Dábamos un paseo la otra tarde la familia en pleno, y nos dio por cenar en algún lugar. Los niños no lo dudaron: un poquito más allá estaba el Burguer King. No había nada que negociar porque no era posible... no por la comida sino por el regalito que incluye el menú infantil.
La sorpresa llegó cuando el regalo no era, como ocurre habitualmente, el muñequito de un personaje de la última película de Disney. En esta ocasión el protagonismo era para los Pokemon. Mientras yo creía que en esta ocasión no gustaría a Guillermo (7 años) y Lucía (4 años), ellos daban saltos de alegría por la suerte que habían tenido (¡?!). El muñeco incluía una carta con el nombre, la fuerza, los ataques y las evoluciones del juguete en cuestión. Mi hijo (recuerdo, 7 años) intentaba explicarme que los Pokemon más fuertes son los legendarios: el diamante y el perla. El primero es el mejor, y el segundo, el segundo. Son algo parecido a unos dinosarios que no cambian de aspecto. Los que cambian son todos los otros, y lo que en un primer momento parece un pollito azul inofensivo, con hacer no sé qué historia, se convierte en un pajarraco de mucho cuidado. Pueden sufrir hasta dos evoluciones con el objetivo de luchar con los otros y ganar... no sé qué. Mi hijo seguía explicando los ataques ala de acero, fuego, piedra, rayo, surf... y todo ello en un sin fin de animalitos con nombres imposibles de asimilar y reproducir (por mi) pero que los niños dominan como yo en mi época los jugadores de fútbol de la liga.
Yo estaba alucinado, sorprendido, boquiabierto porque lo único que me sonaba de aquello era una especie de osito amarillo llamado Pikachu (creo que se escribe así), protagonista de una serie de dibujitos, y que resulta que es el más malo de todos tan sólo por delante de un tal Mallicar, o algo así. Y yo creyendo que era el mejor.
Mi sorpresa no quedó ahí. Al día siguiente, por la tarde, en cuanto abrió la Toñi (una tienda de 20 duros que hay bajo casa) Guillermo cogió de su hucha cinco eurazos para comprar dos Gormiti. ¿Un que... ? ¿Qué es eso? Por lo que cuesta, y tratándose de algo para un niño pequeño, será la releche. ¡¡¡Otro muñeco de plástico, muy feo, de unos 5 centímetros de altura!!! Mejor no os digo para qué sirve, o lo que intentó explicarme Guillermo que era. Y lo peor fue que Lucía (recuerdo, 4 años), al ver a su hermano, quiso comprarse otro. Cualquiera le decía que no. Pero al llegar a la tienda, en vez del muqueñito, quiere un perrito que viene en una bolsa, hecho de plástico duro, y de unos 3 centímetros de largo. Un bebé perrito llamado Puppy -la saga- que no tiene más atractivo que su carita de bueno y un pañal blanco que cuando lo metes en el agua se vuelve de color rosa o azul, según sea niño o niña. ¡¡Otros dos eurazos y medio!!
Al saber de la existencia de tanta cosa rara, que estos mocosos dominan a la perfección, no sé muy bien si es que ellos mismos se complican la vida, o que se la complicamos nosotros, los mayores, con historias tan sofisticadas que en otra época, la nuestra, eran impensables.
¿Dónde está el espíritu de la Abeja Maya? ¿En qué ha quedado? ¿Demasiado tonto e infantil...? Pues nosotros crecimos con ella y con otros muchos de su estilo.
A saber en qué acaba todo esto.
La sorpresa llegó cuando el regalo no era, como ocurre habitualmente, el muñequito de un personaje de la última película de Disney. En esta ocasión el protagonismo era para los Pokemon. Mientras yo creía que en esta ocasión no gustaría a Guillermo (7 años) y Lucía (4 años), ellos daban saltos de alegría por la suerte que habían tenido (¡?!). El muñeco incluía una carta con el nombre, la fuerza, los ataques y las evoluciones del juguete en cuestión. Mi hijo (recuerdo, 7 años) intentaba explicarme que los Pokemon más fuertes son los legendarios: el diamante y el perla. El primero es el mejor, y el segundo, el segundo. Son algo parecido a unos dinosarios que no cambian de aspecto. Los que cambian son todos los otros, y lo que en un primer momento parece un pollito azul inofensivo, con hacer no sé qué historia, se convierte en un pajarraco de mucho cuidado. Pueden sufrir hasta dos evoluciones con el objetivo de luchar con los otros y ganar... no sé qué. Mi hijo seguía explicando los ataques ala de acero, fuego, piedra, rayo, surf... y todo ello en un sin fin de animalitos con nombres imposibles de asimilar y reproducir (por mi) pero que los niños dominan como yo en mi época los jugadores de fútbol de la liga.
Yo estaba alucinado, sorprendido, boquiabierto porque lo único que me sonaba de aquello era una especie de osito amarillo llamado Pikachu (creo que se escribe así), protagonista de una serie de dibujitos, y que resulta que es el más malo de todos tan sólo por delante de un tal Mallicar, o algo así. Y yo creyendo que era el mejor.
Mi sorpresa no quedó ahí. Al día siguiente, por la tarde, en cuanto abrió la Toñi (una tienda de 20 duros que hay bajo casa) Guillermo cogió de su hucha cinco eurazos para comprar dos Gormiti. ¿Un que... ? ¿Qué es eso? Por lo que cuesta, y tratándose de algo para un niño pequeño, será la releche. ¡¡¡Otro muñeco de plástico, muy feo, de unos 5 centímetros de altura!!! Mejor no os digo para qué sirve, o lo que intentó explicarme Guillermo que era. Y lo peor fue que Lucía (recuerdo, 4 años), al ver a su hermano, quiso comprarse otro. Cualquiera le decía que no. Pero al llegar a la tienda, en vez del muqueñito, quiere un perrito que viene en una bolsa, hecho de plástico duro, y de unos 3 centímetros de largo. Un bebé perrito llamado Puppy -la saga- que no tiene más atractivo que su carita de bueno y un pañal blanco que cuando lo metes en el agua se vuelve de color rosa o azul, según sea niño o niña. ¡¡Otros dos eurazos y medio!!
Al saber de la existencia de tanta cosa rara, que estos mocosos dominan a la perfección, no sé muy bien si es que ellos mismos se complican la vida, o que se la complicamos nosotros, los mayores, con historias tan sofisticadas que en otra época, la nuestra, eran impensables.
¿Dónde está el espíritu de la Abeja Maya? ¿En qué ha quedado? ¿Demasiado tonto e infantil...? Pues nosotros crecimos con ella y con otros muchos de su estilo.
A saber en qué acaba todo esto.
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