(NOTA: he tardado más de la cuenta -una semana- en escribir este catite; la razón está en que he esperado a que me llegaran las fotos. Finalmente no están todas las que deberían, es más, echo de menos alguna muy significativa; pero para no alargar más el asunto, aquí está la culminación a 17 semanas de entrenamientos.
Hay que estar un poco loco para correr 42 kilómetros y 195 metros. Si a eso le unimos que para afrontar el reto alguien dedica casi diez horas en coche para ir de una punta a otra del país -y otro tanto para el regreso-, cualquiera podría pensar que estamos hablando de auténticos chiflados.
Quizá sí, quizá no. Lo cierto es que yo lo hice. Fue el pasado 30 de noviembre, en San Sebastián, y además en buenísima compañía: Los Trotanoches, de Guadix. Y es que entre Jaén y Granada no sólo existen fronteras difusas sino que tenemos muchas cosas en común: las aficiones en el fútbol, en lugar de piedras, se tiran piropos; compartimos aeropuerto y puerto; las dos ciudades destacan por su tapas; y la única vez que Mariah Carey ha actuado en Jaén lo hico porque venía -eso le dijeron- a un pueblo de la ciudad famosa, entre otras cosas, por la puesta de sol alabada por Clinton.
La expedición partió poco antes de las cinco de la mañana del sábado, 29 de noviembre, desde La Calahorra, Guadix y Otura; tras un breve alto en Jaén para recoger a un servidor, viento en popa a toda vela con la mente puesta en Donostia: Bombón y Jesús Alcalá en un coche, y Fernando, Alberto, Antonio Reyes y yo en otro. Tras 900 kilómetros recorridos llegamos en el mejor momento: a la hora de comer. Buscando un restaurante, y con la excusa de tomar SÓLO UNA cerveza y rápida, entramos en un bar junto a la playa de La Concha. Pronto se unieron Pleguezuelos y Vélez, y la UNA se convirtió en MUCHAS (y muchos pinchos), tanto que acabamos con las existencia de Heineken por lo que la dueña se excusó al no poder ofrecernos más que latas en lugar del vidrio servido hasta ese momento. Nosotros, por no ofender la amabilidad de nuestra anfitriona, no sólo no le hicimos ascos al ofrecimiento sino que también se agotaron las latas y regresamos al vidrio cuando el marido de la dueña entró por la puerta con una bolsa llena de provisiones.
La cosa se desmadró un poquito, y no sólo allí sino también en la siguiente parada en un café -con copa- en plena Concha. Y eso que dijimos y redijimos durante el viaje que no podíamos pasarnos el sábado porque sería una pena tirar por tierra el entrenamiento de tantas semanas por una simple cuestión gastronómica. Bueno, por lo menos todo fue sentado y teníamos las piernas descansadas. Fíjate si nos enredamos, que casi nos cierran la Feria del Corredor, y fue coger nosotros los dorsales y la bolsa con los dorsales, que cerraron casi al minuto siguiente. En la Feria, en pleno Anoeta, encontramos al resto de la expedición granaína (Simón, Ramón y Paco Garzón -todos con sus respectivas-, y Andeka -el trotanoches vasco-; partimos hacia una sociedad gastronómica donde amigos del presi -Mirem, Manuel, Begoña y Chusmari- nos ofrecieron la típica cena del corredor a base de pasta aunque con algún extra de sidra, cerveza...
Tras la cena sí que fuimos buenos..., y es que ya no había más remedio.
Llega el gran día. Pronto amanecer para desayunas a las 7,00 de la mañana y que la digestión esté acabada en el momento de la salida (9,00 h). Las malas previsiones meteorológicas no se cumplen, y aunque hace frío todos estamos contentos porque el aire no es excesivo, y no llueve. A pesar de eso, a ninguno nos falta, sobre la equipación de gala, camiseta de manga larga, chubasquero y guantes. Bueno, todos menos Alberto quien más que de la Calahorra parece de Bilbao. El tío va a pelo.
