domingo, 3 de agosto de 2008

Manuela

Manuela recuerda los buenos tiempos de cuando era mozuela. Los buenos... y los malos, porque también las ha pasado putas. Ese gran bagaje de pros y contras adquirido en la Universidad de la Vida es lo que le permite afrontar con garantías el presente y el futuro.

Tiene sus principios, y con ellos llegará hasta el final. Su especial habilitad para evitar charcos le ha permitido manejar su barco con mano firme, incluso cuando marejadillas, marejadas y algunas veces grandes tempestades han amenazado con quitarle los galones y pasar de capitana a limpiar las letrinas. La constancia ha sido su norte en esas rutas transoceánicas donde en alguna ocasión ha tenido que enseñar los dientes e incluso el cuchillo que llevaba entre ellos. Sin embargo, nunca –todavía- ha aplicado el viejo proverbio chino de más vale una vez morado que ciento colorado. Es prudente, respira muy hondo antes de dar un paso del que luego pudiera arrepentirse, cuenta hasta cien en lugar de hasta diez, e incluso pone la otra mejilla... aunque eso no le sirve más que para afianzarse en su planteamiento y tener preparada toda la artillería por si tiene que participar en un combate a vida o muerte. Todo, hasta el más mínimo detalle, atado y bien atado para que la efectividad del disparo no haya margen posible de error.

Aunque, ya digo, que lo suyo es la diplomacia, el parlamentar, los argumentos, el convencer... –y de ello ha hecho y hace filosofía en su vida-, no le arriendo las ganancias a quien se atreva a retarla en duelo.

Ahora está de vacaciones. Se fue el día 31, y su hijo al día siguiente. Es la primera vez que no comparten destino, y eso le duele. Aunque lo que más daño le causa es la incertidumbre de no saber si habrá reencuentro.

Ella, haciéndose la fuerte –como siempre- y para mantener firme el sentimiento de unidad del resto de la familia, dice con una sonrisa en la boca que lo entiende, que el niño ya es mayor y tiene que vivir su propio destino. Pero yo sé que en su interior se entremezclan un sentimiento de profunda tristeza con la rabia de alguien que querría rebelarse contra una decisión injusta, pero que no lo hace porque no es su estilo.

¿Dónde habrá estudiado y qué habrá aprendido alguien que separa a una madre de su hijo por puro capricho, sin dar opción al entendimiento, y cuando antes ha fracasado poniendo chinitas y chinazas en la relación entre ambos para enfriarla, pero sin conseguirlo ni lo más mínimo? Quizá en la Universidad de la Alta Temperatura, en el Campus de la Endibia, o en la Escuela de la antigua Roma... aunque yo me decanto por afirmar que vive en el Olimpo de la Ignorancia, de ahí su atrevimiento.

A pesar de todo, de tanto puñetero viento en contra, ella sigue demostrando que es una Señora. Otros no pueden decir lo mismo. Eso es lo único que nos queda, la huella que dejamos al pasar por este mundo; algo a lo que algunos, ni por asomo, podrán aspirar siquiera porque los mediocres están condenados al mayor de los castigos: el anonimato y la invisibilidad. Es su sino, y no podrán hacer nada para evitarlo.

No obstante, y ante una injusticia, también queda apelar a la filosofía de Máximo, el Gladiador: Juro que alcanzaré mi venganza en esta vida o en la próxima. Finalmente Cómodo, el César, además de morir prematuramente a manos de Máximo, pasó a la historia por ser un mierda.

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