(Ayer murió Fernando Arévalo, uno de los últimos representantes en nuestra provincia del periodismo de la vieja escuela. Defensor a ultranza del periodismo de autor y, sobre todo, del periodista/periodismo de provincias, se marcha haciendo hasta el último día lo que le dio la vida durante tantos años: comunicar.
El día 13 de enero del año 2008 publicaba yo aquí mismo un catite dedicado a Fernando. No sé ni siquiera si llegó a leerlo. Yo lo escribí a modo de homenaje a una leyenda viva, y hoy lo recupero en su memoria.)
El día 13 de enero del año 2008 publicaba yo aquí mismo un catite dedicado a Fernando. No sé ni siquiera si llegó a leerlo. Yo lo escribí a modo de homenaje a una leyenda viva, y hoy lo recupero en su memoria.)
El último Alatriste
He compartido con él insuperables conversaciones de mesa camilla, y alguna tertulia de televisión. Menos de las que me hubiera gustado, a pesar de que sus charlas son siempre de dia y vuelta; se deja sonsacar a conciencia con la intención de conseguir lo que a él le interesa. Perro viejo.
Ahora veo a Fernando Arévalo cabalgar cada noche en las pantallas de Canal 23, y cada día en las páginas de Ideal, especialmente los lunes.
Una persona que levanta odios y pasiones. Unos quieren un hijo suyo, mientras otros han estado a punto de matarle (me consta). Es lo que pasa cuando se dicen las cosas como se sienten. Lo llamativo no es que se digan, sino poder decirlas. No todo el mundo puede permitirse ese lujo. Quizá ese sea su gran valor. No tiene miedo a tirarse a la piscina, aunque en ocasiones lo haga cuando el agua está demasiado baja.
Políticamente incorrectísimo, he de decir que a mí me pone un agüelete que ha elegido su edad dorada para dejarse bigote sensual y melena canosa, al estilo Sandokán, que le da un aire juvenil que ya quisieran para ellos muchos quinceños.
Está de vuelta de todo, y quizá por eso mismo son pocos, muy pocos, quienes aceptan compartir cartel con él. Saben que la cogida es segura o, al menos, la embestida con bravura; y no una, sino las veces que haga falta. Manoletes quedan pocos.
Hace poco le cortaron los huevos, y le jodió. No sólo por lo que eso duele y porque él no pudo hacer nada para evitarlo, sino porque se cargaban lo que había sido su vida: un modelo de radio que ha hecho historia en la historia reciente de nuestro país. Lo que más le dolió es que nadie en esta España -ya con himno- dijera ni mú.
Ahora se desquita de todo eso. Me recuerda a aquel tercio español en Flandes que defendía su posición, sobre todo por honor, pese a las muchas bajas sufridas y a la manifiesta superioridad del enemigo. El milagro puede llegar cuando el general contrario decide perdonarles la vida ante tal derroche de valor de un puñado de soldados malheridos. Antes de ordenar lo que será el último -y definitivo- ataque contra los españoles, les permite marcharse. Pero la respuesta del capitán Alatriste es clara: Muchas gracias, señor, pero esto es un tercio español.
Qué lástima, Fernando, que Flandes se perdiera hace siglos, y con él parte del orgullo de los españoles. Ojalá regrese.
He compartido con él insuperables conversaciones de mesa camilla, y alguna tertulia de televisión. Menos de las que me hubiera gustado, a pesar de que sus charlas son siempre de dia y vuelta; se deja sonsacar a conciencia con la intención de conseguir lo que a él le interesa. Perro viejo.
Ahora veo a Fernando Arévalo cabalgar cada noche en las pantallas de Canal 23, y cada día en las páginas de Ideal, especialmente los lunes.
Una persona que levanta odios y pasiones. Unos quieren un hijo suyo, mientras otros han estado a punto de matarle (me consta). Es lo que pasa cuando se dicen las cosas como se sienten. Lo llamativo no es que se digan, sino poder decirlas. No todo el mundo puede permitirse ese lujo. Quizá ese sea su gran valor. No tiene miedo a tirarse a la piscina, aunque en ocasiones lo haga cuando el agua está demasiado baja.
Políticamente incorrectísimo, he de decir que a mí me pone un agüelete que ha elegido su edad dorada para dejarse bigote sensual y melena canosa, al estilo Sandokán, que le da un aire juvenil que ya quisieran para ellos muchos quinceños.
Está de vuelta de todo, y quizá por eso mismo son pocos, muy pocos, quienes aceptan compartir cartel con él. Saben que la cogida es segura o, al menos, la embestida con bravura; y no una, sino las veces que haga falta. Manoletes quedan pocos.
Hace poco le cortaron los huevos, y le jodió. No sólo por lo que eso duele y porque él no pudo hacer nada para evitarlo, sino porque se cargaban lo que había sido su vida: un modelo de radio que ha hecho historia en la historia reciente de nuestro país. Lo que más le dolió es que nadie en esta España -ya con himno- dijera ni mú.
Ahora se desquita de todo eso. Me recuerda a aquel tercio español en Flandes que defendía su posición, sobre todo por honor, pese a las muchas bajas sufridas y a la manifiesta superioridad del enemigo. El milagro puede llegar cuando el general contrario decide perdonarles la vida ante tal derroche de valor de un puñado de soldados malheridos. Antes de ordenar lo que será el último -y definitivo- ataque contra los españoles, les permite marcharse. Pero la respuesta del capitán Alatriste es clara: Muchas gracias, señor, pero esto es un tercio español.
Qué lástima, Fernando, que Flandes se perdiera hace siglos, y con él parte del orgullo de los españoles. Ojalá regrese.