Me ha vuelto a pasar. Lo siento pero me resulta imposible dejar la lectura de un libro cuando se me atraganta. ¡¡Mira que he dicho veces que iba a aplicar la filosofía de José María Sillero ("hay tanto que leer y tan poco tiempo en esta vida")!! Pero... nada.Mi desencuentro ha sido en esta ocasión con Por qué no soy Cristiano (Russell, Bertrand. Edhasa. Barcelona. 2001).
El libro llegó a mis manos el verano pasado junto con otros nueve títulos. Provenían de la biblioteca de mi vecino el filósofo, con quien tantos e intensos debates mantengo dentro del juego mutuo de cuestionárnoslo todo intentando hacer ver la luz al otro. Ya se ha convertido en un clásico que, derivada de nuestras charlas estivales, se presente en mi casa con un buen tocho de libros, algunos pedidos por mí, y otros de su propia cosecha.
Por qué no soy Cristiano era del segundo bloque, y al verlo me resultó tremendamente atractivo por lo que de reto suponía. Yo soy católico practicante, y ahí choco frontalmente con el filósofo. Por eso, encontrar este título entre sus recomendaciones me parecía divertido porque suponía continuar uno de nuestros debates pero de otra manera.
No he podido pasar de la página 167
Ante de empezar el libro me empapé de su autor, y me resultó bastante interesante. Lo que leí de él acrecentó mi interés por el libro. Me apetecía someter mis creencias religiosas a una revisión de alto nivel. "A ver qué sale", pensé.
Desde el primer momento detecté que la obra iba a ser difícil, pero mi interés por ello se acrecentaba cuando leía cosas como que el libro se escribió ante los peligros que suponía el que la religión "entre" o "controle" ámbitos que no debería. No me parecía mala la reflexión, e incluso podría estar de acuerdo con ella, pero lo que me chirriaba era que, para demostrar la maldad de la religión, utilice ejemplos derivados de la lectura al pie de la letra de textos sagrados.
Quizá el problema de Russell esté en que habla de una religión "teórica" que no conozco. No digo que no existiera, que hiciera mucho mal en épocas pasadas, pero me parece inadecuado y erróneo mirar el pasado con los ojos del presente (y no me refiero únicamente en este tema sino en cualquier ámbito de la vida. Cristóbal Colón podría ser un ejemplo tremendamente clarificador).
Los textos que conforman Por qué no soy Cristiano se escribieron a principios del siglo XX, por lo que creo que está desfasado o mejor dicho, presenta una religión que no es la actual o, al menos, la que yo entiendo. Por tanto, las conclusiones que podamos sacar de ahí estarán siempre viciadas. Además, para cuestionar la religión (que Russell considera radical) el autor se sitúa en una posición totalmente opuesta, es decir, también radical. Y eso nunca es bueno.
Empecé a leer el libro el pasado octubre, y tras vencer mil y una tentaciones de dejarlo, me veo obligado a hacerlo. En seis meses he leído, mal leído más bien, 167 páginas. Me parece innecesario continuar porque, además del tiempo perdido, estoy perdiendo el interés por leer.
No es mi intención cuestionar ni la obra ni las ideas de Russell. Simplemente expreso mi impotencia para aproximarme a sus posicionamientos. Seguramente el problema no sea él sino mi limitación intelectual para entenderle; pero ante eso, al menos por ahora, poco puedo hacer.