Está siendo duro, tremendamente duro, el plan de entrenamiento para este maratón (próximo 21 de octubre). Básicamente es igual que todos los que he realizado hasta ahora (dos días a la semana de rodaje tranquilo, uno de series, y uno de tirada larga... así como dos días de gimnasio), con una pequeña diferencia en el hecho de que, como quiero hacer mejor tiempo en la carrera, pues los ritmos son un poquito más rápidos.
También es cierto que este año estoy haciendo más kilómetros que en años anteriores pues, por ejemplo, el año pasado llegué a los 1.000 kilómetros corridos el día uno de septiembre, y en esta ocasión llegué al mil un mes antes: el uno de agosto. Pero creo que la gran diferencia, la que marca el que algunos días haya estado a punto de darme un infarto, está en la gran ola de calor que estamos padeciendo. Yo intento evitarla corriendo muy pronto, en la mañana, o muy tarde, en la noche, pero hay días en los que resulta imposible.
El domingo pasado tenía tirada de 24 kilómetros; por cuestiones que no vienen al caso, en lugar de por la mañana, decidí hacerla a las ocho de la tarde porque había refrescado un poquito. Mi gozo en un pozo. En el kilómetro 12 no tuve más remedio que dejarlo, completamente agotado, y casi arrastrándome por el circuito que tengo marcado entre la zona del bulevar y el polígono de Los Olivares.
Pero como, para cabeza... la mía, decidí retomar la tirada en la mañana del martes, pero esta vez por la Vía Verde. Fue otro suplicio. Al final no pude llegar a los 24 kilómetros, y me volví en el kilómetro once para realizar un recorrido total de 22. Acabé cansadísimo, fundío... tanto que tres kilómetros antes de acabar me paré en la fuente que hay al inicio de la Vía Verde y me di casi una ducha del montón de agua que me eché por encima. Vamos, que cuando estaba cerca de Torredelcampo me daban ganas de seguir hasta el pueblo, y llamar a alguien por teléfono para que fuera a por mí.
Pero como no hay mal que por bien no venga, esas malas experiencias físicas también fueron muy positivas en lo mental -casi tan importante como lo otro a la hora de afrontar un maratón- porque cuando el cuerpo me pedía parar, la menta apostó por seguir adelante, y allí acabé como un campeón, casi muerto, pero llegando a la meta al fin y al cabo.
Todas estas malas experiencias han hecho que casi me plantee ir a Ámsterdam (es broma, eh!!), pero sí que he pensado en varias ocasiones "!Qué necesidad tengo yo de esto!".
En definitiva, unas sensaciones malísimas, pésimas, durísimas que, afortunadamente, hoy han cambiado... a mejor. Hoy tocaba súper tirada de 28 kilómetros. Otra vez por la Vía Verde, y otra vez por la mañana.
Con la moral un tanto tocada, afronto a las 7,00 horas el inicio tras despedirme del gentío en el entorno de la Bariloche (parecía la calle Preciados en hora punta de Navidad). Y la verdad es que la cosa ha ido muy bien. A ritmo tranquilo pero continuo, en la ida un poco más lento porque es subida, llegando hasta el túnel de Torredelcampo, y regreso un poquito más rápido.
Al final, buenísimas sensaciones, acabo cansado pero dentro de lo normal, y no fundido como en los días largos anteriores... y con un tiempo medio de 5'02'' el kilómetro.
Esto ha cambiado. Verás cuando pille las calles de Ámsterdam a unos pocos grados bajo/sobre cero. Lujazo. Ya lo estoy deseando... bueno, ya veremos cuando dentro de dos semanas haga los 30 kilómetros que me tocan ¡!.