Ocurrió hace año y medio aproximadamente. Una compañera de trabajo me manifestaba el fastidio que le suponía el tener que depilarse. Era su respuesta a la queja que yo le había hecho unos segundos antes sobre el coñazo que para mí es afeitarse todos los días. Con su apreciación vino a decirme algo así como no te quejes tanto porque lo mío es mucho peor.
Llegados a ese punto, yo le repliqué que las dos situaciones no permiten comparación alguna porque lo mío (el afeitarse) es obligación, y lo suyo (el depilarse) es voluntario (porque tú quieres, por estética, por estar guapa, para partir la pana...). Y cuando ya pensaba yo que había ganado el debate, ella me dio una respuesta que no esperaba: (era algo así como...): Y una leche porque yo quiera o porque me guste. Me depilo porque me obliga a ello el entorno, la sociedad en la que vivimos. Ya me lo dirás cuando la presión social te obligue también a ti también. La cosa se acabó ahí, con su comentario (muy en serio) y con una sonrisa mía.
Pues estas semanas me estoy acordando, y mucho, de aquello porque empiezo a sentir ya esa presión social ante algo que me parecía imposible hace apenas 18 meses. Digo que es en estas fechas cuando me salta ese recuerdo a primer plano de mi mente porque nos encontramos en vacaciones, vemos muchos hombres y mujeres en las playas y en casi todos sitios ligeritos, muy ligeritos de ropa, y ahí empezamos a apreciar determinados comportamientos. Me refiero al cada vez mayor número de hombres depilados, tanto las piernas como el tren superior. Eso hace que algunos hombres de mi círculo más o menos próximo hayan hecho ya algún pinito en este sentido; otros lo van a hacer de manera inmediata porque se lleva; hay quien se ha comprado una maquinita en el Lidl para, no depilarse, pero sí ir recortándose los pelillos del pecho y de las axilas... Las mujeres empiezan a demandárselo a sus parejas, y también a quienes no lo hacemos porque estamos muy feos.
Ya digo que esto sucede en un plano doméstico, pero la presión social también me llega en otros ámbitos. Por ejemplo, y según me dice mi fisio, mi querida Pilar, soy el único hombre que voy a recibir los masajes sin depilar. Ella me insta a ello, aunque por pura cuestión práctica, esto es, porque los pelos dificultan su trabajo: el masaje.
Yo, como firme defensor de aquello de El hombre, cuanto más feo más hermoso, sigo apostando por la pelambre, por el pelo en pecho, por la tradición, por el macho ibérico de toda la vida. Ya veremos lo que duro.
¡Joder con la presión social!
Llegados a ese punto, yo le repliqué que las dos situaciones no permiten comparación alguna porque lo mío (el afeitarse) es obligación, y lo suyo (el depilarse) es voluntario (porque tú quieres, por estética, por estar guapa, para partir la pana...). Y cuando ya pensaba yo que había ganado el debate, ella me dio una respuesta que no esperaba: (era algo así como...): Y una leche porque yo quiera o porque me guste. Me depilo porque me obliga a ello el entorno, la sociedad en la que vivimos. Ya me lo dirás cuando la presión social te obligue también a ti también. La cosa se acabó ahí, con su comentario (muy en serio) y con una sonrisa mía.
Pues estas semanas me estoy acordando, y mucho, de aquello porque empiezo a sentir ya esa presión social ante algo que me parecía imposible hace apenas 18 meses. Digo que es en estas fechas cuando me salta ese recuerdo a primer plano de mi mente porque nos encontramos en vacaciones, vemos muchos hombres y mujeres en las playas y en casi todos sitios ligeritos, muy ligeritos de ropa, y ahí empezamos a apreciar determinados comportamientos. Me refiero al cada vez mayor número de hombres depilados, tanto las piernas como el tren superior. Eso hace que algunos hombres de mi círculo más o menos próximo hayan hecho ya algún pinito en este sentido; otros lo van a hacer de manera inmediata porque se lleva; hay quien se ha comprado una maquinita en el Lidl para, no depilarse, pero sí ir recortándose los pelillos del pecho y de las axilas... Las mujeres empiezan a demandárselo a sus parejas, y también a quienes no lo hacemos porque estamos muy feos.
Ya digo que esto sucede en un plano doméstico, pero la presión social también me llega en otros ámbitos. Por ejemplo, y según me dice mi fisio, mi querida Pilar, soy el único hombre que voy a recibir los masajes sin depilar. Ella me insta a ello, aunque por pura cuestión práctica, esto es, porque los pelos dificultan su trabajo: el masaje.
Yo, como firme defensor de aquello de El hombre, cuanto más feo más hermoso, sigo apostando por la pelambre, por el pelo en pecho, por la tradición, por el macho ibérico de toda la vida. Ya veremos lo que duro.
¡Joder con la presión social!
2 comentarios :
No seas cabezota, amigo Catite. No te encierres en el macho ibérico de Fernando Esteso. Los tiempos cambian. Aunque a mí también me fastidia tener que sucumbir a la presión social, reconozco que somos injustos con las mujeres. Ellas nos gustán limpias y depiladas, sensibles, sutiles y delicadas, y nosotros defendemos los pelos por todos lados, la brutalidad ,y el hombre oso. No es justo. Intenta complacer a tu pareja... y a tu masajista. No te queda otra.
Eso, eso, un buen matojo de pelos... como yo, que tengo en todos sitios menos en la cabeza... ¡qué injusto es a veces el Todopoderoso!
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