta verde y negra que todavía conservo) y me fui a la cama antes de lo habitual para poder levantarme. El tractor estaba justo al lado de la almohada, y me fue casi imposible conciliar el sueño.
Llegó el gran momento, me desperté y me cabreé. Ya era de día. El tractor, incomprensiblemente, había fallado. No sonó. Quizá puse mal la hora. Mi cabreo se cruzó pronto con el del resto de la familia. En cuanto me vieron todos se abalanzaron contra mí reprochándome el haber dejado sonar el despertador hasta que se acabó la cuerda. “¿Yoooo? ¡¡¡Pero si no ha sonado!!! ¡¡¡Ha fallado!!!”, repliqué rápidamente.
Pero no, el tractor no sólo no falló sino que hizo su trabajo fantásticamente. Despertó a toda la familia.... bueno, a todos no porque yo ni me enteré. El sueño, mi sueño, pudo con los agentes externos, a pesar de que fui yo mismo quien los programó.
Mañana, 24 años después de aquello, eso que sólo ocurre una vez en la vida vuelve a suceder. Esta vez no me lo pierdo ni de coña. Bueno, ni de coña... y porque el partido es a las 8,30 de la mañana.
P.D.: No pondré el tractor, en primer lugar porque creo que no hace falta (ESPERO), y en segundo porque no sé dónde está. El recuerdo me hace ahora añorarlo. El próximo fin de semana que vaya al pueblo me lo traigo seguro y lo coloco en un lugar privilegiado de mi vitrina.
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