Tengo que reconocer que me cuesta
trabajo digerir el que responsables de instituciones públicas dejen en la más
absoluta de las ruinas a sus ayuntamientos, comunidades autónomas, o el gobierno
de la nación, y no pase nada. No pasa nada a esos responsables, porque se van a
un dorado retiro, e incluso en ocasiones pasan a la oposición, ganando un
pastón, y con un halo en la face que parece que se ríen de todos nosotros.
Creo sinceramente que todo político
debería pasar un examen tras dejar el cargo. No un examen según la legalidad
vigente, sino según el sentido común, es decir, que si han gestionado los recursos
públicos con acierto, chapó; pero si se demuestra que gastaban a manos llenas a sabiendas que después no podrían pagar y, con ello, arruinando a miles de
empresarios, trabajadores, etc... Pues llegado ese caso, respondan penal y
civilmente, esto es, que les sean embargados sus bienes para tapar el agujero
generado, y además vayan a la cárcel cuando con su patrimonio no sea
suficiente.
Ya digo que me hace casi una
úlcera el que se vayan de rositas tras una mala gestión. Pero eso no es lo
peor. Considero más inaguantables todavía a aquellos que, tras haber dejado un ruinón,
se permiten el lujo, desde la oposición, de dar lecciones de gestión a quienes
gobiernan. ¿Cómo es posible que usted, que hace dos telediarios estaba
gobernando y lo hizo no mal, sino fatal, venga ahora a darme lecciones a mí, el
heredero de su ruina, cuestionando mi gestión, y diciéndome qué debo hacer para
sacar las castañas del fuego? ¿Por qué no lo hizo usted antes?
Es el colmo de los colmos, el
colmo de la desfachatez, la caradura llevada a la máxima expresión. Y lo peor
es que lo hacen sin despeinarse, como si no hubiera pasado nada, y yéndose de
rositas tras haber dado su clase magistral.
No sé si soy excesivamente duro,
pero visto lo visto, estando las cosas como están, para todos esos pediría la
pena de muerte... pena de muerte política y social, lógicamente.