Un suplicio. Creo que no hay mejor forma para definir mi participación en la reciente edición de los 101 kilómetros de Ronda: un suplicio MAYÚSCULO.
El viaje hasta la salida fue todo un placer. Varios meses de entrenamientos tras la fortuna de conseguir dorsal, diseño de estrategias, búsqueda de rutas y carreras semejantes a Ronda, consejos sobre el material a utilizar... un sin fin de elementos que, como digo, han resultado todo un gustazo.
Llegó el momento. Allí estábamos mi cuñado el granaíno (Fernando Arco, dorsal 5105) y yo en el campo de fútbol de Ronda. Ambientazo el que había en la salida de los marchadores, y ambientazo el que había habido unas horas antes con los ciclistas. La cercanía del cañonazo de salida hacía que las mariposas que notaba en el estómago desde hacía una semana se acentuaran de manera importante. No digo nada cuando el mando de la Legión nos arengó en un discurso propio del gran Máximo antes de entrar en combate. Y qué decir de ese himno legionario que todos cantamos (yo no me lo sabía, pero intentaba seguir a quienes sí), y ante el que me fue imposible retener las lágrimas. ¡¡Empezamos bien!!
Puntuales, a las once de la mañana del sábado, 11 de mayo de 2019, empieza la prueba. Tenemos por delante 101 kilómetros y 24 horas para recorrerlos. Nuestro objetivo es rondar las 14 ó 15 horas. Lo intenté en el año 2014, pero me tuve que retirar exhausto en el kilómetro 65. Mi cuñado ha hecho propósito de hacerme de liebre ya que para él ese tiempo es más que asequible teniendo en cuenta que en sus dos participaciones anteriores hizo 12 horas.
Él marca el ritmo, y la verdad es que vamos bien. Yo, cómodo, emocionado y tremendamente contento de verme embarcado en esta auténtica aventura.
Todo marcha según lo previsto salvo por alguna pequeña molestia que empiezo a sentir en la planta del pie derecho. "Algún chino se me ha metido", pienso. Ahora me lo quito cuando paremos en el kilómetro 33 ó así para, tal y como tenemos previsto, comer (yo) una bolsa de macarrones que llevo en la mochila, y mi cuñado un bocata de jamón. Llega la parada y al quitarme el zapato no encuentro chinas sino una pequeña ampolla. Bueno, no hay que sorprenderse porque esto es habitual (arriba tenéis inmortalizado el momento macarroni).
Los macarrones, el cuarto de hora de descanso, la bebida... todo me sienta muy bien, y remonto la primera pájara que estaba empezando a sentir. No esperaba empezar a deshidratarme tan pronto, pero el muchísimo calor que hace contribuye. Por ello, incremento mi consumo de sales y agua, y de refrescarme la cabeza en cada avituallamiento.
A Setenil (fotografía de arriba) llego doblemente tocado. Es el kilómetro 50,8, y pese al ambientazo que hay en el pueblo, ando casi como un zombie víctima de mi segunda deshidratación, y con grandes molestias por la ampolla del pie. En el avituallamiento me quito zapato y calcetín para ponerme un compeed, pero es imposible porque la ampolla me pilla media planta del pie; necesitaría un compeed ¡¡¡como el sombrero de un picador!!!
Comemos y bebemos algo, y continuamos andando más que corriendo para ver si me recupero. La recuperación llega pero el calor sigue machacándonos tanto a nosotros como al resto de participantes. La gente cae como chinches, y en cada avituallamiento los servicios médicos y de Protección Civil casi no abarcan la gran demanda que tienen.
