Fue hace poco menos de un mes (el pasado 10 de julio) cuando me comprometí a través de este blog a correr el Maratón de San Sebastián, y con la condición que la mayoría votasteis. Mi compromiso fue ese, lo dije en su día, y hoy ya he dado el segundo paso –el primero fue asumir el reto-: esta mañana he hecho efectiva la inscripción. Todavía no me han asignado dorsal, pero ya os informaré del número que me corresponde para que podáis animarme tanto en directo (aquellos que se han comprometido a ello) como por la tele si lo emite alguien.
42.195 metros se dice pronto, pero tiene tela. No es la primera vez que los recorro; lo hice en Ciudad Real el 26 de octubre de 2003. Mi objetivo era bajar de 4 horas, y finalmente lo conseguí al parar el reloj en la meta en 3 horas 55 minutos 50 segundos. Estuvo bastante bien para ser mi primer maratón, quedando en el puesto 259 de un total de 358 que acabaron, de los casi 600 inscritos. (No lo haría tan mal cuando la organización ha cogido mi imagen para promocionar la carrera en internet. Sólo tenéis que pulsar aquí, y esperar a que en las fotos que van pasando aparezca un tipo vestido de rosa, con el dorsal 205 y una gorrilla marrón).
Estoy bastante orgulloso de mi marca, sobre todo porque en el kilómetro 33, cuando iba para hacer mucho mejor tiempo –estaba siendo la mejor carrera de mi vida- un gran crujido en la rodilla izquierda casi me hace abandonar. Por mi mente pasaron los casi 1.000 kilómetros que había corrido durante la preparación en los meses anteriores, el hecho de que quedasen apenas 9 kilómetros para la meta, y los 90 euros de subvención que me pagaba mi club en concepto de inscripción y dieta si acababa la carrera. Por tanto, como os podéis imaginar, acabé, cojo, pero acabé. Lo peor, los dos años de médicos que me tiré después, y la promesa de haber corrido mi primer y mi último maratón, como dije justo al cruzar la meta, y largarme de momento al hotel a tomar un baño de agua calentita con espuma –como en las películas- mientras mi cuñado se quedaba dando buena cuenta de las cervezas, paella y demás artículos gastronómicos con los que la organización homenajeaba a los atletas.
Hoy, 8 años después, ya se ha olvidado todo lo malo, y el gusanillo del correr me hace emprender de nuevo esta loca aventura. Con la inscripción pagada (40 euros) y el hotel reservado (90 euros) ya no hay marcha atrás. Salvo fuerza mayor, claro.
Seguiremos hablando.
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