El consejo de mi médico de cabecera me hundió aún más al fijarme un mínimo de dos semanas de baja laboral, y mes y medio para poder volver a correr con la normalidad de antes del accidente. Me puse a sumar días y resulta que, de seguir la recomendación médica, no podría volver a trotar hasta el día del maratón aproximadamente, lo que me obligaba a anular mi participación en él porque no tendría la preparación adecuada para afrontar una prueba límite como es el maratón. Por ello, decidí poner en marcha el Plan B: la medicina agresiva que los atletas de élite usan en este tipo de casos, y que tiende a extenderse entre la población normal cada vez más por los resultados positivos que tiene.
No sé si fue una señal divida o simple casualidad, pero lo cierto es que una fisio llamada Pili -¡qué casualidad!- me recibió en su consulta cojeando, y salí de ella andando. A los cuatro días ya tenía el alta médica, y a la semana empecé a correr, con dolor, pero correr al fin y al cabo. A partir del próximo lunes, si toda va bien, ya podré retomar mi plan de entrenamiento, por lo que el mes que aún tengo por delante, y el trabajo realizado en casa con la elíptica manteniendo la forma, suponen dos elementos claves para que estas tres semanas en el dique seco no incidan de manera negativa en lo que pueda hacer en San Sebastián sobre lo que tenía previsto. Hasta ese día no sabré si lo que os cuento ahora es realidad o simple deseo; la solución llegará si hago en la carrera 3 horas y 30 minutos, o menos. Ese es el objetivo.
Por cierto, en los últimos días tengo la moral por las nubes porque, además de la recuperación, me han llegado las zapatillas con las que correré. Las New Balance 1061. Os las muestro en la foto. Tengo un mes para domarlas. Más que de sobra. Sólo falta que yo también me dome. Ya veremos.