Continuamos con el objetivo de llegar al cuartel del Tercio (Kilómetro 70), y con la esperanza de que al dejar atrás el calor con la consiguiente llegada de la noche, todos nos sea un poquito más plácido y nos ayude a remontar las cada vez peores sensaciones que tengo. Fernando me lleva con cuidado, me da ánimos, me va engañando (por mi bien, claro), incluso me cuenta algún chiste para que no piense en la fatiga y el sufrimiento, y me concentre en seguir. Llego hasta aquí gracias a él, pero en el Cortijo de Calle no puedo más (estamos en el kilómetro 56,8). La tercera deshidratación me golpea fuerte, y opto por sentarme-tumbarme sobre unas hierbas, a la sombra, y descansar porque no puedo más. Estoy tan mal que hasta mi cuñado se asusta. Me toca la cara y estoy frío ("¡¡con el colorín que hace!!", exclama)... Se asusta más. Tanto que pese a ser uno de mis mayores fans para seguir y acabar, me aconseja abandonar. "Te veo mal y todavía queda mucho", me dice. Incluso llama al sanitario del avituallamiento. Yo le digo que siga él, que yo intentaré recuperarme, y si no lo consigo, que no se preocupe, que abandono.
Pero me dice que no me va a abandonar así, y me acompaña hasta que yo opto por dejarlo. Se lo digo al sanitario, y mi cuñado entonces, cuando ya me ve casi montándome en la ambulancia, se va más tranquilo rumbo a la meta.
A mí me sienta fatal tener que dejarlo, pero es que ¡¡¡no puedo más!!! El problema surge cuando un legionario me pregunta si necesito atención médica. Le respondo que no, que lo único que quiero es irme porque estoy muy cansado. Pero me dice que allí sólo evacúan a los corredores que necesitan asistencia médica. "Si usted abandona debe retroceder hasta Setenil, o continuar hasta el siguiente avituallamiento donde sí existen puntos de evacuación", me explica el legionario.
Atrás no vuelvo ni de coña. Pido que me tomen la tensión, y la tengo a 11/6. Está bien. Por tanto, seguiré un poquito más. Son menos de cuatro kilómetros hasta Chinchilla. Opto por hacerlos andando y allí abandonar. Pero antes de marchar vuelvo a tumbarme para coger más fuerzas; como algo y mientras lo hago empiezo a llorar como una Magdalena. Es por impotencia. He entrenado más que nunca; he controlado geles, sales minerales, pastillas de sal, la alimentación y la bebida en los avituallamientos... todo para que no me deshidrate, y sin embargo llevo tres pájaras en 56 kilómetros; además, tengo las piernas acalambradas pese a las tres ampollas de magnesio que he ingerido. La prueba vuelve a ganarme pese a todo lo que he pasado para llegar a la salida, para llegar hasta donde estoy. El momento, los sentimientos, las sensaciones... son demoledoras. Estoy destrozado física, mental y anímicamente.
Recibo la llamada de mi esposa, muy preocupada. Yo no puedo hablarle por la emoción que siento, pero me repongo y le transmito tranquilidad.
El momento es clave. Lo físico importa, pero quizá lo determinante sea lo mental. Hay que ser fuerte. Tener la mente fría, o al menos intentarlo. Tras 47 minutos de parada, me levanto. Apenas si me quedan cuatro kilómetros. Los afronto andando, y a ver qué pasa.
Llego a Chinchilla bastante mejor de lo esperado porque, al ir andando en lugar de corriendo, la fatiga es menor. Mi casi única preocupación es ahora la ampolla del pie que me ocupa ya media planta. Me tumbo para volver a descansar y llega mi Ángel de la guarda. Una corredora se sienta a mi lado. Es enfermera, llega con su marido, espera a su hermana y otros familiares que todos los años (es veterana de Ronda) quedan en ese punto para llevarle comida, bebida y material sanitario que le permita curar los problemas físicos que pudiera tener. Las ampollas son las reinas, y es ella quien me cura porque tiene todo lo necesario. Me aconseja intentar seguir. "Si te duele más que antes, pese a la segunda piel que te he puesto, deberías dejarlo. Pero si el dolor es menor, inténtalo. Por lo menos para llegar hasta el cuartel. Depende de ti y de tus sensaciones. Pero estoy segura de que lo que hagas será la decisión correcta", me dice.