Las condiciones atmosféricas son magníficas en la salida (frío, que es lo que a mí me gusta, pero ni viento ni lluvia). El ambiente es extraordinario tanto entre los corredores como por parte del público. Mira que los vascos tienen mala fama por aquí abajo, sin embargo en este viaje he comprobado que los tópicos son eso, tópicos que raras veces tienen mucho que ver con la realidad. Seguramente habrá malafollás, como en Granada, y en Jaén, y en Teruel... pero aquí todos se han portado de manera impecable exceptuando, tenía que ser, un taxista que tras la carrera se mostraba indignado porque hubiésemos tenido colapsada la ciudad durante cuatro horas. Por eso proponía tres posibles soluciones: A.- Anular la prueba. B.- Que corriésemos en el campo. C.- Que el maratón fuese a las dos de la madrugada. SIN COMENTARIOS.
Volviendo a la carrera, la cosa se puso mal a medida que avanzaba el día. Y es que los claros dejaron paso al viento y a la lluvia, en ocasiones en forma de granizo -creo-. Condiciones duras, muy duras, que, sumadas a los 42.195 metros, hacen el asunto un poquito más imposible. Al final, Fernando volvió a ser el primero (le faltó un suspiro para bajar de las tres horas) seguido de Alberto, Ramón pícaro, Jesús Alcalá, Bombón, Paco Garzón, Simón, Amador, Pepe Vélez (otro que parece de Bilbao porque corrió lesionado, pasándolo especialmente mal desde el kilómetro nueve), y Ángel Pleguezuelos.
A medida que se acababa la carrera, cada uno a su casa, recuperación, ducha... y reencuentro para contarse la batalla, otra vez, en la sociedad gastronómica donde en esta ocasión sí hizo acto de presencia la famosa carne vasca, y donde sorprendió un postre formado por queso (riquísimo) con carne de membrillo y acompañado todo con nueces y cava. El día acabó dando una vuelta por el casco antiguo de San Sebastián, descansando mucho esa noche y partiendo también muy pronto el día siguiente rumbo al Sur. Por cierto, en el viaje de vuelta nos acongojó un poquito la nieve que empezó a care con cierta intensidad cuando abandonábamos Donostia, pero quedó en eso, en una bonita estampa navideña porque el camino estuvo despejado hasta la meta final.
Quisiera tener unas últimas palabras para la persona que creo ha tenido más mérito de todos los desplazados a San Sebastián. Me estoy refiriendo a Antonio Reyes. Por lo que él mismo cuenta que hace -y otros dan fe de que lo que dice es verdad-, también parece más de Bilbao, pero Bilbao centro, que de Guadix. Por eso mismo, por sus barbaridades, lleva lesionado algún tiempo pues la gran ilusión que tiene por no dejar de correr le ha hecho dar de lado dolores que a otros nos hubieran tenido en el dique seco. A pesar de eso, a pesar de saber que no iba a poder correr, se unió al viaje. Recorrió los 900 kilómetros, se metió entre pecho y espalda casi diez horas de camino con la mente puesta en intentar correr. Pero justo al llegar a Donostia vio que toda su esperanza se venía abajo al comprobar que casi no podía andar. A pesar de eso siguió estando a nuestro lado, participando en nuestras batallitas y contando él mismo las suyas, y cuando a casi todos se nos caía la baba por empezar la carrera, él asumía su papel de fotógrafo a la fuerza. Eso es algo que no todo el mundo es capaz de hacer. Yo recuerdo que en cierta ocasión no puede correr la San Antón de Jaén, pero sí me acerqué al final del Gran Eje para ver el paso de los atletas. Hasta se me saltaron las lágrimas, y juré no volver a hacer nunca más algo así. Pues Reyes no sólo lo ha hecho sino que para ello se ha recorrido toda España. Te mereces un once, campeón. Nos vemos en Málaga.