domingo, 31 de marzo de 2019

Otra vez Dumbo... para niños

Nueva versión de la historia del elefante de grandes orejas que le sirven para volar. Dirigida por Tim Burton y la presencia de grandes nombres de actores, como era de esperar, encanta a los niños aunque a los padres no tanto.
Reconozco, una  vez más, que me gustan mucho esas películas para niños que en ocasiones son más entretenidas para los padres. No es el caso.


jueves, 28 de marzo de 2019

Una Mula al más puro estilo Eastwood

Earl Stone, encarnado por Eastwood, es un ex combatiente estadounidense que tras muchos años dedicándose a su pasión, cultivar flores, se ve arruinado, peleado con su familia, y con un futuro más que incierto pues ronda los 80 años.
Por casualidad se ve conduciendo su camioneta como transportista de droga (mula) para un cártel mexicano. Lo hace tan bien que se convierte en el mejor correo de la empresa, y eso le permite no sólo sanear ampliamente su economía sino también ser muy bien considerado entre los traficantes. 
Esta es la trama de Mula, la última película de Clint Eastwood que lleva unos días en la cartelera. Eastwood asume otra vez los papeles de director y protagonista, y la verdad es que los borda. Encontramos a un octogenario totalmente conseguido tanto en su complicada situación económica, como en la difícil relación que mantiene con su familia de la que se alejó hace años.
Earl presenta dos caras: la exitosa ante los amigos, y la desastrosa como esposo, padre y abuelo. Aunque es precisamente el amor de/hacia su nieta lo que le hace reflexionar y dar un giro en su vida haciendo bueno aquel dicho de que más vale tarde que nunca.
La historia se complica cuando la DEA persigue los pasos de la mejor mula del cártel, y Earl se ve atrapado en una serie de frentes en los que nunca pensó haberse visto implicado.
Mula es una nueva película donde encontramos a Eastwood en el más puro estilo Eastwood; partiendo de un tema muy de actualidad (el tráfico de droga), lo sentimentaliza cuando los narcotraficantes se aprovechan de la situación de debilidad de un anciano. Si a ello le unimos esa trama de dificultad familiar que lleva al anciano a enfrentarse a los miedos de toda su vida que siempre dio de lado... encontramos una gran película.
Muy aconsejable ver con un final a lo Eastwood, es decir, no se sabe muy bien si es feliz o infeliz. Vedla y decididlo vosotros mismos.

martes, 12 de marzo de 2019

El "Dragón 3" se atraganta un poquito

Hay un viejo dicho cinéfilo, después aplicado a multitud de ámbitos, que pone en duda el que las segundas parte sean buenas. Hoy hablamos de Como entrenar a tu dragón 3.
Vi la primera parte, y me resultó atractiva. Un muchacho vikingo (Hipo) inicia una amistad con un dragón cachorro (Desdentao); dos especies enfrentadas a muerte que acaban siendo una sola, concluyendo así la cruenta guerra que libraban desde hace años.
La segunda parte también me gustó. Disfrutamos de una aventura donde vikingos y dragones viven/luchan/ríen/lloran... juntos. Sus intereses son comunes, y tanto esa acción como la aparición de algún personaje inesperado hacen que el interés se mantenga.
En esta tercera entrega veo demasiada similitud con la segunda en el sentido de que volvemos a tener aventuras de vikingos y dragones contra enemigos comunes. Ya digo, fórmula repetida que resulta pesada por momentos. Lo distinto y quizá más interesante sea la aparición de un elemento distorsionante que cuestiona la fortaleza de la amistad entre Hipo y Desdentao. Como suele ocurrir en este tipo de películas, a los dibujitos, las batallas, los sketchs... se une algo más; en este caso la necesidad de definir qué es lo verdaderamente importante en la vida, y si somos capaces de alcanzar nuestras metas por nuestros propios medios, o necesitamos forzosamente el apoyo de alguien. Algo recurrente en las películas de animación que siempre he dudado de que llegue a ser entendido por su público infantil.
En resumen, cinta entretenida pero que llega a cansar por momentos.


