Mi aproximación a la Iglesia, como imagino ocurre con la gran mayoría de las personas, fue por el interés demostrado por mi madre dada la fuerte tradición religiosa existente en mi familia, y también -supongo- por lo que se llevaba en aquel momento pues hablamos de un pueblecito de la España profunda de finales de los años 70 y principios de los 80. Fui después monaguillo durante casi una década, y no porque me obligara nadie sino porque me gustaba aquello, y bastante; de hecho, tengo buenísimos recuerdos de ese tiempo, incluido mi primer viaje de cierta envergadura -a Ibros- para un encuentro de monaguillos.
Llegué a la Iglesia católica por el camino más típico, pero me quedé en ella por convicción. Años después, y movido por un cierto desengaño, me alejé durante una época porque no me gustaban algunas cosas que veía proclamar desde el púlpito; tampoco comulgaba con las actitudes de algunos. Al cabo de un tiempo, lo recuerdo perfectamente, sentí la necesidad de volver. Fue en un contexto extraño, durante unas vacaciones en la playa, lejos de casa... pero algo me pedía confesarme, ir a misa, comulgar... y así lo hice, y me sentí de escándalo.
Di el paso tras un intenso debate interior. Tenía dos opciones; seguir alejado por aquellas cosas que no me gustaban, o regresar e intentar cambiarlo desde dentro. Me decanté por complicarme la vida, por la opción dos, y aquí sigo porque creo que tengo el mismo derecho que todos los que están.
El domingo pasado volví a sentir aquel mismo malestar -pero multiplicado por varios enteros- de cuando vi cosas de mi Religión que no me gustaron. Fue en misa, durante la homilía que nos ofrecía un sacerdote bastante mayor. La Iglesia celebraba el 27 de diciembre la Jornada por la Familia y la Vida, y en ese contexto aquel director espiritual se despachó a gusto con temas como el aborto o el divorcio. Me dio hasta dolor (físico) de barriga el ver en plena acción a la versión más añeja y trasnochada de mi Iglesia; daba la sensación de que había retrocedido algún siglo -o varios- en el tiempo. Y lo peor de todo es que, por lo que me informé después, la homilía que sufrí no fue algo aislado sino lo que más o menos se escuchó en todas las iglesias ese día.
Puedo entender que cosas como las que se dijeron el domingo desde los púlpitos tuvieran sentido en la Edad Media, y no únicamente con la Iglesia Católica sino con todas las religiones; o durante épocas absolutistas y dictatoriales donde las religiones se aliaban al poder político. Era una visión extraña de la fe donde o creías o te mataban. Pero eso ahora no ocurre, las mentalidades han cambiado, estamos en el siglo XXI, las personas somos diferentes, y aunque también entiendo que existe una relativización absoluta y desechable de importantes valores como la familia, el sacrificio, el honor, el esfuerzo, el respeto... también creo que la Iglesia Católica, Mi Iglesia, se equivoca manteniendo contra viento y marea discursos totalmente inválidos en una época como la actual.
Alguien que estaba a mi lado en la iglesia, y que me reconoció llevar años sin asistir a una misa ordinaria, me miró con cara de póker al final de la misa a la vez que comentaba No sé si será así todos los domingos, pero con este tipo de cosas esta gente va a hacer pocos clientes.
Una vez más -ya sabéis que soy un habitual defensor de las causas perdidas, aunque espero y confío sinceramente que ésta no lo sea- he elegido la segunda opción. No me voy a ir de un lugar en el que me siento tremendamente cómodo salvo por cosas como las que aquí recojo; mi elección es la de seguir aquí e intentar hacer de mi Iglesia lo que creo que debe ser.
La Iglesia católica está siendo acosada de manera totalmente injusta en nuestro país desde hace unos años, pero igualmente creo que discursos como los del domingo no ayudan en nada a limar asperezas. No tiene justificación el que alguien adopte una postura radical para defenderse de un ataque de radicales. En la moderación está la virtud, y, llegado el caso, en poner la otra mejilla. Porque el respeto no se gana dando voces sino dando ejemplo.
