Ayer recibí un sms que decía así: "No consumas ACEITE DE OLIVA DE JAÉN. Se obtiene con el sufrimiento de muchos trabajadores migrantes. No seas cómplice de la injusticia. PASALO".
Apenas dos líneas de texto -y alguna falta de ortografía-, pero de una hijoputez increíble porque están cargadas de mala leche y, sobre todo, de ignorancia.
Es cierto que en estas fechas, al igual que viene ocurriendo desde hace décadas en la provincia de Jaén, nuestros pueblos se llenan de inmigrantes que vienen en busca de trabajo a la campaña de la aceituna. Unos lo encuentran y otros no, pero al margen de todo eso, siempre es detestable, inhumano y totalmente criticable el que las autoridades competentes no pongan solución al hecho de que centenares de seres humanos se vean obligados a dormir al raso con temperaturas cercanas al bajo cero.
Ya digo, una situación lamentable pero de la que no podemos culpar a los olivareros. Sería el colmo decir que son ellos quienes tienen la culpa de que llegue una avalancha de mano de obra a la que resulta imposible acoger al 100%, entre otras cosas porque muchos de ellos no tienen la documentación el regla, ni siquiera tienen documentación, y eso resulta insalvable para un empresario simplemente porque la Ley lo prohíbe.
Es cierto, sería de necios el negarlo, que hay empresarios olivareros que se aprovechan de la situación y explotan a algunos inmigrantes acuciados por la necesidad, sin embargo ello no es razón para decir que todos los productores oleícolas de Jaén explotan a los migrantes, y como consecuencia el aceite que se obtiene está manchado de indignidad. Lo mismo que tampoco resultaría lógico decir que todos los migrantes que vienen a Jaén son unos explotadores de mujeres por el hecho de que alguno -conozco el caso en primera persona- discutiera con el empresario que le dio trabajo y el mismo sueldo que el resto de la cuadrilla; el problema radicaba en que el inmigrante -marroquí, para más señas- se negaba a cobrar lo mismo que una mujer pues decía que ella debía cobrar menos aunque hiciera el mismo trabajo que él. Finalmente, y creo que de manera acertada, el empresario le dijo que a igual trabajo, igual salario, y que si no le interesaba, que se fuera. Y lo más grave es que se fue.
Sacar conclusiones generales de casos aislados nos lleva irremediablemente al error. Que cada palo aguante su vela, eso siempre, pero cuando le corresponda realmente. Por cierto, y hablando de palos y de velas, ahí va el número desde el que me llegó el sms: 693-391587.
Es cierto que en estas fechas, al igual que viene ocurriendo desde hace décadas en la provincia de Jaén, nuestros pueblos se llenan de inmigrantes que vienen en busca de trabajo a la campaña de la aceituna. Unos lo encuentran y otros no, pero al margen de todo eso, siempre es detestable, inhumano y totalmente criticable el que las autoridades competentes no pongan solución al hecho de que centenares de seres humanos se vean obligados a dormir al raso con temperaturas cercanas al bajo cero.
Ya digo, una situación lamentable pero de la que no podemos culpar a los olivareros. Sería el colmo decir que son ellos quienes tienen la culpa de que llegue una avalancha de mano de obra a la que resulta imposible acoger al 100%, entre otras cosas porque muchos de ellos no tienen la documentación el regla, ni siquiera tienen documentación, y eso resulta insalvable para un empresario simplemente porque la Ley lo prohíbe.
Es cierto, sería de necios el negarlo, que hay empresarios olivareros que se aprovechan de la situación y explotan a algunos inmigrantes acuciados por la necesidad, sin embargo ello no es razón para decir que todos los productores oleícolas de Jaén explotan a los migrantes, y como consecuencia el aceite que se obtiene está manchado de indignidad. Lo mismo que tampoco resultaría lógico decir que todos los migrantes que vienen a Jaén son unos explotadores de mujeres por el hecho de que alguno -conozco el caso en primera persona- discutiera con el empresario que le dio trabajo y el mismo sueldo que el resto de la cuadrilla; el problema radicaba en que el inmigrante -marroquí, para más señas- se negaba a cobrar lo mismo que una mujer pues decía que ella debía cobrar menos aunque hiciera el mismo trabajo que él. Finalmente, y creo que de manera acertada, el empresario le dijo que a igual trabajo, igual salario, y que si no le interesaba, que se fuera. Y lo más grave es que se fue.
Sacar conclusiones generales de casos aislados nos lleva irremediablemente al error. Que cada palo aguante su vela, eso siempre, pero cuando le corresponda realmente. Por cierto, y hablando de palos y de velas, ahí va el número desde el que me llegó el sms: 693-391587.