Viñeta de El Roto, publicada en El País el pasado 23 de marzo
Hace ya unos años que los medios de comunicación a nivel mundial analizan, estudian, debaten... por dónde pasa su futuro y también su presente.
¿Ha muerto el papel? ¿La radio se rendirá al podcast? ¿Es obligada la presencia en redes sociales? ¿La versión digital del medio debe basarse en la gratuidad, o hay que cobrar? ¿Las radios deben emitir contenido audiovisual en la web; las televisiones, entrevistas radiofónicas; y los periódicos, un poco de todo? ¿Hay que adaptar la forma y también el contenido del medio a la pantalla del ordenador, a la televisión, a la tablet, al smartphone...? ¿Es suficiente con una versión web del medio?
El debate es intenso porque del resultado depende que los medios vivan o mueran. De ahí que haya numerosas conclusiones, muchas de ellas contradictorias entre sí, y por ello cada uno apuesta y experimenta con la vía que entiende mejor. Es difícil, muy difícil, determinar quién tiene razón, sobre todo porque no hay una fórmula que esté sobresaliendo sobre las demás, y por tanto el debate sigue más abierto que nunca.
He leído bastante al respecto sin ni siquiera vislumbrar por dónde pueden ir los tiros, sin embargo el dichoso coronavirus me ha generado una reflexión: ¿podría ser que el presente y el futuro del periodismo estuvieran en volver al periodismo?
Me explico.
Todos reconocemos hoy día que el peligro del coronavirus se minusvaloró desde todos los ámbitos, también el periodístico. No hay que recordar ejemplos, bastantes, de periodistas diciendo más o menos que esto era poco más que una gripe, y que la alarma que se estaba generando en otros países, y las medidas adoptadas, eran excesivas y desproporcionadas.
¿Por qué dijimos eso los periodistas? Creo que porque dimos credibilidad a lo que nos dijeron las autoridades, y eso va contra una de las definiciones que más me gusta de cuantas he oído sobre lo que es periodismo: molestar al poder.
En esta cuestión -hablo en términos generales, que no se me ofenda nadie, por favor- no sólo no se ha molestado al poder sino que se ha sido condescendiente con él. Se han dado por buenos datos y consideraciones oficiales que a lo mejor deberían haber sido testadas.
En este momento quiero hacer dos puntualizaciones. UNA. Dar veracidad a lo que decían las autoridades españolas o europeas buscando, por ejemplo, que alguien de China (siendo la realidad de China la que es) lo corroborara resulta extremadamente complicado; pero no os quedéis con el ejemplo sino con la esencia que hay detrás de él. Y DOS. El periodista no es el culpable de esta situación sino una víctima más porque en su día a día debe afrontar mil y una batallas innecesarias; si ya es complicado ofrecer a su editor algo diferente a la generalidad, la cosa se pone más difícil cuando ese mismo periodista debe competir con miles, decenas de miles, cientos de miles... de "ciudadanos-periodistas" que acceden a la profesión por la vía rápida, es decir, subiendo este vídeo, aquella foto o ese otro audio a una red social, y se ha hecho viral. Al periodista le resulta imposible hacer bien su trabajo por lo frenética que se ha convertido la sociedad actual, donde se apuesta por ser el primero en dar la noticia... y eso hace que muchas veces sea imposible tratarla con la profundidad que debería.
Hace unas semanas estuvo en Jaén Edith Rodríguez, corresponsal y relatora en España de Reporteros sin Fronteras. Durante el acto en el que ella participó como ponente (yo estaba entre el público) uno de los asistentes le planteó su disconformidad con que en los últimos tiempos se empiece a cobrar al usuario por acceder a las versiones digitales de los periódicos. Decía este ciudadano que con ello se podría estar impidiendo el acceso de la información a todo el mundo, y que esa barrera económica podría desembocar en que sólo la élite económica de un país estuviera bien informada.
Edith le respondió que a ella no sólo no le parecía mal que se cobrase sino que creía que podría ser lo correcto. Basaba su opinión, más o menos, en que es una realidad en nuestra sociedad que pagamos por aquello que consideramos de importancia, o de calidad, o de prestigio. En un mundo -venía a decir Edith- en el que nos invaden las noticias falsas por todos lados, donde cada vez tienes más dudas sobre si lo que te llega es verdad, ¿por qué no pagar por un producto de calidad que sabes que se ha trabajado de manera adecuada, y donde lo que te cuentan está contrastado?
Concluía Edith su idea apuntando que quizá fuese bueno y necesario que, ante tantos seudo medios de comunicación, surgiesen otros de prestigio, demandados por la ciudadanía -aunque sea pagando-, que triunfen, y así el resto se vea obligado a seguir su modelo porque es lo que pide el cliente.
Dejemos de lado el coronavirus y pensemos en la declaración de este alcalde, de aquel presidente de diputación, de ese otro consejero, de cualquier empresario, dirigente vecinal... el periodista necesita tiempo y recursos para hacer su trabajo, para hacer periodismo. Quizá ahí esté el futuro de la profesión y del sector. Creo sinceramente que esto lo sabe el periodista, pero también hace falta que se entere su empresa editora.
O todos metemos el hombro o esto coge un rumbo muy distinto al que debería, ese por el que desgraciadamente va.
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