El momento es clave. Lo físico importa, pero quizá lo determinante sea lo mental. Hay que ser fuerte. Tener la mente fría, o al menos intentarlo. Tras 47 minutos de parada, me levanto. Apenas si me quedan cuatro kilómetros. Los afronto andando, y a ver qué pasa.
Llego a Chinchilla bastante mejor de lo esperado porque, al ir andando en lugar de corriendo, la fatiga es menor. Mi casi única preocupación es ahora la ampolla del pie que me ocupa ya media planta. Me tumbo para volver a descansar y llega mi Ángel de la guarda. Una corredora se sienta a mi lado. Es enfermera, llega con su marido, espera a su hermana y otros familiares que todos los años (es veterana de Ronda) quedan en ese punto para llevarle comida, bebida y material sanitario que le permita curar los problemas físicos que pudiera tener. Las ampollas son las reinas, y es ella quien me cura porque tiene todo lo necesario. Me aconseja intentar seguir. "Si te duele más que antes, pese a la segunda piel que te he puesto, deberías dejarlo. Pero si el dolor es menor, inténtalo. Por lo menos para llegar hasta el cuartel. Depende de ti y de tus sensaciones. Pero estoy segura de que lo que hagas será la decisión correcta", me dice.
Vaya tela. Acabo de leer el Alquimista, de Paulo Coelho, y esto parece una conspiración del Universo para que siga en carrera. ¿Voy a ser yo quien rechace las señales del Universo? Ni de coña. Además, mi hijo y mi hija que mandan por WhatsApp mensajes de aliento porque se han enterado de que me voy a retirar. Un Giff de Máximo, que piense en Aitana, que yo puedo... son sus mensajes que me llegan a lo más profundo. ¿Otra señal? Estoy en el kilómetro 60, y el objetivo ahora es claro: llegar al Tercio de la Legión, al kilómetro 70. ¡¡Vamos!!
Tras 27 minutos de reposo vuelvo a ponerme en marcha, siempre andando, y charlando con unos y con otros hasta que conformamos un trío que llega unido hasta el Tercio. La casualidad o el Universo me une con Franci (de Sevilla) y Ana (de Marmolejo). Arriba estamos los tres al llegar al cuartel. La temperatura va bajando, el cansancio es menor, la recuperación más fácil, e incluso nos pilla la noche con un punto de frescor que me da la vida. Son diez kilómetros de charla divertida, hablando un poco de todo, que se pasan volados. Ya estamos en el Tercio, son las once de la noche y, tal y como me dicen ellos, es posible acabar porque tenemos doce horas para recorrer 30 kilómetros; cierto que son los más duros, pero incluso haciéndolo todo andando y a un ritmo lento se alcanza la meta antes de las once de la mañana que es cuando se cierra el control. Ellos van a acabar, y me animan a seguir juntos. Les doy las gracias, les doy ánimos, pero me lo voy a pensar. Nos despedimos, y nos deseamos suerte mutuamente.
Camino del punto de recogida de mochilas, en el Tercio de la Legión, veo un gran cartel en una farola que indica "Parada de autobús". Vuelvo la vista y veo un gran bus aparcado con los intermitentes de emergencia encendidos. Me dicen que es el que se lleva a Ronda a quienes abandonen. ¿Es otra señal del Universo? ¿Debo retirarme? Si os digo la verdad, es lo que me pedía el cuerpo, pero las dudas me surgen tanto por los ánimos recibidos como por el hecho de que ya he recorrido 70 kilómetros. Ya es de noche, con una temperatura muy agradable para mí, y sin exigencia de tiempo. Pros y contras... no sé qué haré. Seguiré buscando señales.
