No hay que ser ningún lumbreras para entender dichos del estilo Una cosa es predicar y otra muy diferente dar trigo, o también Haz lo que yo digo pero no lo que yo hago.
Podría haber estado de acuerdo con algunos de los posicionamientos que fija Jorge Gallardo en su artículo, pero me resulta imposible una vez que analizo dos elementos: la teoría y la práctica. Y es que nosotros no somos únicamente nosotros sino también nuestras circunstancias; de ahí que sea uno mismo quien quita toda la razón a lo que proclama cuando sigue un camino diferente en sus acciones. Y la pérdida de autoridad total llega en el momento en el que se utiliza el insulto para sustentar nuestros planteamientos; sin duda porque desconocemos aquel viejo proverbio chino que dice que Quien levanta la voz lo hace para tapar la debilidad -o inexistencia- de sus argumentos.
Cierto que es en los medios públicos donde existe mayor estabilidad económica para los trabajadores -en este caso, periodistas-, y cierto que el poder siempre procura controlar el medio a su antojo, pero de ahí a decir que está perdida la batalla en defensa de la independencia periodística creo que va un trecho. La relación entre el trabajador y un directivo de un medio público es idéntica a la de uno privado; la diferencia radica en la actitud -combativa, complaciente, ética...- que el periodista esté dispuesto a adoptar. Cierto que siempre será más fácil actuar en uno u otro sentido para un periodista público por la mucha mayor defensa de su puesto de trabajo que tiene frente a un periodista privado, pero al final todo se reduce a querer complicarse la vida, o no; y os aseguro que en todos sitios se puede ser víctima de malos tratos. Por eso, mientras leía las líneas de Jorge, echaba yo la vista atrás, con cierta sonrisa, a antológicas entrevistas realizadas en su día a jienenses de nacimiento pero eternogobernantesregionales de adopción.
Por eso digo que antes de tomar una bandera y autoproclamarse como su principal adalid, en lugar de criminalizar a los otros, entiendo que resulta más prudente meter la mano en nuestro corazoncito, analizar nuestras actuaciones, nuestra empresa, su origen, su nudo, su desenlace... y después determinar si somos la persona adecuada para dar lecciones de nada.
También me río yo de las oposiciones realizadas en los medios públicos, lo mismo que las entrevistas de selección que se hacen en algunos privados -alguna persona que estuvo hasta el final en las de Localia Jaén no recuerda haber visto nunca a Jorge en ellas-. Insisto en que lo oportuno puede ser criticar las formas, a los responsables políticos que las llevan a cabo, pero meterse con los trabajadores por el proceso me suena más a envidia por no haber sido uno de los elegidos, que a otra cosa. Una vez consumada la oposición, entiendo que la profesionalidad se mide por los trabajos que se realizan y no por la vía recorrida a la hora de entrar.
No sólo no voy a permitir que se insulte a personas que trabajan en un medio y que se les ataca porque no tuvieron la oportunidad de hacer másteres, doctorados y carreras porque las circunstancias de la vida se lo impidieron, mientras otros sí tuvieron esa flor en el culo, sino que tampoco aceptaré que se maltrate a un periodista que trabaja en un gabinete de prensa tachándole como la voz de su amo o de dejar "de ser periodista a partir de las dos de la tarde". Se trata simplemente de gente que desarrolla una dignísima labor profesional en una de las vertientes que te ofrece hoy día el periodismo; el problema no es de ellos, sino de esos otros periodistas que, llevados por la apatía, la poca implicación, y las ganas de no complicarse la vida, se tragan sin más notas de prensa y comunicados, en lugar de tratarlos de manera más crítica, rigurosa, concienzuda... PRO-FE-SI-O-NAL.
También me resulta gracioso que a estas alturas de la película reduzcamos el uso del "término periodístico" sólo a quienes tienen "carrera profesional" o "teórica". Yo soy licenciado, y defenderé siempre los intereses del colectivo, pero también soy realista y defenderé siempre que un título no garantiza ser buen periodista. De hecho, todos sabemos nombres de periodistas de Jaén con título cuyo paso por la Universidad fue un chiste más que otra cosa, mientras que periodistas como la copa de un pino jamás pisaron un aula universitaria.
