viernes, 12 de septiembre de 2008

Cuaderno de bitácora (a Jesús): Epílogo

Querido compañero:
A partir del próximo martes volveremos a compartir aventuras y batallas pues, tras el descanso del guerrero, el regreso se hace inevitable (aunque no sé si te encontraré allí o te habrás ido, una vez más, de viaje). Han sido las mías unas jornadas de otropensar necesarias, aunque no hice más que llegar al Reino y ya me llegaron las nuevas de Palacio. A mí, la verdad, no me han pillado por sorpresa pues debemos tener en cuenta que vivimos en una tierra de grandes señores venidos a menos, tocando en ocasiones la nada.
Se ve que ya hemos olvidado que aquel gran país donde no se ponía el sol pasó a verse negro para que le diera un poquito la luz. La ausencia de reyes como Dios manda, y su sustición por regentes y validos más ocupados de sus propios egoísmos, ambiciones personales y ajustes de cuentas les impidió atender a un pueblo que pasaba hambre, y a unas tropas que -también con las tripas necesitadas- no encontraron honor por el que luchar y morir. El resultado fue la llegada de la oscuridad. Y, como quien olvida su pasado está condenado a repetirlo, en estas nos vemos.
En aquella época pasada para olvidar el principio del desastre comenzó con nombres como el cuarto Felipe y su conde-duque de Olivares. ¿Se habrán reencarnado en este tiempo por arte de la magia más mala?
Cuenta el capitán Alatriste en una de sus aventuras, aquella en la que cae en una trampa y conspiración para matar al rey quedando él finalmente acusado del regicidio, que estando el monarca amenazado por una pistola y cuatro espadas, Alatriste logró librarse de ataduras y guardianes, y acudió veloz en defensa de su España. Allí, mientras diseñaba la estrategia para el rescate, relata lo siguiente "El hombre rubio (el rey) no parecía de mucha ayuda: seguía inmóvil, hierático, su escopeta en las manos, mirando a los asesinos que lo cercaban, el aire tan indiferente como si nada de aquello lo concerniese. Observó que, por hábito de cazador, mantenía un faldón del tabardo sobre la llave de la escopeta, para protegerla del agua. De no ser por la lluvia, el barro y los cinco hombres amenazantes, se habría dicho que posaba para un cuadro de Diego Velázquez. El capitán compuso una mueca a medio camino entre la admiración y el desprecio. Valor tal vez, se dijo. Pero también, y sobre todo, estupidez y absurda compostura a la borgoñona. Al menos quedaba un amargo consuelo: ni siquiera sabiéndose en peligro de muerte, el rey por el que arriesgaba la vida perdía las maneras. Y eso estaba bien. Aunque quizá lo que ocurría era que aquel figurín palaciego no terminaba de creerse lo que estaba pasando, ni lo que iba a pasar.
A fin de cuentas, reflexionó Alatriste, qué infiernos le iba a él mismo en ello. Quién lo obligaba a jugársela por un fulano que no era capaz de mover una mano para defenderse, cual si esperase que bajaran los ángeles del cielo o salieran de la maleza sus arqueros de la guardia o sus tercios, apellidando a Dios y a España".
En esas tribulaciones estaba el capitán, con sus principios echados por tierra como te podrás imaginar, cuando uno de los sicarios gritó al rey que entregara su arma, sabiendo que sus posibilidades eran mínimas. "Entonces Felipe IV hizo algo extraño. Impasible, sin mudar la expresión del rostro, inclinó un poco la cabeza para mirar el arma como si hasta ese momento la hubiera olvidado. Lo hizo con la indiferencia de quien observa algo sin la menor importancia. Tras un instante de inmovilidad, echó atrás el percutor de la llave de chispa y se llevó la escopeta a la cara. Luego, tras apuntar al sicario con una pasmosa frialdad, lo derribó de un escopetazo en la frente.
Ahora sí, pensó Alatriste sacando la temeraria. Qué más da el trapo del que esté hecha la bandera. Ahora sí merece la pena morir por ese rey". Y sin pensárselo dos veces, salió de entre la maleza en defensa de su honor, sabiendo que lo más problable es que acabara en el otro mundo.
Si quieres saber el final deberás leerte el libro, pero... ¡qué envidia que dan reyes así! ¿Verdad?, amigo Jesús.
Por cierto, ha llegado a mis oídos que en este tiempo has sido padre. Enhorabuena. Ahí tienes tu bandera.
Hasta otra.

No hay comentarios :