En recoger la mochila tardo 45 minutos (una barbaridad) y la desesperanza gana terreno. Me voy al interior del restaurante para comer y beber algo, y sobre todo a pedir la asistencia de los podólogos que trabajan a destajo en este punto. A ver qué me dicen ellos. Pero justo a la entrada veo unos servicios. ¡¡Un WC de verdad!! No lo dudo. Aunque hay que hacer cola (esta vez de 15 minutos), merece la pena. No sé si os lo creeréis, pero os aseguro que es la pura verdad: es el momento más feliz de toda la prueba. Sentado, en el trono, ¡¡qué alegría!! ¡¡qué alivio!! ¡¡qué descanso!!... Ahora, y tras analizar las más de 21 horas de sufrimiento, os confirmo que fue el mejor momento de todo este suplicio, incluso más que la llegada a meta.
Llevo una hora allí y todavía ni he bebido ni he comido nada. Ha llegado el momento. Lata de Coca-Cola, botella de agua, bolsa de patatas fritas, perrito caliente, arroz tres delicias, caldo calentito, y café y donut de chocolate. Es lo que nos ofrecen, y sienta como Dios. Más señales positivas pese a que mi cara dijese lo contrario, tal y como podéis ver en la fotografía de arriba.
Me recupero ya bastante, y toca el turno del podólogo. Me tratan tanto la gran ampolla de la planta del pie derecho como otra, algo más pequeña pero también de grandes dimensiones, que me ha salido en la planta del pie izquierdo. La chavala que me atiende no le da importancia, y cuando le pregunto si debo seguir, no ve ningún problema en ello. Aunque segundos después se sincera y me dice que para ella ya es una barbaridad el que yo haya aguantado el dolor y llegado hasta allí; que lo lógico es retirarse, o más bien era haberse retirado hace ya muchos kilómetros, tanto yo como casi todos a quienes había atendido. Pero visto lo visto, y teniendo en cuenta la gente que estábamos allí, hay que seguir; al menos lo mío no era ningún impedimento grave.
Está decidido: sigo. He cambiado las mallas de compresión por calcetines bajos; no quiero manga larga porque me gusta el frío, pero por si acaso me pongo los manguitos. Recargo sales minerales, pastillas de sales... y el depósito está otra vez lleno para afrontar con éxito, aunque andando, SIEMPRE andando, los 30 kilómetros que restan para la meta.
Dejo la mochila con destino a Ronda, me pongo mi equipo, y noto que el dolor en la planta de los pies ha disminuido: la podóloga ha hecho su trabajo, y quizá también el ibuprofeno que me he tomado. ¡¡Jejeje!!.
Es la 01,25 horas de la madrugada. He estado en el Tercio dos horas y media. Yo aún no lo sé, pero mi cuñado está a punto de llegar. Después me entero de que ha tardado 15 horas. Me alegro por él; tampoco se ha ido en exceso de tiempo. Ha sido por mi culpa, pero se lo agradezco porque sin él no lo hubiera conseguido. Arriba lo tenéis en meta, ya con la medalla al cuello.
Por delante tengo 30 kilómetros del mismo desnivel que los 70 kilómetros anteriores, es decir, se trata de la zona más dura, pero para mí es llevadera. Voy andando, es de noche, no hace calor, y no tengo prisa. Voy a mi ritmo, hablando con unos y con otros, y todo se hace muy llevadero. En Montejaque me encantaron los dos cafés y dos donuts que me tomé. Me sentaron de escándalo. Abajo tenéis el momento en que llego a Montejaque.
Mi única preocupación es soportar el dolor de las ampollas, y para ello en las muchas cuestas arriba que hay apoyo el pie con el talón en lugar de con la parte delantera. Se trata de un gesto antinatural, pero debo evitar cargar peso sobre las ampollas. La táctica va dando resultado.
La cosa se me complica un poquito cuando en una de las cuestas arriba no levanto lo suficiente el pie derecho, y le doy un patadón a una piedra. Veo las estrellas, el dolor es enorme.... "Esto es el colmo", pienso. Noto la sangre bombear en el dedo gordo del pie, pero me prohibo quitarme el zapato. Me imagino que el dedo se ha jodido, pero hay que aguantar hasta el final. No es momento ya de abandonos, y eso que hay corredores (andarines a estas alturas) que siguen retirándose porque no pueden.
