Dicen los entendidos que con Pedro Almodóvar no hay término medio: lo amas o lo odias. De ahí que a quienes les gustan sus películas sienten devoción, mientras que los críticos son más bien enemigos íntimos.
Yo, sin embargo, no estoy ni en un bando ni en otro. Hay películas de Almodóvar que me gustan, y otras que no. No siento ningún condicionante, ni positivo ni negativo, a la hora de decidir ir, o no, a ver una nueva peli de Almodóvar.
Con Dolor y Gloria lo tuve claro: hay que verla. Me habían hablado muy bien de ella personas que ya la habían disfrutado; la crítica también hablaba en términos muy positivos; y las entrevistas que había visto de los actores y del propio director me habían sido interesantes.
Hace unos días fui al cine, y quedé decepcionado. Quizá fue porque tenía puestas en la historia grandes expectativas que después no se han cumplido, pero lo cierto es que me esperaba más.
Banderas está excelente, y también me gusta esa mezcla del ayer y del hoy. Atrae los demonios a los que debe hacer frente el protagonista, tanto físicos como mentales y de corazón; y me intriga, casi me desasosiega, la opción que va eligiendo en cada momento porque yo -quizá- hubiese cogido otra.
Todo esto, entre otras cosas, es lo bueno de la película, pero su principal activo es el juego que, al menos a mí, produce el adivinar hasta qué punto todo cuanto ocurre al protagonista le pasó ciertamente a Almodóvar. En todos lugares se apunta el carácter biográfico de la película, todo un acierto porque uno de los deportes nacionales en España es el meterse en la vida de los demás; y si el otro es alguien como Almodóvar, miel sobre hojuelas.
Si en lugar de ser el protagonista Almodóvar fuese otro, me parece a mí que la película pasaría sin pena ni gloria. O, al menos, sin tanto bombo.
En cualquier caso, os animo a verla y sacar vuestras propias conclusiones.