sábado, 6 de septiembre de 2008

Cuaderno de bitácora (a Jesús): rojos y amarillos... los Ferrari

CRÓNICA DEL DOMINGO, 31/08/08
Te escribo desde alta mar italiana.

Eran algo más de las cuatro de la madrugada (del sábado al domingo) cuando llegamos a dominios franceses; lo sé porque así me lo indicó mi compañía de telefonía móvil a través de varios mensajes a horas intempestivas. Estuvimos toda la noche navegando y no se mueve absolutamente nada. Tantas dudas que nos generaba el posible mareo, ya te gustaría a ti conducir la furgona como este tipo manera el trasatlántico este.
Hoy toca excursión. Atracamos en Villefrance, un pueblo pesquero francés con poco que ver y el único atractivo de coger el tren hacia tres destinos interesantes: Cannes, Mónaco y Niza. Elegimos Mónaco.
Llegamos pronto -unos 20 minutos en tren- y buscamos el Casino. Nos movemos andando y en el recorrido nos cruzamos con varios ferraris, muchísimos mercedacos, una camioneta Chevrolet que parece un camión, algún Lamborgini... y lo dejo ahí. Se ve que aquí se llevan los coches carísimos... y también las mujeres de bandera porque mientras nos hacemos alguna foto en la puerta del casino llegan 3 rubias (¡¡¡!!!!) en un coche rojo, bajito, sin techo, y como marca un caballo negro levantado sobre los cuartos traseros, y al momento otra (rubia), sola, pero esta vez el amarillo era el color del coche.
Además de esto, que no es poco, me llama la atención que aquí cada bloque de pisos parece un hotel, y los hoteles se confunden con palacios de la realeza. No hay semáforos, tampoco papeles por el suelo, y los contenedores se disimulan tras una especie de cercados colocados estratégicamente en las calles.
Recorremos el teatro de Grace Kelly (me hago una foto junto a un olivo que hay en la puerta), el puerto, vemos el Palacio de los Grimaldi... y regreso a Villefrance.
Subimos al barco, almuerzo (repito Budweiser a 9 dólares) y siesta porque nos lo hemos ganado.
A las 17,30 toca deporte: elíptica y cinta. Tras el esfuerzo, y para relajar los músculos, realizamos un circuito de contraste, es decir, jacuzzi de agua caliente, jacuzzi de agua fría, jacuzzi de agua caliente, jacuzzi de agua fría... Mientras estoy en la tumbona de cubierta el barco empieza a moverse. Otra vez la incertidumbre; otra vez hacia un destino desconocido.
Para la noche hay que ponerse guapo porque tenemos cena de gala. Metí en la maleta dos trajes, por si acaso, y menos mal que lo hice porque el nivel es alto (hay hasta un escocés, falda incluida). Para la próxima vez le pido a Rafa Rus el chaqué.
Cena fina (como la de ayer. Yo sigo apostando por la cerveza. Esta vez una británica de 44 cl; se llama Boddinstons, o algo así. 8 dólares). Comemos bastante bien, el servicio es excelente y la única pega es el café, no el de hoy, sino el de cualquier día porque lo que beben estos americanos es aguachirri.
Concluye la jornada en el teatro con un espectáculo de música y baile al estilo Broadway (La Scala, que así se llama el teatro, tiene un aforo de casi 3.000 personas, y su escenario es como tres veces el del Darymelia).
Te dejo por hoy porque son casi las dos de la madrugada y mañana el levantarse es a las 6,30 horas, dentro de un rato. Ya te contaré el por qué.

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