¿Sabéis algo que estoy haciendo mucho desde que salí del Tercio?: rezar. Sí. Dos padrenuestros, dos aves maría, y dos salves. Rezo por San Modesto (el patrón del programa de Deportes que hacía en Ondajaén Televisión). Rezo por la Virgen de Alharilla (que este fin de semana es su romería en Porcuna, apenas a 11 kilómetros de mi pueblo, Higuera de Calatrava, y un compañero de trabajo que me dio ánimos diciéndome que estaría conmigo. Rezo por la Virgen de la Paz, que al parecer es una de las patronas de Ronda, y ese domingo saldrá en procesión. Y rezo por San Isidro, que ha sido el otro Ángel de la Guardia a lo largo de mi vida. Rezo cuando se me antoja, cuando me apetece, rezo mucho, bastantes veces y largo rato, y la verdad es que me sienta bien. No sé la razón pero me alivia. ¡¡Qué cosas!!
La noche es agradable, y el tramo final se lleva con cierta alegría. Amanece, veo a lo lejos el Tajo de Ronda, hablo por WhatsApp con mi esposa para informarle que estoy a punto de llegar. Esto ya está hecho.
Alicia me espera en la puerta del Parador. Al verla me emociono, y con el beso que me da, más todavía. Son muchos sentimientos y sensaciones acumuladas que me temo van a aflorar de golpe de un momento a otro. Me acompaña andando en ese tramo final de la carrera, aunque le digo que la tradición manda (así me lo ha dicho otro corredor) que no se puede entrar en meta andando, sino que hay que hacerlo corriendo. Es más, hay que correr desde la plaza de toros. Le digo que lo intentaré, y ella me responde que no sabe si podrá seguir mi ritmo. "No te preocupes que yo iré despacio", le digo... pero cuando llega el momento de correr yo voy tan lento que cuando ella da dos zancadas me deja atrás en un suspiro, y la comparo con Usain Bolt. "¡¡Dónde vas tan rápido!!", jejeje, nos reímos los dos.
Me acompaña trotando hasta que ya le prohíben el paso en la entrada a la Alameda. Se va por la acera para hacerme la foto de entrada, y yo continúa hasta la meta. Enseño mi pasaporte y todos sus sellos a los legionarios encargados de ese asunto, y me persigno nada más cruzar bajo la meta con un tiempo de 21h06'46''. Me cuelgan la medalla del cuello y un mando está esperando para darme la enhorabuena. Bueno, a mí y a todo el que llega, pero en ese momento el importante soy yo.
Acabo, con el mayor sufrimiento de mi vida, pero objetivo conseguido. Al momento llega mi cuñado y su mujer. Primero me felicita ella, y después él. La emoción me inunda, y me echo a llorar a la vez que le doy las gracias porque sin él no hubiera acabado. Debía casi darle mi medalla... pero me voy a quedar con ella. ¡¡Jejeje!! Abajo tenéis una foto con los dos.
Dicen que bien está lo que bien acaba, aunque yo en este caso lo dudo. He acabado para tener ya la mueca hecha y no verme obligado a regresar. Lo he hecho con mucho sufrimiento, con excesivo sufrimiento, y ahora le doy el valor que tiene a todo aquel que concluye los 101 kilómetros de Ronda. Todo el que cruce la meta se merece un monumento, independientemente del tiempo que haga. Enhorabuena a todos, sobre todo cuando después conocemos cómo ha sido la cosa este año. Aquí tenéis los datos facilitados por la organización que dan más idea de la dureza de la prueba.
Por cierto, no puedo acabar esta crónica sin tener un reconocimiento ENORME para la Legión cuya organización es modélica en todos los sentidos. Enhorabuena y gracias.
Y ahora sí acabo.
Tremendamente orgulloso me despido confirmando con seguridad que: ¡¡¡NO VUELVO!!!