Esta Iglesia necesita una cerveza, sentarse en un velador y reflexionar. Las ansias y las prisas por llegar a la cima de la montaña les está impidiendo disfrutar del magnífico paisaje que permite el viaje.
Llegué a la Iglesia católica por el camino más típico, pero me quedé en ella por convicción. Años después, y movido por un cierto desengaño, me alejé durante una época porque no me gustaban algunas cosas que veía proclamar desde el púlpito; tampoco comulgaba con las actitudes de algunos. Al cabo de un tiempo, lo recuerdo perfectamente, sentí la necesidad de volver. Fue en un contexto extraño, durante unas vacaciones en la playa, lejos de casa... pero algo me pedía confesarme, ir a misa, comulgar... y así lo hice, y me sentí de escándalo.
Di el paso tras un intenso debate interior. Tenía dos opciones; seguir alejado por aquellas cosas que no me gustaban, o regresar e intentar cambiarlo desde dentro. Me decanté por complicarme la vida, por la opción dos, y aquí sigo porque creo que tengo el mismo derecho que todos los que están.
El domingo pasado volví a sentir aquel mismo malestar -pero multiplicado por varios enteros- de cuando vi cosas de mi Religión que no me gustaron. Fue en misa, durante la homilía que nos ofrecía un sacerdote bastante mayor. La Iglesia celebraba el 27 de diciembre la Jornada por la Familia y la Vida, y en ese contexto aquel director espiritual se despachó a gusto con temas como el aborto o el divorcio. Me dio hasta dolor (físico) de barriga el ver en plena acción a la versión más añeja y trasnochada de mi Iglesia; daba la sensación de que había retrocedido algún siglo -o varios- en el tiempo. Y lo peor de todo es que, por lo que me informé después, la homilía que sufrí no fue algo aislado sino lo que más o menos se escuchó en todas las iglesias ese día.
Puedo entender que cosas como las que se dijeron el domingo desde los púlpitos tuvieran sentido en la Edad Media, y no únicamente con la Iglesia Católica sino con todas las religiones; o durante épocas absolutistas y dictatoriales donde las religiones se aliaban al poder político. Era una visión extraña de la fe donde o creías o te mataban. Pero eso ahora no ocurre, las mentalidades han cambiado, estamos en el siglo XXI, las personas somos diferentes, y aunque también entiendo que existe una relativización absoluta y desechable de importantes valores como la familia, el sacrificio, el honor, el esfuerzo, el respeto... también creo que la Iglesia Católica, Mi Iglesia, se equivoca manteniendo contra viento y marea discursos totalmente inválidos en una época como la actual.
Alguien que estaba a mi lado en la iglesia, y que me reconoció llevar años sin asistir a una misa ordinaria, me miró con cara de póker al final de la misa a la vez que comentaba No sé si será así todos los domingos, pero con este tipo de cosas esta gente va a hacer pocos clientes.
Una vez más -ya sabéis que soy un habitual defensor de las causas perdidas, aunque espero y confío sinceramente que ésta no lo sea- he elegido la segunda opción. No me voy a ir de un lugar en el que me siento tremendamente cómodo salvo por cosas como las que aquí recojo; mi elección es la de seguir aquí e intentar hacer de mi Iglesia lo que creo que debe ser.
La Iglesia católica está siendo acosada de manera totalmente injusta en nuestro país desde hace unos años, pero igualmente creo que discursos como los del domingo no ayudan en nada a limar asperezas. No tiene justificación el que alguien adopte una postura radical para defenderse de un ataque de radicales. En la moderación está la virtud, y, llegado el caso, en poner la otra mejilla. Porque el respeto no se gana dando voces sino dando ejemplo.
Esta Iglesia necesita una cerveza, sentarse en un velador y reflexionar. Las ansias y las prisas por llegar a la cima de la montaña les está impidiendo disfrutar del magnífico paisaje que permite el viaje.