Para no perder la costumbre, me levanto temprano y a las seis de la mañana ya estoy trotando por el Bulevar. Es el penúltimo madrugón, el último rodaje antes de la cita del domingo. 10 kilómetros tranquilito (por cierto, como es un poco tarde, hoy no me encuentro con Paco Reyes), ducha, desayuno, los niños al cole, y ponemos rumbo al aeropuerto de Jaén (¡?).
El avión, con salida prevista a las 13,05 horas llega con retraso, y por tanto embarcamos con retraso, y por tanto vamos a salir con retraso. Ya en nuestros asientos, el comandante dice por megafonía que la cosa se demorará un poquito porque hemos perdido el horario para tomar la vía aérea prevista; lo dice en un inglés imposible, pero yo, para tirarme el pego, digo que el retraso será de cinco minutos... aunque cuando alguien de la tripulación lo traduce al italiano y al español resulta que son 45 minutos: pitada general, cabreo, ¡que suban el aire acondicionado! (grita alguna)... y alguno que otro se pone colorao e intenta justificar que no escuchó el forty.
Finalmente llegamos a Bolonia con un par de horas de retraso, y eso lo fastidia un poco todo. Recogemos el coche alquilado previamente desde España, ponemos rumbo a Florencia, pero en la circunvalación hay un atasco impresionante; eso es un caos circulatorio y no de lo que nos quejamos aquí, incluso ahora con las obrillas. Por eso, el primero de los tres coches decide encomendarse al gps integrado en el teléfono que compró por 30 euros, y todos tiramos detrás; nos adentramos en el centro de la ciudad, y dando más vueltas que una dinamo llegamos a nuestro primer destino: feria del corredor para recoger el dorsal.
Hecha la primera cosa, ahora toca tomar posesión del hotel. Llegamos sin mayor problema (el gps es una máquina), pero las dudas nos vuelven a surgir cuando el recepcionista nos pone desde el principio mala cara, y no hace más que remover papel tras papel sin asignarnos las habitaciones reservadas desde España. Tras unos minutos incluso de tensión, todo se aclara. Parece ser que una de nuestras habitaciones se la han dado a otro inquilino que llegó antes, y por eso nos tienen que dar, a regañadientes, una suite. Me toca a mí (será el Destino), y resulta impresionante alojarse en un palacete a orillas del Arno, en pleno casco histórico de Florencia, con terraza incluida. ¡Coño!... si tenemos hasta zapatillas de esas blancas que salen en las películas de los hoteles de súperlujo.
Paseo, cena en una Tratoría (no sé si es escribe así)... y a dormir que el día ha sido muy largo.
El avión, con salida prevista a las 13,05 horas llega con retraso, y por tanto embarcamos con retraso, y por tanto vamos a salir con retraso. Ya en nuestros asientos, el comandante dice por megafonía que la cosa se demorará un poquito porque hemos perdido el horario para tomar la vía aérea prevista; lo dice en un inglés imposible, pero yo, para tirarme el pego, digo que el retraso será de cinco minutos... aunque cuando alguien de la tripulación lo traduce al italiano y al español resulta que son 45 minutos: pitada general, cabreo, ¡que suban el aire acondicionado! (grita alguna)... y alguno que otro se pone colorao e intenta justificar que no escuchó el forty.
Finalmente llegamos a Bolonia con un par de horas de retraso, y eso lo fastidia un poco todo. Recogemos el coche alquilado previamente desde España, ponemos rumbo a Florencia, pero en la circunvalación hay un atasco impresionante; eso es un caos circulatorio y no de lo que nos quejamos aquí, incluso ahora con las obrillas. Por eso, el primero de los tres coches decide encomendarse al gps integrado en el teléfono que compró por 30 euros, y todos tiramos detrás; nos adentramos en el centro de la ciudad, y dando más vueltas que una dinamo llegamos a nuestro primer destino: feria del corredor para recoger el dorsal.
Hecha la primera cosa, ahora toca tomar posesión del hotel. Llegamos sin mayor problema (el gps es una máquina), pero las dudas nos vuelven a surgir cuando el recepcionista nos pone desde el principio mala cara, y no hace más que remover papel tras papel sin asignarnos las habitaciones reservadas desde España. Tras unos minutos incluso de tensión, todo se aclara. Parece ser que una de nuestras habitaciones se la han dado a otro inquilino que llegó antes, y por eso nos tienen que dar, a regañadientes, una suite. Me toca a mí (será el Destino), y resulta impresionante alojarse en un palacete a orillas del Arno, en pleno casco histórico de Florencia, con terraza incluida. ¡Coño!... si tenemos hasta zapatillas de esas blancas que salen en las películas de los hoteles de súperlujo.
Paseo, cena en una Tratoría (no sé si es escribe así)... y a dormir que el día ha sido muy largo.