Un saludo del "9 dedos".
En recoger la mochila tardo 45 minutos (una barbaridad) y la desesperanza gana terreno. Me voy al interior del restaurante para comer y beber algo, y sobre todo a pedir la asistencia de los podólogos que trabajan a destajo en este punto. A ver qué me dicen ellos. Pero justo a la entrada veo unos servicios. ¡¡Un WC de verdad!! No lo dudo. Aunque hay que hacer cola (esta vez de 15 minutos), merece la pena. No sé si os lo creeréis, pero os aseguro que es la pura verdad: es el momento más feliz de toda la prueba. Sentado, en el trono, ¡¡qué alegría!! ¡¡qué alivio!! ¡¡qué descanso!!... Ahora, y tras analizar las más de 21 horas de sufrimiento, os confirmo que fue el mejor momento de todo este suplicio, incluso más que la llegada a meta.
Me recupero ya bastante, y toca el turno del podólogo. Me tratan tanto la gran ampolla de la planta del pie derecho como otra, algo más pequeña pero también de grandes dimensiones, que me ha salido en la planta del pie izquierdo. La chavala que me atiende no le da importancia, y cuando le pregunto si debo seguir, no ve ningún problema en ello. Aunque segundos después se sincera y me dice que para ella ya es una barbaridad el que yo haya aguantado el dolor y llegado hasta allí; que lo lógico es retirarse, o más bien era haberse retirado hace ya muchos kilómetros, tanto yo como casi todos a quienes había atendido. Pero visto lo visto, y teniendo en cuenta la gente que estábamos allí, hay que seguir; al menos lo mío no era ningún impedimento grave.
Está decidido: sigo. He cambiado las mallas de compresión por calcetines bajos; no quiero manga larga porque me gusta el frío, pero por si acaso me pongo los manguitos. Recargo sales minerales, pastillas de sales... y el depósito está otra vez lleno para afrontar con éxito, aunque andando, SIEMPRE andando, los 30 kilómetros que restan para la meta.
Dejo la mochila con destino a Ronda, me pongo mi equipo, y noto que el dolor en la planta de los pies ha disminuido: la podóloga ha hecho su trabajo, y quizá también el ibuprofeno que me he tomado. ¡¡Jejeje!!.
Es la 01,25 horas de la madrugada. He estado en el Tercio dos horas y media. Yo aún no lo sé, pero mi cuñado está a punto de llegar. Después me entero de que ha tardado 15 horas. Me alegro por él; tampoco se ha ido en exceso de tiempo. Ha sido por mi culpa, pero se lo agradezco porque sin él no lo hubiera conseguido. Arriba lo tenéis en meta, ya con la medalla al cuello.
Por delante tengo 30 kilómetros del mismo desnivel que los 70 kilómetros anteriores, es decir, se trata de la zona más dura, pero para mí es llevadera. Voy andando, es de noche, no hace calor, y no tengo prisa. Voy a mi ritmo, hablando con unos y con otros, y todo se hace muy llevadero. En Montejaque me encantaron los dos cafés y dos donuts que me tomé. Me sentaron de escándalo. Abajo tenéis el momento en que llego a Montejaque.
Mi única preocupación es soportar el dolor de las ampollas, y para ello en las muchas cuestas arriba que hay apoyo el pie con el talón en lugar de con la parte delantera. Se trata de un gesto antinatural, pero debo evitar cargar peso sobre las ampollas. La táctica va dando resultado.
La cosa se me complica un poquito cuando en una de las cuestas arriba no levanto lo suficiente el pie derecho, y le doy un patadón a una piedra. Veo las estrellas, el dolor es enorme.... "Esto es el colmo", pienso. Noto la sangre bombear en el dedo gordo del pie, pero me prohibo quitarme el zapato. Me imagino que el dedo se ha jodido, pero hay que aguantar hasta el final. No es momento ya de abandonos, y eso que hay corredores (andarines a estas alturas) que siguen retirándose porque no pueden.