sábado, 9 de marzo de 2019

Hoy también es ocho de marzo

Una cosa es predicar, y otra dar trigo. Ese es uno de los pensamientos que me invaden tras ver las celebraciones, ayer 8 de marzo, con motivo del Día Internacional de la Mujer. Bueno, ayer y en las últimas semanas, y supongo que seguirán en los próximos días.
Es más que evidente que en nuestra sociedad del siglo XXI existe una igualdad legal entre hombres y mujeres que luego no es real en el día a día. De ahí que sea necesario reivindicarlo, pero hay que reflexionar seriamente en torno a este asunto porque, como ayer escuché a una manifestante, “no es de recibo que cada ocho de marzo reivindiquemos lo mismo porque no conseguimos avances reales”.
Creo que en torno al Día Internacional de la Mujer, como viste mucho, hay demasiada hipocresía; me refiero a personas e incluso organizaciones y administraciones que enarbolan su bandera no porque crean en ella sino por intereses menos nobles como conseguir votos, afiliados, subvenciones...
No entiendo, por ejemplo, que miembras del gobierno de Espańa asistieran a la manifestación en posición protagonista tras una de las pancartas. No entiendo qué reivindicaban allí si lo que se pedía, en gran medida, dependía de ellas. ¿De qué sirve una Ley de Violencia de Género auspiciada por el gobierno si después ese mismo gobierno no lo dota con el presupuesto necesario para aplicarla? 
También me sorprende la presencia masiva de dirigentes sindicales denunciando malas praxis contra las mujeres, cuando en el día a día ellos mismos, los sindicatos, aplican lo mismo que critican.
De poco sirve la presencia de gobernantes regionales, provinciales o locales reivindicando la igualdad de la mujer, poniéndose ellos mismos como ejemplo de paridad porque en la primera línea de sus equipos hay tantos hombres como mujeres, pero si investigamos un poquito y analizamos los siguientes escalones de poder de esos mismos gobiernos, que es donde realmente se dirigen las diferentes administraciones, la presencia de mujeres es simbólica.
Creo que hay mucho postureo en torno a esta asunto porque vende, y mucho. De ahí que en lugar de tanta hipocresía, hay que llamar la atención a todos esos abanderados, e instarles a que sigan la política de Vicente Ferrer; un gran tipo que dejó la Iglesia porque lamentaba que en ella se hablaba mucho pero se actuaba poco.
Menos gestos de cara a la galería, y más hacer por esa igualdad que tan necesaria es. Porque hoy también es ocho de marzo. Y mañana.
¿Un ejemplo de hacer? “Carmen y Lola”.

viernes, 8 de marzo de 2019

Carmen y Lola no son gitanas, son universales

Lola es una gitana rara de Madrid. Sí porque pese a sus casi 17 años y estar ya en edad de ser pedida, ella piensa en estudiar para tener una carrera; en ser profesora y ganar su propio dinero para no depender de nadie; en sus graffitis; y evita a los chicos porque no quiere casarse para tener hijos.
Es muy introvertida porque siente atracción por las chicas; aunque intenta desarrollar en privado ese sentimiento, todo cambia cuando inicia un romance con Carmen, otra gitana que se ha comprometido con el primo de Lola.
Toda una historia de difícil, muy difícil rebeldía contra los cánones establecidos en una cultura tan conservadora para estas cosas como es la gitana, pero donde la intención de la directora Arantxa Echevarría no es una crítica al mundo gitano, sino tomarlo como excusa para denunciar lo difícil que aún hoy día, en pleno siglo XXI, lo tiene el amor entre personas del mismo sexo en nuestra sociedad que se presupone avanzada. 
La rebelión siempre es dura porque te puede ir en ello la vida; pero si quien la protagoniza son dos mujeres, y por un asunto como el que nos centra, nos encontramos ante dos heroínas de esas anónimas que tantas han existido a lo largo de los siglos, y que pese a pasar desapercibidas en los libros, son quienes realmente escriben la historia.
Se trata de una película enriquecedora que ayer, cuando fui a verla dentro de los "Encuentros con el cine español" que realiza la Diputación de Jaén, me encontré con la sorpresa de que estaban allí la directora y dos de las actrices protagonistas. Todo un lujo.
No os la perdáis. Es una buena opción para este 8 de marzo.



domingo, 3 de marzo de 2019

Señores/as taxistas: ¡¡ASÍ NO!!

