sábado, 1 de febrero de 2020

Bailar

Quiero empezar reconociendo que fui contra mi voluntad a ver Jojo Rabbit. Sí. 
Vi el inicio del trailer, y al comprobar que trataba sobre un niño que asistía a un campo formativo sobre la filosofía nazi y su guerra, no me gustó nada. Cierto que el componente humorístico e irónico era alto, poniendo en más que un brete a esa ideología supremacista, pero aún así no me llamó la atención.
Eso es lo que aparecía en los primeros momentos del trailer, y al no sentirme atraído, dejé de verlo. Error. Debería haber seguido hasta el final, y me habría enterado de que, además de ridiculizar al nazismo desde la perspectiva de un niño de diez años totalmente convencido por la causa, también había otro elemento tremendamente interesante. Resulta que la madre del niño tiene acogida en su casa, escondida tras una pared en un pequeño refugio, a una niña judía.
Los judíos son los grandes enemigos del mundo, con cuernos, te leen la mente, te hipnotizan, comen carne humana... Esa es la idea que tiene Jojo, el niño protagonista, de los judíos, imagen que contrasta con lo que encuentra casualmente tras la pared.
Ahí empieza una lucha interior entre lo que sus mayores le dicen que está bien y/o mal, y lo que él empieza a descubrir si es bueno o malo.
A Jojo le surge esa gran duda, y poco a poco va descubriendo que no es el único. En el camino se va topando con el amor, con la amistad, con la realidad, con la lealtad, con la vida... y con la verdad.
Siempre se ha dicho que es muy difícil hacer reír, pero que cuando se consigue, es la mejor manera de transmitir algo. Esta película es un claro y magnífico ejemplo de ello. Desde el humor llegamos a llorar, a estremecernos, a lamentarnos, a envidiar sanamente, a odiar, a amar, a sentir lástima, a comprender.... y por supuesto a reír.
Por cierto, también bailamos.
Si podéis, no os la perdáis.


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