¿Sabéis algo que estoy haciendo mucho desde que salí del Tercio?: rezar. Sí. Dos padrenuestros, dos aves maría, y dos salves. Rezo por San Modesto (el patrón del programa de Deportes que hacía en Ondajaén Televisión). Rezo por la Virgen de Alharilla (que este fin de semana es su romería en Porcuna, apenas a 11 kilómetros de mi pueblo, Higuera de Calatrava, y un compañero de trabajo que me dio ánimos diciéndome que estaría conmigo. Rezo por la Virgen de la Paz, que al parecer es una de las patronas de Ronda, y ese domingo saldrá en procesión. Y rezo por San Isidro, que ha sido el otro Ángel de la Guardia a lo largo de mi vida. Rezo cuando se me antoja, cuando me apetece, rezo mucho, bastantes veces y largo rato, y la verdad es que me sienta bien. No sé la razón pero me alivia. ¡¡Qué cosas!!
La noche es agradable, y el tramo final se lleva con cierta alegría. Amanece, veo a lo lejos el Tajo de Ronda, hablo por WhatsApp con mi esposa para informarle que estoy a punto de llegar. Esto ya está hecho.
Alicia me espera en la puerta del Parador. Al verla me emociono, y con el beso que me da, más todavía. Son muchos sentimientos y sensaciones acumuladas que me temo van a aflorar de golpe de un momento a otro. Me acompaña andando en ese tramo final de la carrera, aunque le digo que la tradición manda (así me lo ha dicho otro corredor) que no se puede entrar en meta andando, sino que hay que hacerlo corriendo. Es más, hay que correr desde la plaza de toros. Le digo que lo intentaré, y ella me responde que no sabe si podrá seguir mi ritmo. "No te preocupes que yo iré despacio", le digo... pero cuando llega el momento de correr yo voy tan lento que cuando ella da dos zancadas me deja atrás en un suspiro, y la comparo con Usain Bolt. "¡¡Dónde vas tan rápido!!", jejeje, nos reímos los dos.
Me acompaña trotando hasta que ya le prohíben el paso en la entrada a la Alameda. Se va por la acera para hacerme la foto de entrada, y yo continúa hasta la meta. Enseño mi pasaporte y todos sus sellos a los legionarios encargados de ese asunto, y me persigno nada más cruzar bajo la meta con un tiempo de 21h06'46''. Me cuelgan la medalla del cuello y un mando está esperando para darme la enhorabuena. Bueno, a mí y a todo el que llega, pero en ese momento el importante soy yo.
Acabo, con el mayor sufrimiento de mi vida, pero objetivo conseguido. Al momento llega mi cuñado y su mujer. Primero me felicita ella, y después él. La emoción me inunda, y me echo a llorar a la vez que le doy las gracias porque sin él no hubiera acabado. Debía casi darle mi medalla... pero me voy a quedar con ella. ¡¡Jejeje!! Abajo tenéis una foto con los dos.
Dicen que bien está lo que bien acaba, aunque yo en este caso lo dudo. He acabado para tener ya la mueca hecha y no verme obligado a regresar. Lo he hecho con mucho sufrimiento, con excesivo sufrimiento, y ahora le doy el valor que tiene a todo aquel que concluye los 101 kilómetros de Ronda. Todo el que cruce la meta se merece un monumento, independientemente del tiempo que haga. Enhorabuena a todos, sobre todo cuando después conocemos cómo ha sido la cosa este año. Aquí tenéis los datos facilitados por la organización que dan más idea de la dureza de la prueba.
Por cierto, no puedo acabar esta crónica sin tener un reconocimiento ENORME para la Legión cuya organización es modélica en todos los sentidos. Enhorabuena y gracias.
Y ahora sí acabo.
Tremendamente orgulloso me despido confirmando con seguridad que: ¡¡¡NO VUELVO!!!
Un saludo del "9 dedos".