No soy un usuario habitual del taxi; ni siquiera esporádico. Prácticamente nunca lo utilizo, y cuando lo he hecho (muy de vez en cuando) ha sido por alguna situación extraordinaria y poco usual en mi vida diaria.
Haciendo memoria, recuerdo que lo cogí hace unos años cuando realicé un crucero, y al puerto el único transporte público que llegaba era el taxi. En alguna ocasión lo he usado para ir/venir de la Feria de San Lucas en Jaén. Ni siquiera cuando he viajado fuera de mi ciudad o de España he usado el taxi; siempre me he decantado por otros servicios públicos como el metro o el tren de cercanías. En otros países, como vamos en avión, he contratado desde España una furgoneta con conductor que nos recogía en el aeropuerto (íbamos como mínimo 4 personas) y nos trasladaba al hotel, y también realizaba el servicio de vuelta.
El motivo principal de mi casi nulo uso del taxi es que no entendí nunca, ni entiendo, que alguien ofrezca un servicio sin informar previamente al usuario cuánto le va a costar. El hecho no me cuadra de principio, y si a ello le sumamos casos de taxistas que en lugar de tomar la ruta más rápida y por tanto barata, han dado alguna vueltecita de más para que la ganancia fuera superior... digo que por todo esto siempre he evitado usar el taxi.
Este fin de semana he estado en Valencia, y me surgió la necesidad de desplazarme a una distancia considerable desde donde me alojaba. En lugar del taxi pensé usar un VTC. Últimamente se habla mucho de ellos, y opto por utilizarlo especialmente para ver cómo va eso. Por consejo de algún usuario me decanté por Uber. 
La experiencia fue magnífica: de antemano sabes el precio; en la app lo tienes localizado, y sabes por dónde viene; el vehículo llega en apenas dos-tres minutos;  compruebas que es el gps quien marca el recorrido -siempre el más rápido-; pagas sin necesidad de utilizar efectivo ni sacar tarjeta alguna... y aquí me quedo. No voy a entrar a valorar otras cosas. Limito mi satisfacción a algo tan simple como esto: información = comodidad.
Cuatro personas realizamos el trayecto de ida y vuelta (cogimos dos Uber) por apenas 15 euros, es decir, algo más de 3,5€/persona: casi más barato que el autobús urbano.
He quedado encantado con el servicio, muy distinto a esa espera desesperante cuando el taxi al que has llamado no llega y no sabes cuánto tardará; o ese dolorcillo de barriga que surge cuando nada más montarte compruebas que el taxímetro marca equis euros, y tú empiezas a usarlo en ese momento; el taxímetro sigue subiendo, temes algún atasco, lamentas ese semáforo que se pone en rojo cuando te toca pasar a ti....
Con el VTC, nada de eso. 
¿Por qué un VTC, que está recién llegado, puede ofrecerte el mismo servicio con una mayor comodidad/información, y el taxi no?
En estos pensamientos estaba yo mientras circulábamos ya de vuelta, confirmándome que a partir de ahora era un servicio que iba a usar más porque evitaba la incertidumbre que siempre me ha ofrecido un taxi... cuando veo que el conductor baja mi ventanilla. Estamos parados en un semáforo, un taxi conducido por una mujer se ha parado a nuestra altura, y la conductora le está diciendo algo al conductor de mi VTC. Él, amablemente, baja la ventanilla -después me lo explica- "por si me estaba avisando de que llevaba el maletero abierto o algo así".
Sin embargo la ventanilla se cierra rápidamente porque lo que está haciendo la taxista es insultarlo acusándolo de "ser un pirata", de "quitarle el trabajo"... y una serie de cosas más que evito reproducir aquí. 
Mi sorpresa es grande por la situación, pero se incrementa cuando compruebo que el taxi va con clientes. Y la conductora no ha dudado en provocar una situación incómoda para mí, y supongo que también para sus clientes; de hecho, a mí me pasa eso, y le pido a la taxista que pare allí mismo porque me bajo. 
Los insultos y el vocerío continúan hasta que el semáforo se abre y los coches se separan. En esos segundos me he sentido incómodo tanto por mí como por mis acompañantes, y también por el conductor (él me dice que está acostumbrado, y que no pasa nada mientras no lleguen a la agresión física como casi le ocurrió hace unos días a una compañera). Para evitar el bochorno he desconectado de los insultos, pero cuando todo ha pasado mis compañeros de viaje me dicen que la taxista también nos ha insultado a nosotros por usar ese servicio. Me parece el colmo.
El conductor del VTC quita hierro al asunto y dice que no le demos importancia, que esas situaciones sólo las protagonizan el 10% de los taxistas de Valencia, esto es, quienes tienen licencia en propiedad porque "el resto son asalariados como nosotros, y lo entienden".
¿Os imagináis a los propietarios de Mercadona insultando a los clientes que entran al masymas, o al revés? ¿O a un comercial de Movistar haciendo guardia a las puertas de establecimiento de Vodafone para que nadie entre, o al revés?
Me parece, señores y señoras taxistas, que estáis equivocando vuestra estrategia. Me pongo como ejemplo. Yo, que prácticamente jamás soy usuario de un servicio de taxi/VTC, tras mi experiencia en Valencia me he propuesto usar el VTC de forma más habitual, a la vez que he reforzado mi rechazo al taxi.
Y acabo con una máxima empresarial: "Si no cuidas de tus clientes, otros lo harán por ti".