Con la saga Los hijos de la tierra me está pasando lo mismo que me ocurre con aquellas series que me enganchan: quiero que acaben, pero cuando acaban sigo deseando más. Es, creo, el mejor dato de que me gusta esto que leo.
Cristina fue quien me invitó a iniciar la lectura con el primero de los -entonces- cinco libros de que constaba la serie, y después siempre he confiado en su buen criterio. Y por ello le doy las gracias una vez más.
Ayla, la protagonista, es ya para mí algo más que un simple personaje de ficción; por alguna razón creo que se ha convertido en una especie de amor platónico por lo mucho que representa y lo mucho más que me he ido identificando con ella desde que la conocí cuando (ella) tan solo tenía cinco años, y tras haber ido creciendo a su lado hasta la treintena que peina ahora.
En El clan del oso cavernario fueron 569 páginas; en El valle de los caballos, 621; en Los cazadores de mamuts la cosa se alargó a 778 páginas; y Las llanuras del tránsito nos deleitó con la friolera de 959 páginas. Como véis, la relación ha sido intensa, culminando ahora con Los refugios de piedra (Jean M. Auel. Círculo de Lectores. Barcelona. 2005. 856 págs).
Como digo, la protagonista de la saga es una niña, Ayla, que con cinco años es recogida por una clan diferente a quien la crió una vez que toda su familia murió en un terremoto. Sus venturas y desventuras van enganchando al lector a lo largo de cuatro libros donde la rebelión de Ayla va marcando su futuro; se rebela contra lo establecido y eso le crea, lógicamente, más problemas que beneficios.
No os diré más de lo pasado para animaros a que leáis la saga; si lo hacéis, seguro que disfrutaréis como yo cuando al llegar a esta quinta estación Ayla y su querido Jondalar regresan al pueblo de él para unirse en matrimonio y formar una familia. La cosa suena así de fácil, aunque se ve continuamente envuelta en elementos mucho más complejos en los que Ayla se mantiene fiel a su ser: rebelión contra lo que no entiende, pese a quien pese, y comprensión con los más débiles injustamente tratados.
Sigo rechazando las ingentes cantidades de páginas que la autora dedica a describir situaciones, paisajes, profesiones, construcciones... Soy más partidario de la acción, de que pasen cosas, pero en esta colección es el peaje que tengo que pagar.
Tampoco me gusta demasiado el que se recuerden tantas cosas ocurridas en libros anteriores, pero entiendo que es casi obligado para que aquel que no los ha leído pueda contextualizar las diferentes situaciones que se van sucediendo; en cualquier caso, ese regreso al pasado es aquí mucho menor que en libros anteriores.
Creo que este quinto libro no solo no defrauda sino que, al dejar el final abierto así como numerosas incógnicas por solucionar, sabemos que aún queda, al menos, otro fascículo por llegar. Y mi suerte es que hace meses que está en el mercado. Se trata de La tierra de las cuevas pintadas que, como os podéis imaginar, en un tiempo no demasiado lejano, sino más bien todo lo contrario, estaré hincándole el diente.
¿Sabéis qué?. Creo que al final quedaré defraudado. Es tanto lo que espero que casi con total seguridad mis expectativas no quedarán satisfechas. Ya os contaré.