Recuerdo que el día en que se presentó el libro de la APJ, con un importante protagonismo del artículo de Jorge Gallardo, alguien -un periodista de gran pelaje-, al final, se acercó y me dijo en confidencia: el 80% de las cosas que dice este tío son tonterías. Hoy, tras haber leído el escrito en varias ocasiones, creo sinceramente que se quedó corto en su porcentaje.
Cierto que es en los medios públicos donde existe mayor estabilidad económica para los trabajadores -en este caso, periodistas-, y cierto que el poder siempre procura controlar el medio a su antojo, pero de ahí a decir que está perdida la batalla en defensa de la independencia periodística creo que va un trecho. La relación entre el trabajador y un directivo de un medio público es idéntica a la de uno privado; la diferencia radica en la actitud -combativa, complaciente, ética...- que el periodista esté dispuesto a adoptar. Cierto que siempre será más fácil actuar en uno u otro sentido para un periodista público por la mucha mayor defensa de su puesto de trabajo que tiene frente a un periodista privado, pero al final todo se reduce a querer complicarse la vida, o no; y os aseguro que en todos sitios se puede ser víctima de malos tratos. Por eso, mientras leía las líneas de Jorge, echaba yo la vista atrás, con cierta sonrisa, a antológicas entrevistas realizadas en su día a jienenses de nacimiento pero eternogobernantesregionales de adopción.
Por eso digo que antes de tomar una bandera y autoproclamarse como su principal adalid, en lugar de criminalizar a los otros, entiendo que resulta más prudente meter la mano en nuestro corazoncito, analizar nuestras actuaciones, nuestra empresa, su origen, su nudo, su desenlace... y después determinar si somos la persona adecuada para dar lecciones de nada.
También me río yo de las oposiciones realizadas en los medios públicos, lo mismo que las entrevistas de selección que se hacen en algunos privados -alguna persona que estuvo hasta el final en las de Localia Jaén no recuerda haber visto nunca a Jorge en ellas-. Insisto en que lo oportuno puede ser criticar las formas, a los responsables políticos que las llevan a cabo, pero meterse con los trabajadores por el proceso me suena más a envidia por no haber sido uno de los elegidos, que a otra cosa. Una vez consumada la oposición, entiendo que la profesionalidad se mide por los trabajos que se realizan y no por la vía recorrida a la hora de entrar.
No sólo no voy a permitir que se insulte a personas que trabajan en un medio y que se les ataca porque no tuvieron la oportunidad de hacer másteres, doctorados y carreras porque las circunstancias de la vida se lo impidieron, mientras otros sí tuvieron esa flor en el culo, sino que tampoco aceptaré que se maltrate a un periodista que trabaja en un gabinete de prensa tachándole como la voz de su amo o de dejar "de ser periodista a partir de las dos de la tarde". Se trata simplemente de gente que desarrolla una dignísima labor profesional en una de las vertientes que te ofrece hoy día el periodismo; el problema no es de ellos, sino de esos otros periodistas que, llevados por la apatía, la poca implicación, y las ganas de no complicarse la vida, se tragan sin más notas de prensa y comunicados, en lugar de tratarlos de manera más crítica, rigurosa, concienzuda... PRO-FE-SI-O-NAL.
También me resulta gracioso que a estas alturas de la película reduzcamos el uso del "término periodístico" sólo a quienes tienen "carrera profesional" o "teórica". Yo soy licenciado, y defenderé siempre los intereses del colectivo, pero también soy realista y defenderé siempre que un título no garantiza ser buen periodista. De hecho, todos sabemos nombres de periodistas de Jaén con título cuyo paso por la Universidad fue un chiste más que otra cosa, mientras que periodistas como la copa de un pino jamás pisaron un aula universitaria.
Recuerdo que el día en que se presentó el libro de la APJ, con un importante protagonismo del artículo de Jorge Gallardo, alguien -un periodista de gran pelaje-, al final, se acercó y me dijo en confidencia: el 80% de las cosas que dice este tío son tonterías. Hoy, tras haber leído el escrito en varias ocasiones, creo sinceramente que se quedó corto en su porcentaje.